Ni que hablar de la ingenuidad estratégica de depender del ingreso de productos chinos y la energía rusa.
Uno de los primeros indicios de cambio fue la rápida caída en el prestigio de Angela Merkel, otrora ícono de la derecha moderada. Su legado quedó cuestionado por dejar a Alemania atada a una dependencia rusa que le restó margen de maniobra luego de la guerra en Ucrania.
Esa etapa podría estar llegando a su fin.
La derecha empieza a entender que su seguidismo hacia la izquierda no le aporta ningún rédito político.
O peor aún. Es que en ese vacío comenzaron a surgir opciones más radicales, que retomaron sin complejos un programa abandonado por corrección política.
Solo con el avance decidido de opciones alternativas desde la misma derecha —o por un nuevo conservadurismo, como se prefiera llamarlo— algunas derechas tradicionales volvieron a atender el terreno que habían dejado vacante.
La seguridad europea y la guerra
El tema que más claramente ha regresado a la agenda política es el de la seguridad.
Tanto a nivel nacional como en el seno de la Unión Europea. En este terreno, la presión de la OTAN —y del presidente estadounidense Donald Trump— ha sido clave.
Pero fue la guerra entre Rusia y Ucrania la que terminó de abrir los ojos de muchos y de despertar viejos fantasmas. Finlandia y Suecia, por ejemplo, no lo dudaron: dejaron atrás sus exquisiteces nórdicas —ideales para series como Borgen— y, tras décadas de neutralidad, se incorporaron formalmente a la alianza atlántica.
Pedro Sánchez, la voz disonante y en declive
Además, en la última cumbre de la organización, los países acordaron aumentar su presupuesto de defensa hasta alcanzar el 5% del PIB hacia 2035.
España, una vez más, fue la voz disonante, expresando su resistencia desde una postura tan ideologizada como geográficamente distante del conflicto ucraniano, sobre todo en comparación con varios de sus socios europeos.
Aun así, Pedro Sánchez logró una piadosa excepción que le permite mantener el gasto militar en torno al 2,1% del PIB y, más aún, encontró en ello una nueva bandera para seguir polarizando en un escenario político nacional que le es cada vez menos favorable.
La imagen de esta semana muestra al presidente del Gobierno español en Chile, acompañado por Lula da Silva (Brasil), Gustavo Petro (Colombia), Gabriel Boric (Chile) y Yamandú Orsi (Uruguay).
Al líder socialista español se lo ve más cómodo entre los discursos anacrónicos de la izquierda latinoamericana que junto a sus pares europeos.
Pese a ello, los números son inapelables: Europa fue la región que más incrementó su inversión en defensa —armamento— respecto al año anterior.
En paralelo, países como Alemania, Polonia y los países bálticos avanzan con rearmes nacionales a ritmo acelerado.
Pero incluso la cuestión de la seguridad europea, la guerra y todo lo que la rodea, parece más fácil de abordar que el tema de los inmigrantes.
Inmigración: ¿el último tabú comienza a resquebrajarse?
Otro asunto que empieza a ganar espacio —aunque con enormes resistencias— es el de reconsiderar la política de inmigración del bloque.
Durante décadas, la élite europea impuso un consenso simbólico y político que la consagró como un tema intocable.
El progresismo populista, que veía en los inmigrantes un electorado futuro, y el mundo académico y cultural, que blindó esa visión con una pátina de corrección política y cancelación, consolidaron un discurso único.
En ese contexto, cualquier intento —incluso solo de debatir— el fenómeno migratorio era automáticamente tachado de racista.
En las últimas semanas, varios hechos reflejan ese posible cambio de rumbo.
Los cambios en Portugal, Grecia y Alemania
Portugal, gobernado por una coalición de centroderecha, aprobó una reforma migratoria que restringe el acceso a la residencia, la ciudadanía y la reunificación familiar.
La nueva legislación endurece los requisitos laborales y crea una unidad policial para deportaciones de migrantes ilegales.
El gobierno griego, también de orientación conservadora-liberal, anunció una nueva ley que impondrá penas de prisión a los inmigrantes cuya solicitud de asilo fuera rechazada y no abandonen el país.
La medida fue criticada por ACNUR y el Consejo de Europa, por constituir una violación al derecho de asilo.
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha optado por pagar una multa diaria de un millón de euros impuesta por la Unión Europea en lugar de aceptar inmigrantes, sosteniendo que no es un gasto, sino la mejor inversión en seguridad interna y una forma eficaz de proteger al país.
Alemania tampoco se quedó atrás y sorprendió con la deportación de 81 afganos en vuelos coordinados con Qatar y con el consentimiento tácito de los talibanes —a quienes, paradójicamente, Berlín no reconoce como el gobierno legítimo de Afganistán.
La medida fue cuestionada tanto por sectores del oficialismo como de la oposición.
Incluso las Naciones Unidas exigieron detener las deportaciones, advirtiendo que los repatriados podrían ser víctimas de represalias, abusos o tortura.
La defensa y la inmigración han vuelto al centro del debate europeo. Lo que parecía sellado comienza a resquebrajarse ante un nuevo clima social y político. ¿Se trata de un recambio de gobiernos o asistimos al inicio de una revisión profunda dentro de las élites del continente?
El espejo español de Torre Pacheco
En España, los disturbios en Torre Pacheco (Murcia) encendieron tensiones sociales que evidencian una desconexión creciente entre el discurso oficial y el malestar de parte de la ciudadanía.
El Partido Popular, alineado durante años con la agenda de Bruselas, hoy debe endurecer su discurso para consolidarse como alternativa real frente al gobierno de Sánchez.
La política europea nos tiene acostumbrados a una dinámica pendular: primero se ocultan problemas estructurales, y luego se los enfrenta de forma abrupta y desmedida.
Tal vez todavía esté a tiempo de encarar con sensatez el debate sobre el futuro, buscando un equilibrio entre sus desafíos demográficos y los principios históricos del pensamiento occidental.
Las élites de la segunda mitad del siglo XX supieron, en muchos casos, leer el clima de época, escuchar a sus sociedades y dar forma a un proyecto colectivo.
Hoy enfrentan un dilema parecido: reconstruir ese vínculo o persistir en una burbuja ideológica, cada vez más alejada de la realidad.
Y cada vez más cerca de estallar.
Publicado en El Observador el 24 de julio de 2025.
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