Ya está, ya ocurrió. Lo que para muchos argentinos era una inquietante amenaza, ahora es una realidad: Javier Milei, el excéntrico mediático, ya ha recibido el bastón de mando y es el Presidente de la Nación Argentina.
En estas primeras horas, prima el desconcierto, porque Milei es impredecible y las señales que podrían anticipar el futuro son confusas. LLA no es un partido con ideas, sino una etiqueta vacía que no produce cohesión de ningún tipo entre sus miembros. En el Presidente y su equipo más cercano hay un gran desconocimiento del funcionamiento interno del Estado, que por otra parte, tiene una burocracia politizada y poco profesional. En síntesis, no hay estructuras de contención.
Por otro lado, el gabinete que ha designado no es una coalición, ni siquiera es un equipo. Es una mezcla de allegados sin inexperiencia política, de allegados con algo de experiencia, y de ministros de otros partidos cooptados a título individual. Y una distribución similar se encuentra en otras líneas importantes de la administración, donde se agregan schiarettistas, y hasta massistas y exkirchneristas que continúan en sus mismos cargos o en puestos similares. Es cierto que los primeros gabinetes no suelen ser los definitivos, pero cuando no hay partidos ni una dirección clara, el rumbo del gobierno depende mucho de los nombres. Habrá que tener paciencia para ver si el Presidente logra, finalmente, imponer una dirección definida (la “Oficina del Presidente Electo” fue turbulenta), si las primeras medidas anunciadas se compaginan en un plan de gobierno, o si por el contrario, su administración estará segmentada en diversos compartimentos con diferentes grados de coordinación y autonomía.
Su discurso inaugural tampoco dio muchas pistas. Fue básicamente una denuncia del calamitoso estado de la economía que recibe, para justificar un accionar rápido e inconsulto. Sin ninguna mención a la institucionalidad democrática, sin un modelo de sociedad que incluya o convoque, ni planes prospectivos, el discurso aspiró a crear un nuevo relato fundacional que dice, una vez más, cambiar la historia del país. A pesar de algunas menciones a presidentes fundadores y citas a autores liberales, fue un típico discurso populista que divide las aguas entre el bien y el mal.
Pero en gran medida, el camino del gobierno y la suerte de Milei dependerán de que se haga una interpretación correcta del mandato que recibió de las urnas, y por lo tanto, de qué delivery espera la ciudadanía de él. Las poquísimas personas de LLA que parecen estar pensando los temas político-estratégicos, así como las usinas conceptuales de Macri, a los que se suman algunos sectores de la prensa, parecen seguir el diagnóstico del propio Milei: el 56% de los votos que obtuvo en la segunda vuelta le ha encomendado ajustar la economía, prender la motosierra, liberar a los individuos de la opresión estatal, y transformar los lazos sociales en transacciones de mercado. En una palabra, Milei habría ganado ampliamente gracias a su ideología (que incluye, además, cierta reivindicación de la última dictadura). Varios fragmentos de su discurso inaugural han respaldado esta lectura.
Hay, sin embargo, otra interpretación posible: Milei ganó no gracias a su ideología, sino a pesar de ella, es decir, ganó por el hartazgo anti-establishment en un país que en los últimos cuarenta años ha retrocedido prácticamente en todos los indicadores económicos y sociales. Según esta segunda lectura, Milei no ganó porque el electorado argentino ansiaba tener al primer presidente libertario en la historia de la humanidad, sino porque era lo que tenía a mano para castigar a su clase dirigente, como ya lo hizo gran parte del electorado de América Latina.
Como puede advertirse, que la presidencia de Milei sea entendida como una entrada a “un nuevo contrato social”, como él dijo al asumir, o por el contrario, como una salida de un angustiante statu quo, debería tener consecuencias políticas distintas. La gobernabilidad deberá ser cuidadosamente observada en ambos casos, pero la primera interpretación empujará al gobierno a una intransigencia peligrosa no solo en su relación con el Congreso sino también con la propia ciudadanía, único punto de apoyo que tiene hoy Milei. Pero varios estudios han mostrado que sus propuestas más radicalizadas son minoritarias en la opinión pública. ¿Dónde está entonces realmente su capital político? ¿Tiene algún albacea para administrarlo, o solo conocidos que quieren rapiñarlo?
Se abren demasiadas preguntas, porque como presidente, Milei es todavía un signo de interrogación y el devenir de la Argentina es aún indescifrable.
Publicado en Perfil el 16 de diciembre de 2023.
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