viernes 22 de noviembre de 2024
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Peronismo zombie

Derrotas pírricas

Ocultó su fisonomía agazapada bajo el denso follaje del sotobosque a fin de enmascarar sus intenciones predatorias. Lo impulsaba el más elemental e incanjeable de los móviles: la supervivencia. Desorbitado por la sed y el hambre supo contener el arrebato de voracidad hasta constatar la seguridad de la intentona. No fuera cosa de dejarse llevar por la ansiedad y caer en la trampa de otro más perspicaz en su parsimonia. La bamboleante satisfacción pendía justo encima de su escondrijo. Tan cerca y tan lejos que la vista del sustento terminó por sublevar la cautela que de consuno caracterizaba su accionar.

Por sus afilados colmillos goteaba lo poco de saliva que un cuerpo casi exhausto podía darse el lujo de producir tras una abstinenciademasiado larga. Aguardó hasta el momento exacto en que la precaución cede ante la voluptuosidad. Sin más reparos que el de consumar su deseo vital flexionó sus nudosos cuartos traseros, tensó las garras delanteras, dejó escapar un solapado rugido de ferocidad y brincó todo lo alto que le permitió la cegadora desesperación que lo embargaba. No obstante lo majestuoso del salto, falló por muy poco. Pero rozar con la lengua la presa que escapó por un tris de sus fauces enloquecidas lo impulsó a redoblar esmeros con ímpetu desaforado.

Hizo acopio de fuerza física y determinación psicológica. Más todavía. Hizo carne la condición existencial de la meta. Apretó la quijada al punto que el crujido de las muelas anunció la inminente fractura. Al propio tiempo excitaba sus sentidos imaginando el deleite albergado en el sabor esquivo. La fantasía del gusto postergado lo estimuló hasta el delirio del triunfo anticipado. Saltó de nuevo elevando su cuerpo con ímpetu maníaco y… volvió a fallar. Por menos que antes. Pero volvió a fallar.

Para peor, lo homeopático del divorcio entre la mordida frustrada y la fruta elusiva hacía que el hambre supiera a fracaso. Lo minúsculo de la distancia que mediaba entre el alimento y su aprehensión no atenuaba la derrota. Antes bien la agigantaba con la amargura del “casi”. Abortado su anhelo, el zorro renunció a las uvas que se mofaban de su desesperación con la insultante indiferencia vegetal. Todavía famélico, pero sobre todo herido en su orgullo, optó por explicarse el revés con el alegato del menosprecio. “Al fin y al cabo están demasiado verdes”.

Cuando Esopo narró su popular fábula jamás pensó que la sabiduría entrañada en la ejemplaridad del relato conseguiría elucidar la esotérica declaración que Tolosa Paz pronunció luego de la derrota bonaerense: “A nosotros nos tocó perder ganando, ellos pueden haber ganado perdiendo”. El peronismo zorril acostumbrado a depredar a su antojo en el gallinero de la pobreza bonaerense transmutó su segundo revés consecutivo en acierto simbólico, a efectos de disimular que ni toda la temible orga del PJ consiguió mitigar el desaguisado del cuarto Gobierno K. Pero como para un peronista no hay nada mejor que otro peronista y un gobierno justicialista que se precie de tal dispone de los caudales públicos sin empacho institucional, el aparato territorial enquistado como garrapata en los bolsones de indigencia crónica no anduvo falto de oportunos apoyos pecuniarios.

Muy por el contrario, recibió cuantiosas inyecciones antifederales de Aportes del Tesoro Nacional convidadas para domesticar a los chúcaros, adornar punteros que en las PASO se hicieron los distraídos, y persuadir díscolos de convicciones venales. Porque como reza el adagio, si hay pobreza que no se note. Y como pobreza sobra en la tercera sección de la Provincia, que no se tome nota. O si se nota, que al menos no importe tanto por el rato que toma ir y volver en remise desde la casa a la mesa de votación.

Allende al tan impúdico como consabido hábito peronista de mercantilizar la Democracia, la colusión táctica entre La Cámpora y los intendentes fracasó en el afán estratégico de poner coto al genuino descontento popular. Por encima de la ciénaga de bolazos y sobornos con que buscaron cubrir los estropicios de una gestión implacable en el errar, la mayoría de los bonaerenses repudió el empasto de latrocinio, inseguridad, inflación, escuelas cerradas, cárceles abiertas, vacunatorios vip y cumpleaños de Fabiola con que el presidente testimonial vino a poner a la Argentina de pie. Mal que le pese al proselitismo aceitado en partes iguales con coparticipación sustraída a CABA, gentilezas presupuestarias de la Casa Rosada y caudales espurios, ni siquiera alquilando voluntades se “pudió” (sensuKiciloff) camuflar la argamasa de negligencia y criminalidad que da cuerpo al kirchnerismo. Deberían haber “supido” (Tolosa dixit) que no siempre alcanza con “platita” (¡vamos Gollan todavía!).

El empecinamiento infantil como patología kirchnerista emerge sin matices en la indigestión de los reveces políticos. Incapaz de metabolizar la seguidilla de descalabros electorales objetivos prefiere escudar sus incapacidades de gestión en consagraciones celebratorias subjetivas. Conviene no ensañarnos demasiado con Tolosa Paz por proclamar el mérito exitista de una ingeniosa derrota pírrica. Al fin y al cabo no hizo otra cosa que replicar la lisérgica convocatoria del Presidente Testimonial a “festejar el triunfo en la Plaza de Mayo” luego de sufrir una paliza antológica.

Ahora bien, la manifiesta inclinación chamuyera que aplaude a rabiar sus propios pifies ostenta larga data. Baste recordar la algarabía soberana con que el tercer Gobierno K engalanó el regreso de la Fragata Libertad incautada en Ghana para patentizar el margen de indulgencia interpretativa inherente al relato populista. Convertir fiasco en jarana sin amague de rubor en el rostro de los embaucadores desnuda el grado de desapego tolerable por una narrativa articulada de espaldas al mundo que presume describir.

En el mismo universo de permisividad ideológica donde la vicepresidente (con E) amarroca una jubilación de dos millones y medio de pesos para luchar por los desposeídos, e Insaurralde combate la pobreza bonaerense desde su piso en Puerto Madero, los candidatos derrotados proclaman los laureles de imaginarias victorias morales. De hecho es Victoria quien enarbola bien alto el emblema de una curiosa moralidad voluntarista que cree revertir con aplausos y cantitos los resultados arrojados por las urnas. Mientras el trance populista toca fanfarrias para conmemorar que perdió en todos lados, las reacciones detectadas en la contrapartida política no confunden en menor medida.

En tanto su mentalidad paradojal le permite al FDT aclamar una derrota demoledora en Plaza de Mayo, las expectativas desmedidas de JXC repercutieron en el humor del elenco directivo. En lugar de descorchar por la conquista apabullante, lo más granado del liderazgo cambiemita masticó aserrín por haber ganado por poco en el distrito más arduo de nuestra geografía (PBA) y por no haber ganado por más en la más cantada de las jurisdicciones (CABA). Perdedores eufóricos y campeones deprimidos enlazados en una lógica especular que termina igualándolos en sus diferencias. Portentos de un escenario político donde el tenor de las sensaciones sobrepuja los dictámenes de la realidad.

Milei grita “¡Kambiemos!”

Ínterin del nuevo capítulo del sainete que propios y ajenos coinciden en denunciar como “la grieta”, el flamante movimiento libertario ―alumbrado por la generosa billetera de Eurnekián― apresura consagraciones partidarias definitivas a caballo de logros electorales provisorios. En el escenario patas para arriba donde TODOS pierde con pompa y JUNTOS corona con frustración, Milei y Espert medran en CABA y PBA cacareando que unos y otros son iguales. Sobre todo en sus diferencias. O sea que, gracias a la grieta, TODOS JUNTOS marcharíamos hacia una catástrofe inexorable de la cual sólo nos puede salvar Cavallo.

El razonamiento que termina en la deificación del mercado como solución del Estado hipertrofiado parte de una injusta asimilación que pone en un pie de igualdad a Insfrán con Larreta. O a Bullrich con La morsa. O a Alfonsín con el presidente testimonial. Pero más allá de su inconsistencia, aullar en campaña que ambos lados son exactamente lo mismo reporta eficacia ideológica ante los segmentos ciudadanos espantados por la Korrupción (sic) y defraudados por Cambiemos.

A propósito de delirios, los excesos antiestatales del conato libertario en un país con un 42% de pobreza reciben contrabalanceado en el más reciente engendro caraqueño del peronismo colateral: SOBERANXS. Una surrealista agrupación crítica con Alberto Fernández pero alineada con Cristina Kirchner liderada por Amado Boudou, Alicia Castro y Gabriel Mariotto. Inesperado tren fantasma neobolivariano que desde las antípodas ideológicas marcha en sentido y dirección opuesta al movimiento anarco-liberal con manifiestas nostalgias de UCD (ese partido al cual pertenecía el exvicepresidente con prisión domiciliaria). Parecería que la grieta acrisoló sus propias periferias ideológicas extremadas.

Como lo demuestran los libertarios, el margen radicalizado amenaza con degradar la competitividad electoral de los núcleos políticos consolidados por vía de proposiciones irrealizables. O que de ser viabilizadas conducirían a un infierno peor que el que supuestamente previenen. Vista en perspectiva, la respectiva incompatibilidad programática revela distancias cosméticas más que lejanías éticas. Para disgusto de ambos, entre el atractivo irreverente de Milei gritando improperios y el piantavotos de Boudou guitarreando su inocenciase despliega un mundo de discontinuidades jalonado de un sinfín de emparentamientos.

Mientras el primero de los orgullosos despeinados insulta los privilegios de “la casta”, el segundo entona canciones de protesta contra el Lawfare. De fondo los dos adscriben a la determinación económica en lo social. Lo cual es por completo esperable ya que liberales a ultranza y marxistas acérrimos coinciden en la formulación del homo-economicus. Premisa sociológica compartida pero con derivaciones antagónicas que explica por qué la agenda libertaria promete quita de impuestos y la recíproca vocifera la necesidad de “poner platita en el bolsillo de la gente”. Aquellos quieren que no se la saquen. Estos que se la den. En esta dialéctica económica de gata flora escindida que grita y llora si sí o si no, todo gira en torno al manejo conferido al aspecto material de la vida en común.

Lo risueño de la discrepancia de apariencia irreconciliable aparece en el plano de las coincidencias púberes que los aúnan, ya que ambos apuestan por prescripciones políticas de carácter absoluto para tratar patologías económicas signadas por taras relativas. Opuestos por el vértice en una compleja geometría político-institucional urgida de intervenciones inteligentes que, como bien explicó Baglini, vociferan respuestas simplificadas con el desenfado que autoriza la distancia del poder. Los márgenes engendran modalidades extremadas de los espacios mayoritarios que gravitan con proximidad dispar en torno al centro. ¿Por qué? Porque las notorias fallas de los campos dominantes en el tablado político argentino decantan en opciones anti-sistema forjadas al calor de la creciente insatisfacción ciudadana con el estado de cosas imperante.

Desde ya que la representatividad de Boudou palidece frente al crecimiento de la izquierda trotskista. Pero el adorable beduino descuidista que vivía en un médano mientras se embuchaba Ciccone personifica un polo de la discusión señera de la política moderna: Estado sí o Estado no. La dificultad entrañada por la aproximación analógica estriba en pauperizar un dilema necesitado de gradientes antes que de respuestas categóricas provenientes del territorio de las consignas tremendistas. Cuando Manuela Castañeira invitaba a “subir las retenciones al 50% para poder comer” en un país lastrado con carga impositiva irremontable, aproximaba su dislate anti-capitalista a la irresponsabilidad del fiscalismo anoréxico que Milei propugna sin tomar nota de los estratosféricos niveles de pobreza criolla.

Curiosamente izquierda delirante y derecha recalcitrante izan idénticas banderas de pretendida desideologización. Los comunistas blindan sus reivindicaciones de clase en declamaciones cientificistas cuando impugnan la ideología como “falsa consciencia”. En otras palabras, los que no piensan como ellos viven en la ceguera de la ignorancia. Por su parte los liberales sin cortapisas predican un supuesto realismo crudo de prosapia individualista apalancado en el “sentido común” sin saber quién fue Thomas Paine. Sostener que el Estado es el vademécum o la dolencia sin considerar que la aserción elegida presume andamiaje ideológico equivale a afirmar que la respectiva cosmovisión carece de valoraciones y por lo tanto es “objetiva”.

Sin embargo predicar la mano visible del Estado o la invisible del mercado atiende a teologías-políticas mancas sobre la condición mundana del ser humano. Los primeros ponderan a los hombres y las mujeres como naturalmente virtuosos pero atrapados en situaciones de explotación perpetradas por injusticias estructurales. Los segundos conceptualizan al ser humano como una criatura egoísta y competitiva regida por sus propios intereses y direccionada hacia la prosperidad común como fruto de la realización individual. Sumados ambos tienen razón. Por separado los dos están equivocados.

Despistados de su propia genealogía intelectual, Del Caño afinca sus pavadas en un menjunje que funde Lenin con Rousseau y Paulo Coelho, en tanto Milei vomita dicterios donde silenciosamente se desposan a tres bandas Adam Smith, Ronald Reagan y Ricardo Fort. La paciente ironía con que la madurez sopesa los excesos de la juventud revela con sorna que las alternativas gestadas para desmontar el sistema terminan reproduciendo con fervor adolescente los vicios atávicos que se proponían combatir. La igualdad que Bergman y Espert coinciden en espetar a los protagonistas de la grieta reaparece potenciada en los costados díscolos de la marquesina política argenta.

Cual paralelas ideológicas que se reúnen en el infinito del absurdo, la reducción del Estado a niveles menemistas empata en su insensatez con la dictadura del proletariado de quienes tildan la democracia de dictadura edulcorada. Visto en perspectiva desapasionada, el sustrato de realismo declamado al unísono por cultores y segadores del Estado arraiga en un suelo de idealismo principista que degrada hasta lo precario el problema filosófico de la libertad y la seguridad. Con la exquisita saña que la fatalidad sanciona como destino de las tonterías, los objetores de Kambiemos recrean a pies juntillas lo peor de sus objeciones. Estridentes, luminosos y fugaces, Troskos mal llevados y Libertarios bullangueros no son más que la versión pirotécnica de TODOS y JUNTOS.

¿Y ahora?

Concluida la jornada del chasco glorioso resta la menudencia de gestionar dos años más en ruta de colisión con la realidad. Sin combustible político, incendiados los motores económicos y rezando para que la copiloto al mando no termine de amotinar a la tripulación, el FDT se vanagloria de la remontada insuficiente sin percibir que Argentina cae en picada. Urgido por todos los frentes y sin más ideas que insistir en los errores cometidos y a cometer ―saludos a Feletti― el peronismo tiene ante sí un panorama de espanto y cree poder resolverlo bramando la versión populista del “Sí se puede”.

Habiendo gastado hasta el último cartucho de respetabilidad, desgastado hasta el descarte y a la espera del próximo zarpazo de la persona con la cual nunca más iba a pelearse, el presidente testimonial sin brújula política cree haber encontrado un GPS de gobierno en la socialización de los costos del ajuste. Como no podía ser de otra manera, delegan en Massa la convocatoria a un acuerdo donde construir confianza sobre un futuro compartido. El incordio es que “ventajita” (otro que en los 90 pertenecía a las huestes de Alsogaray) tiene menos credibilidad que un vendedor de semillas de alambre de púa y la oposición encuentra mayor rédito en reclamar que el acuerdo de convivencia primero lo celebren en Balcarce 50.

Zarandeados por la derrota y sin ánimo de brindar por haber perdido, el coro de gobernadores apaleados y sindicalistas histéricos por las cajas de las obras sociales le reclama al menos importante de los Fernández tomar el control de una situación desmadrada. Bueno, en rigor de verdad el caos actual tiene madre y un amague de padre, quienes, como buena pareja disfuncional, se ignoran en público para criticarse en privado. Pero a la usanza de las comedias costumbristas locales, un grito (o carta) de Ella lo pone en vereda. Mientras que un silencio lo sumerge en la más absoluta desesperación.

Divorciados de hecho y desde tiempo ha durmiendo en casas separadas, entre quien no manda a nadie en la Casa Rosada y la que tiraniza a todos desde el Instituto Patria emerge el conflicto de bautizar a la criatura electoral recién llegada. Pero los hados son crueles con el más desdichado de los casi homónimos. Comparte apellido con su jefa. Pero Ella no comparte nada con nadie. Mucho menos los beneficios. Aunque sean imaginarios. Así que la más flamante disputa entre el segundo al mando del PEN y la persona que cree que la composición química del agua es “H dos cero” consiste en determinar el linaje del párvulo parido en la compulsa perdidosa.

Sea cual fuere el patronímico que surja de la gresca, la fanfarria del bautismo desprenderá un inquietante tufillo a claveles y cirios. En otras palabras, los extasiados partícipes del acristianamiento marcharán en el cortejo funerario del neonato comicial. En el equívoco entre la bacanal de un fiambre político y la parranda de una gestión agonizante, los peronistas desplegarán boato, danza, música e intoxicación durante todo el trayecto al camposanto. Justo a ese lugar al que dicen acompañar a sus conductores. Pero sólo hasta la puerta.

A no asombrarnos por la idea de agitar a todo trapo ante la tragedia de una muerte temprana. Quienes peinen alguna cana y conozcan el interior del país tendrán presente la costumbre de los velorios de los angelitos. Colorida caravana de luto donde se amortaja de blanco al occiso de tierna edad. Flores y adornos blasonan al féretro que replica el color del ropaje y durante todo el recorrido reina un clima festivo. Del principio al final los dolientes tramitan su pesar con alcohol, canciones y baile en torno al cadáver del inocente. La congoja vendrá después. Cuando la resaca despeje el frenesí de los vahos etílicos y el vacío de la partida contunda con la fuerza de lo inapelable.    

La vitoreante Plaza de Mayo del miércoles posterior a la derrota recrea la forma y el fondo del velorio del angelito con la literalidad del plagio inconsciente. El bramido de la militancia rentada y de los desapercibidos entusiastas interpretó el revés como derecho. Los convoyes de micros pagados dios vaya a saber cómo, el arsenal de bombos, carteles y megáfonos y la vertiginosa multiplicación de parrillas al aire libre acudieron sin falta a la cita obligada. Frente a las masas arriadas a punta de pistola, léase “bajo amenaza de cortarles el plan”, y/o entusiasmadas por el retorno en contante y sonante, el más importante funcionario que no funciona arengó sin percatarse de pronunciar un panegírico. Entre pancartas y delirio el presidente testimonial creyó protagonizar la versión para Netflix de La Hora de Los Pueblos cuando sólo atinó a repetir el patético “vamos ganando” de Galtieri. 

Desorbitado, pensó estar redactando el certificado de nacimiento del nuevo FDT sin tomar consciencia de que labraba el acta de defunción de su gestión. Los sapos a tragar durante el bienio por venir anticipan el atractivo electoral de un Gobierno en rigor mortis. Reemplazar la sangre ideológica con el suero del FMI requerirá una transfusión de seriedad de un tipo y factor incompatible con el populismo. Como si fuera poco, a poco andar caerá de bruces la imaginaria utilidad del simulacro de victoria erguido con el anabólico del camelo. Palmearse la espalda entre sí y darse besos de lengua con el espejo puede conformar a los autistas políticos encerrados en su pequeño mundo de unidad básica. Pero en el mundo real quizás no tenga demasiado éxito para frenar la inflación, ponerle coto a la inseguridad y aplazar los pagos de la deuda externa.

Para colmo, una política exterior fundada en la peor faceta de nuestra picaresca de cabotaje pretende disfrazar sus dobleces y solo consigue desnudar sus inconsistencias. Empecinado en desconocer las violaciones a los Derechos Humanos en Venezuela y sinuoso al momento de pronunciarse sobre la dictadura en Nicaragua, el Gobierno sueña con gambetear las acreencias soberanas con devaneos ecologistas. Las risas de los periodistas norteamericanos ante la pueril intentona le sumó una mancha más al tigre de desprestigio internacional en que el peronismo convirtió a nuestro país.

Presumido de inmortalidad el Gobierno embalsamado confunde con perfume a victoria el vaho a formol que emana del fracaso de medio término. Dispuesto a todo trance a tomar las peores decisiones, el peronismo se jugará a suerte (que siempre tuvo a raudales) o verdad (reactivo alergénico para la “Soberbia Armada”) el drama de la crisis en ciernes. Por supuesto, la vocación por embarrarla conducirá al FDT a empeorar sus propios estropicios. Nuevamente saludos a Feletti.

La tragedia consiste en que en lugar de hacerse eco de la prudencia de Konrad Adenauer: “Tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”, el justicialismo caribeño intentará acrecentar todo lo que pueda el Estado a costa de triturar todo lo que queda del mercado. El doping autoinducido por la fábula de “perder ganando” desenlazará en síndrome de abstinencia cuando finalmente rebote la tarjeta de crédito de las promesas incumplidas. Emperrada en sanar la economía con el veneno de la demagogia y arrebatada en la convicción del frenesí, la dirigencia incurrirá en la bancarrota política al recibir la abultada cuenta social de su irresponsabilidad

La fiesta interminable de emisión sin respaldo, el frenético samba de las Leliqs, el desbocado toro mecánico del dólar blue y la cama elástica de la disparada de precios condenará a Argentina a terminar como las víctimas de la tragedia del ITALPARK: el desgastado mecanismo del divertimento artificial fallará lanzando al vacío a quienes tuvieron la desgracia de subirse en la hora fatídica. Hasta entonces, “el movimiento” luchará por experimentar horas de fatuo éxtasis al mejor estilo del Nestornauta con el efectivo. No por la criminalidad de inundar la economía con papel pintado, sino porque la hecatombe monetaria convivirá palo a palo con el ensueño de haber ganado perdiendo. ¿O esos eran los de Cambiemos?

Resurgido de las cenizas en forma de polvo, el Gobierno camina con el tesón del autómata descerebrado. Hacia dónde y cómo está por verse. Pero avanza impelido por la inercia institucional que lo condena a un bienio de ajuste salvaje o al santiamén de la explosión atómica. Privada de criterio y lanzada de palomita a cualquier atajo que lo conduzca a un 2023 sin detonaciones, la administración arrastra los pies entre tropiezo y tropiezo mientras imagina saltar con garrocha los escollos que ella misma se siembra. 

El realismo mágico de presentar como relativa la derrota absoluta acentúa las inocultables debilidades políticas y arriesga una mal ingeniada reivindicación de macho alfa capado ante la abeja reina castradora. Extinguido su aliento vital pero empujado por la fuerza del mandato, el cuarto kirchnerismo que pierde ganando deviene justicialismo que vive muriendo. Así el torpe peronismo zombie se empecina en recorrer la senda que lo conduce a la peor versión de sí mismo, creyendo haber resucitado exactamente al tercer día de su crucifixión electoral

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