Este 2025 se cumplen 40 años del Juicio a las Juntas, tal vez el hecho más extraordinario de la historia jurídica contemporánea de la Argentina. Las cuatro décadas transcurridas desde la lectura de las condenas a los comandantes, en diciembre de 1985, ayudan a abrir preguntas en torno al Juicio. También invitan a explorar respuestas nuevas frente a afirmaciones controvertidas que se fueron sedimentándo en todo este tiempo.
El primer interrogante que nos planteamos tiene que ver con el modo en que fuimos olvidando o dejando de lado lo ocurrido entonces. ¿Por qué las reflexiones en torno al Juicio necesitaron tantas décadas para reaparecer en el medio de la vida pública argentina? ¿Por qué recién ahora volvemos a conversar sobre el tema (así, luego de la aparición de películas como Argentina, 1985, de Santiago Mitre y Mariano Llinás, o El Juicio, de Ulises de la Orden)? Tal vez la evolución de la política nacional contenga algunas de las pistas que buscamos.
Seguramente, que el Juicio se desarrollara durante la presidencia de Raúl Alfonsín encierra parte de esa explicación. Por un lado, el logro único representado por el juzgamiento de los crímenes de la dictadura hizo que muchos gobiernos posteriores al del 83, de signo político distinto, quisieran ocultar el valor de lo ocurrido: se trataba del silenciamiento, antes que del olvido. Por otro lado, el mal final que, para tantos, tuvieron esos juzgamientos (primero, por el dictado de las leyes de las leyes de “Punto Final” y “Obediencia Debida”; luego, a partir de los indultos de Menem) provocaron que muchos prefirieran no recordar aquel período. Más que amnesia, se trataba de reprimir la memoria de una desilusión.
En la actualidad, también es la política partidaria la que –incluso, a veces, a su pesar– termina colocando al Juicio en el escenario público. Es probable que esto ocurra debido a las frustraciones con los distintos gobiernos que se sucedieron antes, durante y después de la pandemia. A la luz de una historia reciente marcada por fracasos económicos y planificaciones absurdas, el Juicio a los comandantes aparece como la expresión de un enorme triunfo colectivo: en 1985, con una democracia todavía frágil y tambaleante, con enorme coraje cívico y siempre con la ley en la mano, pudimos enjuiciar a quienes hasta entonces aparecían como los dueños de la vida y la muerte.
Con mayor perspectiva histórica, hoy podemos reconocer la excepcional singularidad de los juzgamientos. En efecto, los casos de justicia transicional con los que puede compararse el Juicio argentino se cuentan con los dedos de una mano: los Juicios de Nuremberg, en 1945; los Juicios de Tokio, en 1946; el Juicio a los Coroneles en Grecia, en 1975. Aún en relación con aquellos sucesos excepcionales, el ejemplo de la Argentina destaca como único: en nuestro país no se creó un tribunal ad hoc para llevar adelante los juicios, como en Alemania o en Japón; las condenas no fueron decididas por un tribunal militar especial, como en Grecia; y, además, aquí se optó por juzgar a los acusados a partir de delitos ya tipificados por el derecho vigente asegurando las garantías constitucionales que esos mismos jefes de las Fuerzas Armadas les habían negado a miles de personas.