viernes 18 de octubre de 2024
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Sarmiento, ante un nuevo aniversario

Dicen que los argentinos tenemos la costumbre de la “tanatofilia”: es decir, en lo que hace a las grandes figuras, recordamos la fecha de su muerte, no la de su nacimiento.

Tal ocurre con Domingo Faustino Sarmiento: nos acordamos de él el 11 de septiembre, -Día del Maestro- que es el día que falleció en Paraguay, en 1888.

Y no de cuando llegó a este mundo.

En San Juan el 15 de febrero de 1811.

Por eso Sarmiento decía que “tenía la edad de la Patria”.

Dijeron de él muchas cosas, pero según uno de sus biógrafos, Manuel Gálvez, “nadie se animó a decirle pequeño o mediocre”.

El poeta Almafuerte escribió que Sarmiento es “de los que rasgan por gigante su piel de estatua dura”.

Vivió su infancia en San Juan, una provincia pobre, atrasada y marginada.

Más allá de la escuela primaria, no tuvo posibilidad de estudiar: fue autodidacta, se formó a los golpes, a los ponchazos, en una vida dura.

Él mismo lo relata vívidamente en su libro de memorias “Recuerdo de Provincia”

Resulta conmovedor sobre todo el recuerdo de su madre, esa mujer heroica y sacrificada que crió con gran esfuerzo a sus hijos, doña Paula Albarracín.

Muy joven, tratando de sacudir la modorra y monotonía provinciana, junto a otros muchachos sanjuaninos fundó un periódico local, “El Zonda”.

Lo que escribía no gustó a los mandones de la época: era el tiempo de la dictadura de Rosas y sus seguidores provincianos, como Benavídez en San Juan. El joven Sarmiento fue arbitrariamente encarcelado. Y luego desterrado a Chile.

“No se matan las ideas”, escribió encima de unas piedras antes de marcharse forzadamente.

Quizá el primer “graffitti” de la época.

El exilio y el Facundo

En Santiago de Chile tuvo una prolífica actividad en el periodismo. Fundó el diario que, hasta hoy, es el más importante de Chile, “El Mercurio”.

No sólo eso, se ocupó en la enseñanza y también actuó en política.

Escribió un “Método de Lectura Fácil”, donde, para simplificar, proponía eliminar la “h” muda, la “q” , la “z” y la “v”.

Se escribiría, por ejemplo, “ciero comer uebos”

Hacia 1840 dio luz a su máxima creación: un libro notable, el “Facundo”; pretendiendo ser un alegato contra la tiranía rosista, en realidad se transformó, aparte de un interesante trabajo sociológico, en una pintura hermosa y elocuente de la pampa, su geografía, su naturaleza y tipos humanos.

Jorge Luis Borges decía que debía ser nuestro libro nacional, en vez de “Martín Fierro”.

Se reprocha a Sarmiento ciertas enormidades que escribió al fragor de la lucha, por ejemplo eso de “abonar el suelo con sangre de gauchos”.

Es cierto, escribió eso y otras cosas duras, contra los gauchos, los indios o los negros.

Pero muchos otros que decían defender al gaucho no hicieron ni la décima parte de lo que hizo él para mejorar la condición social y educacional de los de abajo.

A muchos caudillos les interesaba el gaucho, pero sólo para usarlo como carne de cañón.

Cuando Urquiza se pronunció contra Rosas, Sarmiento se apresuró a volver de su largo exilio.

Formó parte del Ejército Grande como “boletinero”.

Él quería ser militar, pero Urquiza le dijo “cada cual en lo suyo, señor Sarmiento”.

Peleó en la batalla de Caseros, y fue el primero en ocupar la residencia de don Juan Manuel en Palermo, en cuyo escritorio escribió el último parte de guerra.

Después, se peleó con Urquiza, discutió fuerte, y sin razón, con Alberdi, ingresó de lleno a la política porteña, donde, a raíz de sus proyectos para modernizar el país, su obsesión por fundar escuelas y sus duras polémicas con diversos personajes, donde su lenguaje sin concesiones, llamaba al “pan, pan y al vino, vino”, hizo que lo trataron de “loco” y le hicieron mil y una zancadillas.

Finalmente, para alejarlo del escenario de las luchas, el presidente Bartolomé Mitre lo mandó a Estados Unidos como embajador.

Allí tomó contacto con intelectuales y educacionistas e imaginó un plan para traer un contingente de maestras norteamericanas.

Un grupo de jóvenes encabezados por Lucio V. Mansilla, amigo de su hijo Dominguito, en la Guerra del Paraguay, lanzó, un poco en broma, la candidatura de Domingo Sarmiento a Presidente.

Lo curioso es que, contra lo que se esperaba, la postulación cobró enorme fuerza.

Y finalmente, por una combinación de casualidad, suerte y una serie de coincidencias, felices unas, desgraciadas otras (la muerte de Dominguito en Curupaytí), salió electo.

En el gobierno

No bien regresó al país, y asumió su alto cargo, mandó a hacer un censo: se concretó en 1869. Los argentinos eran por entonces 1.836.490, de los cuales el 31% habitaba en la provincia de Buenos Aires, 5% era indígena y 8% europeo. El 75% de las familias vivía en la pobreza, en ranchos de barro y paja. Los profesionales sólo representaban el 1% de la población.

Pero esto era lo peor: más del 80% de la población no sabía leer ni escribir.

Conocido esto, Sarmiento reunió a sus ministros. Les informó los datos, y les dijo:

“Señores: un pueblo ignorante elegirá siempre a Rosas. Hay que educar al soberano. Hay que hacer de la República una gran escuela”.

Las escuelas fundadas durante su Presidencia rondaban el millar.

Al ocupar la Presidencia había aproximadamente 30.000 chicos en las escuelas.

Al terminar su mandato, en 1874, el número sobrepasaba los 120.000.

Procurando crear un ejército y armada profesional, creó la Escuela Naval y el Colegio Militar.

Sarmiento había aprendido en los EE.UU. la importancia de las comunicaciones en un país extenso como el nuestro. Durante su gobierno se tendieron 5.000 kilómetros de cables telegráficos y en 1874, poco antes de dejar la Presidencia, pudo inaugurar la primera línea telegráfica con Europa. Modernizó el correo y se preocupó particularmente por la extensión de las líneas férreas: de 573 Km. pasó a 1400 Km.

Los barcos a vapor surcaban los ríos. La agricultura y la industria recibieron un gran impulso. Se realizó, con gran éxito en Córdoba, la primera Exposición Industrial.

Creó la contaduría nacional y el Boletín Oficial.

Argentina era por entonces un inmenso país despoblado: el gobierno de Sarmiento fomentó la inmigración y miles de europeos comenzaron a venir a estas tierras. En pocos años la población se triplicó.

Las ideas políticas sarmientistas

Sarmiento había llegado al poder sin partido: el mitrismo liberal le hacía una oposición enconada, en el Congreso y la prensa.

Las diferencias eran de concepciones: Mitre era un admirador del sistema inglés, tanto en la política como en economía. Sarmiento, en cambio, simpatizaba más bien con el concepto moderno de democracia que se practicaba en Estados Unidos.

Si bien Sarmiento provenía del bando unitario, su aguda observación de los Estados Unidos y el dinámico sistema federal vigente en el país del Norte, lo transformaron en un ferviente admirador del “federalismo”. No de un partido o fracción, sino de un sistema de gobierno.

Para contrarrestar la oposición furibunda de los liberales porteños, Sarmiento buscó un acuerdo, una alianza con los “federales” del interior.

Urquiza era el jefe reconocido, de los federales.

Y Sarmiento acompañado de calificada delegación, vino con ese objeto a Entre Ríos.

Hubo fiestas, bailes y una calurosa recepción en el Palacio San José: los dos hombres, otrora tan enemistados, ahora se entendían a la perfección. “Sé que Entre Ríos se ocupa de las escuelas. Ayúdelas, en su nombre y el mío”, decía Sarmiento en carta a Urquiza.

Sarmiento acordó con Urquiza la fundación de escuelas -la más importante la Escuela Normal de Paraná- la venida de un contingente de educadoras norteamericanas a Entre Ríos, la extensión del ferrocarril y el telégrafo a la Provincia. Pero, lo más importante: un acuerdo político que fusionara las fuerzas de uno y otro, transformando al Federalismo en el partido oficial. Pocos conocen que, entre otras cosas, se acordó entonces la posibilidad de trasladar la capital a Rosario, en Santa Fe, o a otro punto en la provincia de Córdoba, hablándose de Río Cuarto.

El acuerdo Sarmiento-Urquiza pudo generar inmejorables condiciones para el desarrollo armónico y equilibrado del país.

El acuerdo frustrado

El levantamiento de López Jordán, en abril de 1870, el asesinato de Urquiza, y la cruenta guerra desatada, frustraron lamentablemente estas posibilidades: el cambio de capital quedó definitivamente postergado. La inauguración de la línea ferroviaria a Federación y la apertura de la Escuela Normal de Paraná se retrasaron casi tres años. Las docentes norteamericanas no pudieron desembarcar en Paraná. Los 80.000 inmigrantes catalanes, excepcionalmente aptos para la agricultura, no vinieron. Entre Ríos fue intervenida, quedó postrada y desangrada. Y nunca más volvió a ser la segunda provincia de la República.

En lo que se considera algo así como su “testamento” dijo Sarmiento:

“Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que mía de mi patria, endurecido a todas las fatigas, acometiendo todo lo que creí bueno, y coronada la perseverancia con el éxito, he recorrido todo lo que hay de civilizado en la tierra y toda la escala de los honores humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo; he sido favorecido con la estimación de muchos de los grandes hombres de la Tierra; he escrito algo bueno entre mucho indiferente; y sin fortuna que nunca codicié, porque ere bagaje pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que yo esperé y no deseé mejor que dejar por herencia millones en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, de que yo gocé sólo a hurtadillas”.

Cuando terminó su gobierno, el nuevo presidente Nicolás Avellaneda le preguntó que quería ser. Sarmiento le contestó “Nómbreme inspector de escuelas”. Sorprendido, Avellaneda complació su deseo. En una de las primeras visitas a una escuela, Sarmiento le reprochó al maestro que los alumnos no sabían escribir correctamente. El maestro le contestó que no era tan importante.

Sarmiento fue al pizarrón y, delante de todos los chicos, escribió:

“El maestro dice: el señor Inspector es un burro”.

El maestro dijo entonces: “Señor Sarmiento, yo no dije eso de usted”.

Entonces Sarmiento corrigió:

“El maestro, dice el señor, Inspector: es un burro”.

¿Ve señor maestro la importancia de escribir correctamente?

Publicado en Análisis Digital el 10 de septiembre de 2024.
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