Javier Cercas es un gran escritor, uno de mis favoritos. Leí varias novelas suyas (Soldados de Salamina, Anatomía de un instante, El impostor, Las leyes de la frontera) y me parecieron brillantes no solo por su prosa exquisita, sino por la sagacidad y la sutileza para abordar temas y problemas políticos difíciles y relevantes. Sin embargo, la agudeza que se logra en la literatura no siempre se replica en otros ámbitos.
En un artículo que el diario La Nación reprodujo el 17 de julio, Cercas se vanagloria de que los escritores españoles publiquen columnas de opinión política en los diarios, valoración que comparto.
Pero transcribe allí un diálogo pobrísimo que tuvo con el escritor indio Pankaj Mishra (a quien confieso conocer muy poco) en el que comparten opiniones alarmantemente prejuiciosas y poco rigurosas sobre los politólogos, como que no les (nos) gusta que los escritores escriban sobre política en los diarios, porque les (nos) están quitando el trabajo, que los politólogos creen que la política es una ciencia, que la ciencia política es a la ciencia lo que la música militar a la música, y que por todo eso es bueno que los escritores escriban en la prensa (en lugar de los politólogos, se entiende).
Incrédulo, releo el pasaje una y otra vez. Me sorprende que una pluma profunda como Cercas caiga en lugares tan comunes, propios de charlatanes de café. ¿De dónde sacaron estos escritores que a los politólogos nos molestan sus columnas? No puedo hablar por toda mi comunidad profesional, pero estoy en condiciones de asegurar que muchos las disfrutamos y las creemos útiles y necesarias para robustecer y enriquecer el debate público.
Es también extraño que crean que nos quitan el trabajo por eso: los politólogos que publicamos artículos en los diarios generalmente vivimos del ejercicio de la docencia universitaria, la investigación científica y/o la consultoría profesional. Igual que los escritores, intervenimos de esa formaporque creemos que podemos contribuir en algo a la conversación pública, nada más.
Pero más insólito es que piensen que los politólogos creemos que la política es una ciencia. En nuestras facultades se enseña en primer año, como muy tarde, que la política (al igual que las transacciones comerciales, los traumas de la infancia, o las experiencias de consumo, por ejemplo) no son ni pueden ser ciencias. Pero sí puede haber conocimiento científico si se estudian esos temas con las teorías, los conceptos y los métodos adecuados (para estos ejemplos, la ciencia política, la economía, la psicología o la sociología, respectivamente).
Fruto de esta confusión es el formidable malentendido, según la boca del propio Cercas, de que la ciencia política es una versión de menor calidad de la política. Me resulta triste este desconocimiento del desarrollo de la ciencia en general, y de las ciencias sociales en particular.
El resto del artículo de Cercas relata las reflexiones políticas de un encuentro de escritores en Roma, con consideraciones que son elementales para cualquier estudiante de ciencia política de cualquier país del mundo, como que la democracia funciona mejor con mayor participación política, que el populismo surge del descontento de la gente con la democracia, o que la opinión de la gente común no es muy importante para los poderosos del mundo.
Para terminar, y no seguir haciéndome mala sangre, concluyo que, así como los politólogos tenemos derecho a escribir malas novelas y peores poemas, los escritores también tienen derecho a escribir análisis cursis (y creer que son brillantes) sobre lo que no dominan.
Pero lo más importante es que la vida en común, la democracia y la paz, a las que adhiere fervientemente Cercas, nos necesita a todos, cada uno en su lugar, aportando lo que tiene, y no pretendiendo saberlo todo, y mucho menos pretendiendo rebajar (o peor, burlar) a los que conocen un arte o disciplina que nosotros no. Es allí donde se cuela el diablo de la soberbia, la ignorancia, la dictadura y la guerra.
Publicado en El Estadista el 18 de julio de 2025.
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