I. Los barras bravas de Gimnasia y Esgrima y Estudiantes libraron una batalla campal en las calles de la ciudad de La Plata. Los episodios bélicos se iniciaron en una plaza ante la presencia de las máximas autoridades de la ciudad, continuaron en una avenida y concluyeron en el hospital Gonnet, con matones corriendo armados hasta los dientes a lo largo de los pasillos, entre enfermeras, médicos y pacientes. Las escenas muy bien podría haber integrado un capítulo de “El patrón del mal”. Riñas entre pandillas mafiosas que se adueñan de una ciudad para ajustar cuentas entre ellos. Una vez más la realidad supera a la ficción. Esto ocurrió hace una semana. Los jefes, los matones, los sicarios tienen nombre y apellido, como también se sabe que los muchachos no se peleaban o se jugaban la vida por un gol de Estudiantes o de Gimnasia, (por un gol más o un gol menos, estos muchachos ni acarician la culata de la pistola o el mango del cuchillo), sino por pedazos concretos y reales del poder político en la ciudad capital de la provincia más grande de la Argentina. Como no podía ser de otra manera, las refriegas incluían la disputa por el control de sindicatos, cooperativas y unidades básicas. Si, claro, unidades básicas, porque en este película los actores, los extras, los guionistas, los iluminadores, los vestuaristas, los movileros y los proveedores del catering, son todos, del primero al último, peronistas, como hasta el lector o el observador más distraído lo sabe.
II. Otro detalle que aporta novedades inéditas al frondoso y caótico imaginario populista. Digamos que barras bravas, matones, lumpenaje arriado desde las cloacas de la sociedad, siempre hubo. En tiempos de Alberto Barceló, allá por los años treinta, el que cumplia las funciones que hoy cumple el Pata Madina, el Volador Cristián Camilleri o Iván Tovar, las cumplía, por ejemplo, Juna Nicolás Ruggiero, alias Ruggierito, patrón de tahúres, policías bravas, rufianes y, de paso, muy amigo de Carlos Gardel. O sea que en estos temas de hampa, bajos fondos y política, no hay nada nuevo bajo el sol. O por lo menos hasta hace un tiempo no lo había. Y no lo hubo hasta que la tropical creatividad populista se le ocurrió asignarle a los barras bravas, pandillas de bandidos, narcotraficantes, motochorros, chantajistas y extorsionadores, cachiporreros, rufianes y cafisos, el rol de militantes nacionales y populares, de jóvenes rebeldes, de iracundos revolucionarios decididos a luchar por una sociedad más justa. Dudo que al propio Roberto Arlt, con su teoría de cafisos financiando la revolución con las rentas de los prostíbulos, se le hubiera ocurrido semejante hallazgo literario. Y si se le hubiera ocurrido, inmediatamente lo hubiera desechado por considerarlo demasiado fantástico, demasiado delirante. Pues bien, el peronismo K y sus furgones de cola de izquierda han transformado lo que para Arlt hubiera sido delirante en rutinaria vida cotidiana. ¿Algún signo político para todo este berenjenal? Como diría el general: “Peronistas somos todos”.
Publicado en El Litoral el 28 de marzo de 2025.