sábado 21 de junio de 2025
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Reforma migratoria libertaria: alboroto, restricciones y nada nuevo bajo el sol

Con una narrativa a contramano de la cultura de solidaridad y hospitalidad que caracteriza desde el siglo XIX a la sociedad argentina, el gobierno sigue sin presentar propuestas que atraigan e integren a extranjeros en áreas clave en las que podrían aportar, como educación, ciencia o tecnología

El gobierno libertario de Javier Milei aceleró para ejecutar una reforma migratoria que tiene como objetivo endurecer las condiciones de ingreso de extranjeros, así como ponerles más trabas para obtener una residencia y hacerles cuesta arriba —si es que así lo desean— acceder a una carta de ciudadanía, que en la práctica les otorga la nacionalidad argentina. En lugar de hacerse con debates y análisis desde el Congreso, con aportes de expertos o colectividades, se optó por un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU), por lo que es cuestión de poco más que una firma y la publicación en Boletín Oficial para que entre en vigencia.

Como acostumbran desde el primer día, los libertarios intentan manejar la discusión pública e imponer los temas en la agenda. Lo hacen con un discurso prepotente, siempre al borde de la violencia. En apariencia parten de la premisa de que los otros, en este caso los extranjeros, son unos abusadores, que no tienen otro propósito que dañar o abusar del sistema. En ese sentido rompen con uno de los pilares que sostienen al imaginario de la sociedad desde que Argentina se formó como país, con millones de inmigrantes que llegaron principalmente a bordo de barcos, desde cualquier otra tierra inhóspita, e hicieron de esta su casa y la de sus familias, que hallaron oportunidades, trabajo, estudios y prosperidad. La motosierra desafía contra principios como la solidaridad, la hospitalidad y la integración cultural, arraigada entre tantos que aún hoy recuerdan las historias de sus abuelos, bisabuelos o padres.

“Desde hace tiempo tenemos una normativa que invita al caos y al abuso de muchos vivos, que lejos están de venir a este país de forma honrada a construir un futuro de prosperidad”, dijo el vocero presidencial Manuel Adorni el miércoles, en la que fue su tercera conferencia en la última semana de campaña electoral a la Legislatura porteña, donde él mismo encabezaba la lista de La Libertad Avanza.

En un comunicado de la Oficina del Presidente Javier Milei reforzaron sus acusaciones en esa dirección.

“Las facilidades extremas que hasta la fecha existían para ingresar a la Argentina hicieron que, en los últimos 20 años, inmigraran 1.700.000 extranjeros de forma irregular a nuestro territorio. Esta medida busca instaurar orden y sentido común en un sistema que, lamentablemente, y debido a la complicidad de políticos populistas, había sido desvirtuado”, se lee en un párrafo del texto.

Se insiste en que los “pagadores de impuestos sufren las consecuencias de extranjeros que ingresan únicamente para hacer uso y abuso de recursos que no son suyos” y se señala, entre otras cuestiones, al sistema sanitario o la educación pública. De ahí que decidieron arancelar la atención en hospitales o universidades nacionales para residentes temporarios, sin que se tome en cuenta que son, en todo caso, personas que muy probablemente trabajan —o estudian— y pagan impuestos precisamente porque no son turistas ni están de paso ocasionalmente.

Mucho ruido, promesas viejas, falsas acusaciones

Parte de lo que se supone que el gobierno de Milei intenta vender como cosas nuevas están, desde hace años, en práctica.

Tanto en el comunicado de la Oficina del Presidente como en boca de varios funcionarios, como Adorni o la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, se indica que a partir de ahora se les pediría a los inmigrantes que presenten antecedentes penales, tanto para tramitar una residencia (temporaria o permanente) o la carta de ciudadanía.

Eso, desde hace años, es obligatorio. Porque toda persona que se registre de manera regular, con los procedimientos y leyes actuales, presenta su pasaporte, unos antecedentes penales de su país de origen, más otros de la Argentina —los tramita la propia Dirección Nacional de Migraciones— y además, el día que acuden a su turno presencial, se les toman las huellas dactilares y una fotografía, de manera tal que si alguno fuese criminal, es improbable que no salte una alerta.

Si un residente temporario cambia su estatus a permanente ese mismo proceso se repite. Y en caso de que quiera convertirse en ciudadano argentino, entre el procedimiento al que se somete por parte de un juzgado civil y comercial federal, está el ser revisado por la Policía Federal y la Interpol, para confirmar que no tiene ninguna causa pendiente ni en territorio argentino ni en el exterior. A eso se suma, además, que debe presentar medios ingresos y medios de vida legítimos.

Cuando se trata de un extranjero con nacionalidad de algún país miembro o asociado al Mercosur, está la facilidad recíproca para, una vez superado el trámite, se obtenga recién la residencia y el DNI. Si la persona proviene de otros países, debe ser familiar directo de un argentino o extranjero con residencia permanente para iniciar el proceso. En caso contrario debe contar con algún contrato laboral o demostrar, por ejemplo, que viene por motivos de estudio o humanitarios como estipula la legislación.

Dicho de otro modo, resulta falso que se regalen DNI o cartas de ciudadanía, como circula ocasionalmente entre bulos de redes sociales.

En cuanto a que “en los últimos 20 años, inmigraran 1.700.000 extranjeros de forma irregular a nuestro territorio”, como acusa la Oficina del Presidente sin citar fuentes, la cifra resulta difícil de creer debido a que en la Argentina residen un total de 3.033.786 de inmigrantes según el Censo Nacional de 2022. Aun cuando se pueda tener la creencia de que las fronteras son porosas, y si se lee con ambigüedad la comunicación libertaria, no quedaría claro si se refieren a que la mitad de los extranjeros residen “irregularmente” o si hay casi dos millones de personas al margen del sistema y que se suman a los residentes regulares.

Sin proyecto ni rumbo

Desde hace más de 150 años la Ciudad de Buenos Aires no para de recibir inmigrantes provenientes de todas partes del mundo, con diferentes orígenes, idiomas, costumbres e ideas. En 1869 contaba con casi 90.000 extranjeros radicados, que hacia 1880 treparon hasta 150.000, con lo que alcanzaron a ser la mitad de la población, según reconstruye la historiadora Hilda Sábato en La política en las calles. Cada año, señala, arribaban personas al puerto de Buenos Aires en búsqueda de trabajo, refugio, fortuna y un mejor devenir al que podían acaso soñar en sus lugares de origen. Había genoveses, napolitanos, gallegos, vascos, rusos, judíos. De este lado del Atlántico se encontraban con teatros, fábricas, escuelas, y en las primeras décadas del siglo XX fueron de los pioneros en experimentar transmisiones de radio, venta de diarios y revistas, cines, e incluso el primer Subte de Sudamérica.

Los censos nacionales del Indec demuestran, desde el primero en 1869 hasta el más reciente en 2022, que en la Argentina siempre hubo migrantes. En 1895 eran 1.004.527, 25,2% sobre la población total del país, y en 1914 2.357.952, o sea 29,9% de entre toda la población.

Para 1970 9,5% de los habitantes de la Argentina eran inmigrantes. En 1980, 6,8%; en 2010, 4,5%. Y en 2022, con 3.033.786, son alrededor de 4% según un estudio de la Dirección Nacional de Población, publicado en agosto de 2022, con base a información de Renaper.

En los siglos XIX, XX o XXI, con democracia o regímenes militares, con gobiernos radicales o peronistas, o más recientemente de kirchneristas o de Juntos por el Cambio, se mantuvo la idea de incorporar e integrar a los inmigrantes a la Argentina.

El expresidente radical Marcelo T. de Alvear, en una entrevista concedida a La Razón el 22 de junio de 1939, se lamentaba de que hubiera quienes pusieran en duda los beneficios de políticas públicas proinmigrantes. “El país se ha achicado espiritualmente porque pareciera que ya no pensamos con amplitud, con generosidad. Así vemos limitar la entrada al país de los inmigrantes-extranjeros”. En esa misma nota agregaba: “Una parte de nuestros políticos destacados, que han servido con eficacia y dignidad a la Nación, fueron o son hijos de inmigrantes de primera generación. Esos extranjeros se han adaptado al país y lo han enriquecido. Pero ahora se piensa en pequeño, las puertas se cierran”.

  1. de Alvear subrayaba que antes que él, Domingo Faustino Sarmiento ya soñaba con “100 millones de argentinos congregándose en torno a la bandera patria”, un objetivo que hoy, en 2025, lejos está de cumplirse con una población que no llega a 50 millones.

Más entrado el siglo XX, en 1983, el cierre de Raúl Alfonsín en sus actos de campaña cuando estaba por reabrir las puertas de la democracia vigente hasta ahora, era precisamente el preámbulo de la Constitución, ese mismo que prevalece desde 1853. “Para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo argentino”.

Todos esos ideales lucen amenazados por la motosierra, emblema libertario con el que Milei se ufana de romper con todo lo que no le simpatice. No se vio, de momento, ningún proyecto para atraer médicos, docentes, científicos o investigadores que vengan a enriquecer el sistema educativo o sanitario argentino. Por el contrario, con Adorni al frente, se habla con desdén de que haya extranjeros en universidades públicas, especialmente en la facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.

Se suele invitar a inversionistas o empresas extranjeras, pero sin poner el foco en la parte humana, familiar o cultural de las personas o en generar lazos entre comunidades. Tampoco se aborda cómo poblar regiones como el norte o sur, con amplios territorios donde habitan, en varios casos, menos de un millón de personas, en contraste con el Área Metropolitana de Buenos Aires, que con poco más de 13 millones de personas, concentra casi un tercio de todas las personas que viven en la Argentina.

Son estas solo algunas peculiaridades —cuando no contradicciones— de funcionarios como el propio Milei, que ventilan discursos nacionalistas pero tienen doble ciudadanía. O se quejan de la baja de natalidad pero no tienen hijos. O fantasean con un premio Nobel al tiempo que recogen galardones de dudosa procedencia.

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