Hace un año murió mi amigo Gabriel Palumbo. Fue fulminante. Dos meses antes de su muerte parecía estar saludable.
Gabriel fue un un buenísimo ser humano. Original, creativo, arriesgado. También sufrido. Como la escultura del hombre que se hace a sí mismo, con martillo y cincel en mano, paciencia y voluntad, pudo generar una voz propia atractiva y polémica. Se lo perdieron quienes no lo leyeron. Siguen teniendo oportunidades de acercarse a él. Lo distinguió su bonhomía, su sinceridad. Su elegancia intransigente. Consideraba que todos teníamos derecho a una vida feliz y él contribuía a la felicidad de los demás con generosidad, con humildad, con una presencia estudiada y cuidada.
Fue un producto de su época, como todos o casi todos los que actúan en la vida pública. Y fue un salmón de principio a fin, no siguió las corrientes principales y sí produjo surcos aún cuando no hacían falta o lo mejor era no hacerlos.
Llevó aquí y allá elementos de los distintos campos sobre los que pensó y actuó: política, arte, cultura. Están sus escritos, sus libros, sus tuits. Sobre todos los temas del día. Del día de hoy. Hoy son actuales y fértiles.
Tuvo un recorrido político activo y curioso. Militó en el Partido Humanista. Lo siguió a Silo vestido de blanco. Fue alfonsinista, con un alfonsinismo original, hasta el final, en el sentido de reconocerlo como el mejor presidente hasta ahora y de lamentar que no supimos, quisimos o pudimos generar un mejor radical que él. Militó en la Franja Morada de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Dio clases en esa Facultad. Fue jefe de despacho del legislador Martín Hourest. Fue gramsciano. Colaboró al inicio de la campaña presidencial de Ricardo Alfonsín. Apoyó a Ernesto Sanz como candidato a Presidente. Estuvo en la Convención de Gualeguaychú. Colaboró en el gobierno de Mauricio Macri, en el Ministerio de Cultura. Me ayudó a mí en la gestión en ciencia y tecnología. Formó parte de distintos equipos de la Fundación Alem. Sus reflexiones y aportes durante la cuarentena fueron valientes, fuertes y precisos. Fue un duro crítico en la aparición de Javier Milei. Lo desmentía como liberal. Fue un entusiasta de la candidatura de Patricia Bullrich. Mi última conversación política con él, hace un año y un mes, fue sobre política cultural. Me resultó reveladora, como casi siempre que hablaba de política cultural. Una vez, al principio de nuestra amistad, me dijo que la cultura era importante porque ayudaba a que todos pudieran imaginar una vida más feliz. Y por eso había que tener políticas culturales.
Me recomendó la poesía de Pavese y Pasolini, en el siglo anteriror. Me recomendó muchos libros. El último un mes antes de su muerte. Algunos leí. Otros espero leerlos algún día. Mi canon Palumbo. Trabajamos juntos como pasantes en la Auditoría General de la Nación. Para embellecer nuestra oficina pusimos una foto de Batistuta (en el mundial del 98) y otra de Borges. Vino una señora que trabajaba con nosotros y nos pidió que saquemos la de Borges porque “era feo”. Al día siguiente agregamos otra más.
Cuenta la leyenda de que la rompía en el fútbol. El mismo decía que era un muy buen jugador. Llegó alto en las inferiores de San Lorenzo, su equipo. Le gustaba el River de Gallardo. El fútbol de buen pie sin que importe la camiseta. Jugué con él un partido en el año 99. No corrió. No marcaba y yo me indigné y le discutí porque no hacía sacrificios. Jugó callado. Se movió en una circunferencia de dos metros. Dominó el partido. Ganamos.
Lo extrañamos todos sus amigos. Nos falta. Me falta su palabra en estos momentos inciertos y extraños.
Se emocionó cuando le conté que iba a ser papá de mellizos. Poco después, en el café El Banderín, me contó emocionado que iba a ser papá de una mujer. Amaba a su esposa Sabrina y a su hija Isabella. Estaba muy orgulloso de ambas, hasta el segundo final.
¡Salud, Gabriel!
En mi cabeza y en mi corazón, siempre.