lunes 14 de abril de 2025
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Supervivencia: la lógica detrás de las políticas de Trump

Escribir artículos de análisis sobre política internacional se ha vuelto especialmente complejo.

Todo puede volverse obsoleto en cuestión de minutos, prestarse al ridículo o inducir a interpretaciones erróneas en un abrir y cerrar de ojos.

Los acontecimientos avanzan con una velocidad y una capacidad de sorprender que impiden acompañarlos con serenidad y profundidad. Son tiempos intensos y, en un mundo polarizado, todo parece ser la ofensa definitiva.

Ayer fue la mediación de Donald Trump en la guerra ruso-ucraniana, antes el cierre de la oficina de cooperación USAID y las deportaciones masivas, hoy es la nueva política arancelaria de los Estados Unidos. La pregunta, sin embargo, sigue siendo la misma: ¿por qué está pasando lo que pasa?

La solución más utilizada es reducir toda esa complejidad a que Trump está loco o que es un genio.

También pueden sumarse otros calificativos que, aunque tal vez contengan algo de verdad, en general funcionan como un velo que oculta las variadas razones detrás de los hechos.

Por eso, lejos de detenerse con pasión en el detalle de cada hora —si las acciones de las tecnológicas cayeron el lunes o repuntaron el martes, o si Úrsula von der Leyen prometió confrontar a Estados Unidos el sábado y ofreció bajar aranceles el domingo—, lo más útil es construir marcos interpretativos amplios. Herramientas que ayuden a entender el momento histórico, tomando distancia prudente de la anécdota mediática.

Un liderazgo que reacciona ante la amenaza del ocaso

Para Trump y su equipo, Estados Unidos atraviesa una etapa de decadencia que, a su juicio, se profundizó decisivamente durante la administración de Barack Obama y, sobre todo, bajo el mandato de Joe Biden.

Una declinación visible en múltiples dimensiones: militar, económica, industrial, en el predominio de sus valores tradicionales y en el respeto que otros países le dispensan en el escenario internacional.

Pero todo eso se corporiza especialmente con el déficit comercial que Trump interpreta como una señal de pérdida de poder, no solo como una cuestión contable. Es un problema geopolítico, ya que otros países se enriquecerían a costa de Estados Unidos, que solo se endeuda y consume.

En eso no se equivoca. En 2024, Estados Unidos importó mucho más de lo que exportó, y eso generó un déficit de 1,2 billones de dólares solo en bienes (como autos o ropa). Si se cuentan los servicios (como turismo o software), el déficit total fue de 918.000 millones de dólares.

El diagnóstico actual puede compararse con el que enfrentó Ronald Reagan en los años ochenta, cuando heredó lo que entonces se llamaba “la distensión”.

También entonces había “fuego amigo”: Alemania y Japón, países derrotados en la Segunda Guerra Mundial y rescatados por la ayuda estadounidense, se habían convertido en potencias capitalistas que competían con una economía norteamericana carcomida por los gastos militares y los compromisos con sus aliados.

En ese contexto, el desafío estaba fronteras afueras y se expresaba en el desequilibrio geopolítico con una Unión Soviética que había ganado terreno aprovechando la política exterior pasiva de Jimmy Carter.

Hoy, sin embargo, el tablero es diferente. Trump enfrenta dos factores clave que Reagan no tenía en agenda:

Primero, a diferencia del conflicto con los soviéticos, hoy los sectores progresistas han impulsado una radicalización que los ha alejado de amplias franjas de la sociedad estadounidense, al punto de sostener discursos abiertamente críticos con Occidente.

Alexandria Ocasio-Cortez o Bernie Sanders, en ciertos tópicos, como también ocurre con las elites culturales y académicas predominantes, no distan demasiado de los discursos cercanos al chavismo.

La segunda diferencia con los años de Reagan es que Trump no cuenta con la carta de la reelección. Tiene 78 años y se aproxima a unas elecciones legislativas muy complejas.

Por eso ha insinuado —no explícitamente— la posibilidad de un tercer mandato, algo prohibido por la Constitución.

Estas declaraciones forman parte de una estrategia para conservar el poder y evitar el síndrome del “pato rengo”, como se denomina a los presidentes salientes cuyo poder se diluye mientras avanza la sucesión.

Todo tiene su lógica

La respuesta global ante cada paso de Trump suele ser de sorpresa, desazón o condena: “Señores de Estados Unidos, su deber es garantizar el buen funcionamiento del mundo. Sigan pagando mientras los demás hacemos negocios con China y justificamos la decadencia de Occidente”.

Pensar que el presidente de Estados Unidos va a comportarse como el director de una ONG de ayuda al desarrollo es una ilusión poco realista.

Cuando Trump mostró la famosa tablita con los aranceles que pagaba su país frente a los que le imponían los demás, lo que reveló fue algo simple pero contundente: el mundo está lejos de ser un paraíso del libre comercio. La única verdad es la realidad.

Trump se aferra al centro de la escena mediante gestos disruptivos. La alternativa, para él, es inaceptable: la llamada “opción europea”. Aceptar la dulce decadencia, arrojar palabras al viento, organizar reuniones y comisiones, y administrar con resignación el lento desplazamiento de Estados Unidos hasta que otro ocupe su lugar en el orden global.

En última instancia, también cada una de sus decisiones tiene puesta un ojo en la política interna.

Un ejemplo claro es el mensaje para las empresas que trasladaron su producción al extranjero, como Nike o Apple en Vietnam, para empujarlos a que evalúen la posibilidad de regresar al país.

Esa presión se ejerce aumentando sus costos mediante aranceles que alteran los incentivos económicos.

De paso, la caída de los mercados como resultado de los anuncios de Trump, también es un recordatorio para las empresas que no es bueno estar peleados con el gobierno norteamericano.

Visto así, las políticas trumpistas responden a una lógica clara y a estrategias orientadas a objetivos precisos.

Podrán ser certeras o no; podrán alcanzar lo que buscan o fracasar; incluso podrán ser temerarias y hasta egoístas. Pero hay más que una personalidad excéntrica: hay una lectura de Estados Unidos y de su lugar en el mundo.

Detrás de esa lógica —una combinación de diagnóstico estructural y urgencia política— existe una táctica deliberada para intentar cambiar el destino de su país, aún a costa de romper las reglas del juego y provocar crisis donde no las había.

Después de todo el “America First” pudo ser pura retórica y hasta un exceso de chauvinismo. Pero hoy, es más una estrategia de supervivencia.

Publicado en El Observador el 9 de abril de 2025.

Link https://www.elobservador.com.uy/espana/miradas/la-logica-supervivencia-detras-las-politicas-trump-n5993571

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