miércoles 11 de diciembre de 2024
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Recuerdos de Raúl Alfonsín

Recuerdo a Raúl Alfonsín desde que yo era pequeño, él -como Ricardo Balbín- era alguien que conocía, con el que hablaba y de vez en cuando me encontraba.
Raúl Alfonsín había hecho siempre política en el radicalismo, desde que era un joven abogado en los tiempos duros del primer peronismo, donde fue concejal.
Él era de Chascomús, un pueblo en ese tiempo sin siquiera un colegio secundario, pero con una profunda tradición democrática que venía de los tiempos de las peleas entre unitarios y federales. Abrazó desde joven la corriente de la intransigencia radical, pero en Chascomús dominaban los unionistas. Se presentó a internas hasta que triunfó en 1955, tras dar un paso impactante como concejal, donde pese a haber entrado por la minoría fue electo presidente del bloque radical. A partir de allí fue el favorito de Ricardo Balbín, que lo llevó a ser vicepresidente del bloque radical de diputados, en la presidencia de Arturo Illia.
En numerosas ocasiones iba preso durante el peronismo, en esa manía de poner presos a los que pensaban distinto. Igual estaba cómodo, siempre estaban sus amigos compartiendo la vivienda en la comisaría al mismo tiempo.
En 1971 se lanzó a recorrer el país convocando a los jóvenes, no buscaba brazos para los fusiles, buscaba persuadirlos de la necesidad de una sociedad democrática, los instaba a afiliarse y a construir ese radicalismo. Me tocó conocerlo cuando mi padre lo acompañaba en la campaña interna de 1971 y 1972. En ella enfrentó a Ricardo Balbín, yendo dos veces a elecciones internas; una para cargos partidarios bonaerenses, que perdió frente a Balbín por 13.600 votos, y otra en la que pretendió la candidatura presidencial, escoltado por Conrado Storani, donde redujo la diferencia bonaerense a 4.200. En Confirmado mi padre eligió el siguiente título: El triunfo del perdedor. Otra hubiera sido la historia del país si lo hubieran escuchado a comienzos de los 70 y no después de tres baños de sangre, porque su discurso en privado era similar a su discurso en público, y su discurso de los 70 levantaba los mismos valores que enamoraron a una sociedad en 1982 y cambiaron la historia del país.
Pero perdió y se quedó en el radicalismo, preparándose para la próxima interna, persuadiendo a muchos o a pocos, dejando su tiempo en esas tareas. Participó de la APDH desde sus comienzos, firmó hábeas corpus, buscaba salvar vidas sin importar que pensaran.
El vivir calculando el miedo y el peligro, el vivir al límite casi durante años, generaba un extraño sentido del riesgo. Alfonsín, como pocos, hacía política cuando nadie quería hablar, eran los años del “No te metás”. Ya por el año 1980 yo iba a pequeños actos radicales -uno tuvo la hermosa participación de un grupo de la policía que nos rodeó, seguramente emocionados con el discurso de Alfonsín-, y solía verlo en las calles de Chascomús, donde a veces paseábamos. A él se lo veía recorriendo casas de afiliados en los años más negros, firmando hábeas corpus cuando otros ejecutaban viviendas, pidiendo a la Corte por los desaparecidos cuando este era un país sin ley. Usó su matrícula de abogado para defender la vida de quienes pensaban distinto, en vez de pensar que había que ser rico para ser presidente. Tras la muerte de Ricardo Balbín en agosto de 1981, Alfonsín era el líder natural del radicalismo, aunque el aparato partidario estaba en manos del balbinismo. Ese fue el año de una terrible crisis económica causada -como tantas otras- por un tipo de cambio atrasado que se volvió incontenible, la solución que encontraron los militares fue el nacionalismo con base popular, y la forma de implantarlo era la causa de Malvinas. En 1982 Alfonsín se opuso a la demencial aventura de la guerra de Malvinas, mientras otros se subían a aviones o se sacaban fotos con los funcionarios del proceso, él criticaba, y tenía razón. La guerra fue un desastre y dejó al país en peor situación, pero, la salida democrática era inevitable. Sólo unos días separan la rendición del primer acto radical en la Federación de Box, donde asistí con muchos compañeros de colegio que empezaban a ver ese mundo de la política que se abría ante sus ojos. Tras el acto me uní a los primeros grupos de la Franja Morada Secundarios, casi un delirio en esos tiempos. La campaña empezaba a tomar color, Alfonsín empezaba a recorrer los barrios y los pueblos, llevando su propuesta. Él nunca dejó de creer que luchar por la democracia valiera la pena, nunca creyó que la solución era la violencia, tampoco creyó en la demencial guerra de Malvinas. Raúl denunció el pacto entre el sindicalismo peronista y los militares y prometió la nulidad de la amnistía.
En 1945 el peronismo nos dió una versión full del fascismo con la Alianza Libertadora Nacionalista, en sus locales se leían los libros del fascismo derrotado y empezó a pasearse por las calles golpeando opositores y haciendo el saludo fascista, otros falangistas manejaron la universidad.
El peronismo en los setenta logró resucitar el fascismo, en dos versiones, había para elegir: su propia versión de una “derecha” fascista creada por el propio Perón y sus funcionarios -que la llamaron primorosamente Alianza Anticomunista Argentina- y la otra versión de “izquierda” fascista que llamaron amorosamente Montoneros, y decidieron discutir quienes eran más fascistas conforme a su ideología, o sea, a los tiros, implantando el miedo.
Alfonsín juntaba jóvenes en los mismos años con las ideas contrarias a las variantes del fascismo y la izquierda alienada, los muchachos que se unieron a la JR en los 70 serían la base para reconstruir la democracia en los 80.
En 1982 el peronismo nos mostró que el poder real lo tienen los mismos que habían armado las variantes sindicales de la AAA, la revista Argumento inmortaliza esa situación con un enorme Lorenzo Miguel sosteniendo un módico Italo Argentino Luder en la palma de la mano. Nadie podía creer que iban a ser democráticos, podría no importarles, pero era claro su discurso práctico.
Es de imaginar que Lorenzo Miguel no aceptaba juzgar el terrorismo de Estado durante el proceso porque esos delitos eran los mismos que habían hecho ellos cuando gestionaban. Los autos de la AAA ( y sus similares) eran vehículos del terrorismo de Estado, que salían desde lo que hoy es la sede de la AFIP en Plaza de Mayo, como lo fueron los temibles falcon verdes del Proceso, que intensificó, multiplicó y perfeccionó la maldad de esa violencia estatal.
El peronismo entiende siempre la legitimidad que obtienen en las urnas como un cheque en blanco que les da permiso para hacer cualquier cosa, en los setenta fue matar, en la década pasada fue robar, al menos eso es menos dañino.
La de Raúl Alfonsín siempre fue una campaña dura con alto riesgo, nadie creía demasiado que pudiera, pese a las multitudes que reunía cada vez, derrotar a los peronistas que nunca habían perdido elecciones y, además, eran el caballo del comisario. A mí me tocó participar en la campaña desde la Franja Morada y la Juventud Radical de mi barrio y vivir la campaña presidencial desde el escritorio de mi casa, donde mi padre trabajaba para hacerlo presidente, haciendo lo que siempre supo hacer: escribir, convencer, argumentar.
La campaña terminó siendo gigantesca, se abrieron cientos de comités radicales y los actos se volvieron multitudinarios. Es porque ganamos esa campaña que hubo en la primera semana de la democracia juicio a la muerte, juicio a todos los que decían que matar era justificable. El peronismo se opuso (por eso no hubo peronistas en la CONADEP), y cuando ganaron en el 89 impusieron el indulto a unos y otros como habían prometido en el 83, fueron los montoneros los que propusieron (pagando en plata manchada de sangre) el indulto a Videla a cambio del indulto a Firmenich.
Desde allí, con distintos protagonismos y formas, ganamos y perdimos elecciones, la sociedad empezó a entender que un mal gobierno debe durar cuatro años, y luego por el voto cambiarlo. Empezamos a entender que la democracia implica más bajarse que subirse al poder, aceptar perder por un tiempo, más que victorias irrevocables. Ganarle al peronismo por primera vez inauguró la alternancia política, los malos gobiernos se cambian por los votos. Porque ganamos construimos la democracia para siempre, y ese era el sueño de Alfonsín. No debemos dejar que la llama de la democracia y libertad se apague, nunca.
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