Existe un razonamiento recurrente -esgrimido por igual por peronistas, militares, libertarios y conservadores- que señala como uno de los males de la democracia a la politización de la universidad; quieren que sea laudatoria del poder (como lo hace históricamente el peronismo) o intentan darle a la universidad una dinámica similar a una escuela de cocina (como soñaron militares y autoritarios). Postura que implicó en el pasado el silenciamiento cultural en la Universidad, inolvidable e imperdonable.
Hoy no es comprensible que modelo tiene de Universidad el oficialismo, promueve el modelo escuela de cocina (cuando combaten la política en la Universidad) para pasar al esquema laudatorio del poder cuando piden que se enseñe su verdad en las aulas y se excluya las otras verdades.
Milei no pasó por la Universidad de Buenos Aires (aunque a veces algunos mientan su paso allí) y carece de una experiencia personal en la Universidad Pública, a la cual desprecia, aunque esta postura le haya generado la mayor movilización de su gestión para ponerle límites, apadrinada por las universidades y el reformismo.
A contramano de la historia ha elegido para conducir el sistema universitario al hijo del fundador de “Guardia de Hierro” (nombrada así en homenaje al partido rumano que colaboró con los nazis), que fue kirchnerista hasta el 2020 y es la fuente de los ataques a la Universidad Pública.
Hace 58 años se destruyó la democracia en la universidad: En el golpe contra Arturo Illia se unieron el sindicalismo, el peronismo y los militares para eliminar los partidos políticos y, en definitiva, a la democracia. A los pocos días del golpe, Juan Carlos Onganía decide intervenir las universidades en la posteriormente llamada Noche de los Bastones Largos, correlación histórica universitaria del golpe. Lo hace destruyendo -una vez más- lo construido por el reformismo. Había comenzado una larga noche para las aulas, una que terminaría en 1983 con la victoria de Raúl Alfonsín y una nueva restauración reformista.
La democracia universitaria es el correlato obvio del vendaval radical que con Hipólito Yrigoyen construyó la democracia en la Argentina.
No es aceptable para los autoritarios el complejo mundo de una universidad donde pensar es la regla, el discurso único no existe y las respuestas se obtuvieron -siempre relativas- por el voto.
Si algo significa la Universidad reformista es la aceptación de que el discurso único es desterrado, que frente a los clarividentes que tienen todas las soluciones hay que aceptar diversidad de razonamientos, y que a las certezas hay que anteponer las dudas. Nada de eso era comprensible por Onganía, un general con pocas luces.
También hay que entender que el reformismo tiene su origen en la vieja universidad medieval, que surge cuando Carlomagno entiende que la continuidad y permanencia de un sistema político requiere un doble basamento: por un lado, es necesario un ordenamiento normativo coherente, y por el otro, un esquema de creencias que, lejos de fosilizarse, permita la renovación y el enriquecimiento de las mismas.
Comprendió que la cultura, que en un principio se presentaba como una molestia y un estorbo para los poderosos, era, sin embargo, indispensable para el ejercicio prolongado del poder. Santo Tomás de Aquino sostenía que: “la misión universitaria no consiste en saber qué dicen los libros, sino en encontrar la verdad”, así las raices del reformismo se nutren de la historia de la Universidad.
La reforma universitaria de 1918 inauguró en la Argentina la libertad de espíritu, el derecho al disenso, el debate creativo.
El movimiento reformista que condujo la Universidad desde 1918 había sido destrozado en la UBA en otra noche que comenzó por esas cosas que dan vergüenza ajena: una solicitada.
En los tiempos que el Gran Consejo Fascista había destituido a Benito Mussolini, en la Argentina era imposible apoyar la causa aliada sin exponerse. El 15 de octubre de 1943 una serie de personalidades encabezadas por Bernardo Houssay firmaron una solicitada apoyando a la causa aliada en la Segunda Guerra Mundial, y el Gobierno del 4 de junio entró en cólera; dispuso que todos los firmantes de la solicitada fueran cesanteados de los cargos en la administración pública y las universidades. La Universidad de Buenos Aires era dirigida por Carlos Saavedra Lamas, y la de La Plata por Alfredo Palacios. Ambos se negaron a entregar la lista de los profesores a cesantear y ambas universidades fueron intervenidas. La Plata tuvo sus bastones largos en 1945, en ella fueron apaleados dirigentes reformistas como René Favaloro. Tras la intervención fue expulsado Bernardo Houssay y por solidaridad con él renunció Alejandro Leloir. La universidad fue entregada por el ministro Gustavo Martínez Zuviría (un conocido fascista que firmaba como Hugo Wast) a la militancia afín, que luego se amoldó al discurso del peronismo pleno del año 1946. Pasaron de ser representantes del falangismo a un peronismo pleno, sin sufrir demasiado. Fueron años en los que se cambió libertad y pluralidad por adoctrinamiento, por ser serviles con el poder. Y ese cambio implicó perder nivel académico, perder la capacidad de discutir, de razonar.
Luego volvió por diez años el reformismo -entre 1956 y 1966- dando a la universidad de Buenos Aires una era de oro, donde reformistas y humanistas disputaban en las urnas, en cada claustro y facultad el voto. La universidad recuperó su prestigio académico y de investigación científica, teniendo un nuevo amanecer, rápidamente eclipsado.
La noche de los bastones largos fue el fin de esa era de oro, y nuevamente los docentes fueron expulsados masivamente.
El peronismo ganó las elecciones en 1973 y entendió que la reforma no valía la pena y pasó de los rectores filo-montos -esa versión cool del fascismo criollo- a los fascistas clásicos, como Ottalagano, sin sonrojarse, en ese mundo la reforma tampoco tenía lugar. La llegada del proceso hizo la noche más oscura, más violenta, más temible.
Por eso hubo un día en el que se logró recuperar la reforma perdida, fue con la recuperación de la democracia, en el ‘83. Desde allí democracia y reforma fueron de la mano. Irrumpe con fuerza Raúl Alfonsín, quien no solo reconstruye la democracia en el país sino que hace revivir la universidad reformista. Hoy quedan cosas pendientes: por un lado, las nuevas universidades carecen de un espíritu reformista, atrasan un siglo. Por el otro, debemos evitar una reforma anquilosada, debemos ser capaces de rediscutirla, de no enamorarnos del pasado.
Pero, la reforma renacida significa transformar a la Universidad en órganos generadores de pensamiento, ámbitos de discusión y debate de ideas, no meros enseñaderos. Esto no significa inaugurar el caos. Significa reedificar una de las instituciones de la democracia, en donde el derecho está al servicio de la vida. Significa, sencillamente, continuar escribiendo en las Universidades, como siempre, la historia de la libertad.