El año 2024 será interesante y peligroso. Lo será en la Argentina y también a escala mundial. Se celebrarán elecciones nacionales en más de 70 países en los que, acorde con las tendencias de participación recientes, habrán de votar alrededor de 2000 millones de personas.
Lo que es buena noticia es también motivo de preocupación porque muchas elecciones consagrarán en el poder liderazgos antiliberales o gobernantes corruptos. Con el trasfondo de los conflictos desde Ucrania hasta Oriente Medio, serán las elecciones en Estados Unidos decisivas. En ellas se jugará el orden mundial hasta ahora apoyado por la dirigencia estadounidense.
En nuestro país, el flamante gobierno del presidente Milei enfrenta el doble desafío de estabilizar la economía y definir un modelo productivo que nos saque de medio siglo de estancamiento. La avalancha de reformas presentadas en un mega-DNU contiene 1030 artículos. Se titula, con intención alberdiana, “Bases para la reconstrucción de la economía argentina”, y hay una denominada “ley ómnibus” de nombre igualmente intencionado: “Bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos”, ya en debate en el Congreso. No dejan dudas del propósito de refundar la Argentina, evocando la tradición alberdiana que los inspira y a la que recurrieron muchos de otros intentos fallidos que terminaron fundiendo el país.
Milei es un presidente de gran debilidad institucional. LLA solo cuenta con el 10% de bancas en el Senado y el 15% en la Cámara de Diputados. Sabido es que cuando los presidentes tienen mayorías legislativas propias pueden comportarse como emperadores, pero cuando carecen de la fuerza institucional necesaria para convertir sus proyectos en leyes, quedan a merced de su habilidad para construir alianzas y neutralizar a opositores.
Milei necesita ser flexible, negociar sus proyectos para avanzar, pactar un proyecto de futuro. Desconcertó entonces que, en su momento, desafiara al Congreso con un ultimátum: o aprueban mis proyectos o “habrá una catástrofe de proporciones bíblicas”. A la manera de un Luis XIV, yo o el diluvio.
Escudado en el gran apoyo popular que lo llevó al triunfo, Milei ha esgrimido la consulta popular como herramienta alternativa: o el pueblo o el Congreso, como si el Congreso no fuera el ámbito de los representantes elegidos por el pueblo. Contra lo que indica la literatura sobre presidentes débiles, Milei arremete con todo para avanzar y tiene a su favor la bandera de terminar con los privilegios corporativos que colonizaron el Estado y expoliaron sus arcas en perjuicio de la mayoría de los argentinos.
Esta variante del “todo o nada”, no es novedosa. Ese fue el leitmotiv que inspiró a Patricia Bullrich. También fue la estrategia elegida por Unión por la Patria: nosotros o el terror (perderán los derechos); una elección por el sí o el no: el pueblo o la casta.
Milei ha planteado a JxC el dilema de defender al Congreso frente a la pretensión del Presidente y rechazar el DNU, o bien, refrendarlo en nombre de las reformas que propone y que fueron parte del proyecto de su propia candidata presidencial. He aquí una paradoja: el paquete de reformas no fue dado a conocer en la plataforma de la candidata de JxC pese a que Federico Sturzenegger estuvo elaborando las desregulaciones que hoy conocemos para un eventual gobierno de Bullrich.
También es paradojal que UP defienda la división de poderes que se empecinó en deshacer por años. Cómo olvidar la permanente astucia de Cristina Kirchner para sostener los DNU contra viento y marea.
Los argentinos asistimos a procesos políticos inéditos. Los candidatos de una fórmula presidencial vencida se incorporaron –han dicho que a título personal– al nuevo gobierno de un outsider llegado a la política a velocidad de vértigo. Acaso Pro permanezca unido. La CC ya abandonó la coalición JxC, al igual que el partido de Pichetto, que forma parte de una nueva coalición con sectores del peronismo y del republicanismo más puro.
El balance que arroja este proceso es la implosión de las dos grandes coaliciones que organizaron la política en este siglo y lograron la estabilidad política relativa en medio de la inestabilidad de la economía. En este contexto de fraccionamiento político, Milei intenta reconstruir la autoridad presidencial remedando el estilo del Menem de “ramal que para, ramal que cierra” y, por lo tanto, el que rechaza boicotea el cambio apoyado por multitudes.
Ha sido esa una idea de la representación política propia de la Edad Media y un estilo de gobernar que se maneja con opciones binarias, como lo hicieron los tres candidatos en campaña electoral, con una reminiscencia de los 90. Hoy, encarnar a Menem sería el deseo de quienes quieren retomar ese espíritu de futuro que nos llamaba a creer que llegaríamos a Japón en una hora gracias a una economía de mercado y una lluvia de inversiones.
Otro Menem hoy preside la Cámara de Diputados. Una manera de gobernar que retorna unida a la voluntad de poner fin a un pasado de fracasos que el Presidente remonta a un siglo atrás y nos deja el gusto amargo de pensar que acaso crea que la ley Sáenz Peña es la madre de las desgracias encarnadas por Yrigoyen. Tal vez la participación electoral restringida nos hubiera mantenido en el mundo del progreso gracias a un paternalismo conservador ilustrado.
Habrá mucho que debatir entre las leyes enviadas al Congreso. Milei confía en que las fuerzas del cielo abran el camino sembrado de obstáculos, pero las fuerzas terrenales le impondrán límites que deberá atender. Es demasiado pronto para aventurar hipótesis, pero en el ajedrez en curso vamos viendo cuánto del Milei motosierra termina obedeciendo al Milei componedor de una fórmula que permita salir del pantano en el que estamos sumergidos.
Publicado el 13 de enero de 2024 en La Nación.
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