“No queremos ser un lastre de nadie. Si somos un lastre, tomen otro barco. Pero, lastre no somos de nadie” dijo el presidente argentino y anfitrión a sus colegas en el cierre de la conmemoración de los 30 años del MERCOSUR. La típica bravata argentina oscureció toda declaración previa a favor de la integración regional de nuestros países.
La referencia al lastre que hiciera el Presidente uruguayo no se refería a la Argentina, sino a la necesidad de revisar las normas del MERCOSUR. La argentina se ha negado a reuniones informales entre presidentes que permitirían explorar caminos comunes frente al reordenamiento internacional de las regiones.
El acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Canadá y la Asociación Económica Integral, que se propone una agenda que no solo brega por el libre comercio entre China, Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda y diez países asiáticos sino que busca también integraciones productivas, nos obligan a comprender la importancia de la integración regional que debe trascender la dimensión comercial.
El MERCOSUR necesita fortalecerse, afianzar los caminos recorridos y explorar los nuevos.
El acuerdo Unión Europea-MERCOSUR debe revalorizarse como instrumento de desarrollo vital en este momento de reordenamiento mundial. Su agenda, la de la revolución digital, la preservación del medio ambiente y el desarrollo sustentable en el marco de la defensa de los derechos humanos y la democracia representativa, es la nuestra.
Las reacciones nacionalistas y la creencia de que la argentina tiene algún tipo de superioridad moral o ideológica respecto de los países vecinos son perspectivas equivocadas que confunden gobierno con Estado y que nos condenan al aislamiento internacional con consecuencias impredecibles.