Todo terminó saliendo al mismo tiempo muy bien y muy mal en las elecciones venezolanas del último domingo.
Muy bien porque la sociedad civil se movilizó y votaron millones de ciudadanos que en otras ocasiones se habían abstenido, haciéndole difíciles las cosas al aparato represivo y fraudulento del régimen. Y porque miles de activistas controlaron el escrutinio en los lugares de votación, asegurándose que allí no se pudieran alterar los resultados.
Pero muy mal porque el régimen usó entonces el control que ejerce sobre el CNE para excluir a los veedores de la oposición e inventar un escrutinio por completo descabellado, a favor de Maduro. Y a continuación soltó a la jauría de los “colectivos chavistas”, grupos armados movilizados en motos que son lo más parecido que se ha visto en las últimas décadas a las camisas pardas del régimen nazi, para amedrentar a los ciudadanos que atinaran a protestar contra la violación de sus derechos.
Críticas externas e internas a Maduro
Como era de esperar, las reacciones externas e internas ilustraron el parteaguas ideológico que viene moldeando la lucha política en nuestra región, pero también el mayor grado de hartazgo que hoy existe con la izquierda autoritaria, contra sus argumentos y excusas.
Salvo por Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel, autócratas o aspirantes a serlo en sus propias sufridas naciones, que respaldaron a Maduro y tacharon a los opositores de “agentes del imperio”, y por los gobiernos de Brasil y México, que al menos por ahora hacen silencio, los demás gobiernos de la región se manifestaron abiertamente en rechazo al fraude. Incluidos los mandatarios de izquierda de Colombia y Chile.
Y dentro de Venezuela, pasadas las primeras horas de estupor, se empezó a hacer sentir el amplísimo rechazo al régimen que existe en la población, lo decidida que está esa porción de la sociedad local a dar una última batalla por liberarse de su yugo, y lo poco eficaces que resultan entonces las tácticas de amedrentamiento y represión del chavismo. Miles de personas salieron espontáneamente a las calles, en muchas ciudades del interior del país se destrozaron carteles y estatuas de Chávez, como años atrás hicieron los rusos y europeos del este con los signos del dominio soviético. Y quedó entonces bien a la vista que lo único que puede salvar todavía a Maduro es que su partido y los agentes cubanos sigan controlando a la fuerza militar, que los negocios turbios y las redes de inteligencia puedan todavía más que el rechazo que también se extiende en los cuarteles a seguir actuando como guardaespaldas antipopular y antidemocrático de un gobierno ya carente de toda legitimidad.
En medio de todo este berenjenal, Maduro quiso simular normalidad y tranquilidad y se apuró a realizar un acto de consagración como “presidente rereelecto”. Al que concurrieron, además de funcionarios del régimen, unos cuantos “observadores internacionales”, entre ellos, una veintena de argentinos seleccionados entre los sindicatos y agrupaciones kirchneristas más fanáticos.
Maduro y la marcha peronista
Se dio entonces una situación que seguramente debe haber horrorizado a Cristina y Kicillof, y hasta a Grabois y a Máximo: las muestras de apoyo militante a Maduro de los argentinos presentes fueron respondidas por este con una entusiasta adhesión a las figuras de Perón y Evita, un patético intento de entonar la marchita, y su identificación como “soldado de Perón”, un título que los jóvenes camporistas reservan para sí mismos y lo más granado de los “líderes populares”.
Hasta entonces, el kirchnerismo había venido guardando prudente silencio sobre los resultados electorales del domingo. Y se había abstenido de acompañar las muestras de solidaridad antimperialista de otros de sus socios regionales. Salvo Andrés Larroque, que se despachó de todos modos en forma algo ambigua, sin avalar el fraude, pero achacando a Milei la supuesta intención de promover un golpe (¿??).
Pero Maduro echó a perder de un plumazo todas esas sutilezas. Al apelar, en un momento de necesidad, a lo que siempre fue la base de poder más vital e irrenunciable de su partido, y siempre ha sido un secreto a voces sobre la filiación ideológica del chavismo: porque Hugo Chávez buscó desde un principio inspiración en el fundador del movimiento peronista, y por más que se decantara ideológicamente, a diferencia de aquel, a favor del socialismo y de una alianza con los Castro, siempre entendió que su matriz ideológica y la fuente última de su poder político eran las mismas que las de Perón, el nacionalpopulismo y las Fuerzas Armadas.
Flaco favor le hizo así a sus amigos argentinos: como si no tuvieran estos suficientes problemas, con todo el descrédito que se han ganado, tras sucesivos fracasos en sus propias gestiones de gobierno, escándalos interminables de corrupción y abuso de poder, y la asociación estrecha con organizaciones corporativas y “de masas” que tienen cada vez más sus credenciales democráticas en cuestión, el kirchnerismo tiene ahora que lidiar con una foto de familia regional que lo coloca, en el peor momento, claramente del lado de las autocracias latinoamericanas. Y encima de la más fracasada y patética de todas ellas.
Menos mal que Alberto Fernández no fue admitido como veedor. Solo que tampoco los K van a poder sacar provecho de su exclusión: se han ocupado durante demasiado tiempo y con demasiado énfasis de desvincularse del expresidente. Penoso: ni siquiera cuando a Alberto le sale de casualidad una bien, ellos logran beneficiarse.
Publicado en www.tn.com.ar el 30 de julio de 2024.