María Laura Novo.
“Women belong in all places where decisions are being made.
It shouldn’t be that women are the exception.”
Ruth Bader Ginsburg.
El 18 de septiembre del 2020 marca un antes y un después en la historia del feminismo. La muerte de Ruth Bader Ginsburg fue, si bien algo esperado, un momento bisagra para el feminismo en toda América Latina. Sabíamos que a partir de ese momento se desencadenaría un retroceso en los derechos de las mujeres. #UnaMenos siempre es una cuestión que nos afecta a todas, pero la partida de Notorius Ginsburg, estandarte de los derechos de las mujeres y del liberalismo, implicaba una baja demasiado importante en la Corte de Estados Unidos.
Tal fue el vacío que, pese a estar en plena pandemia, una multitud se presentó a rendirle honores en las escalinatas del edificio de la Corte Suprema en Washigton D.C. ¿Quién podía impedir despedirse de una de las mejores docentes de la Facultad de Derecho de Columbia y fundadora del Proyecto de Derechos de la Mujer en la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU)? Más de una generación la reconoce como referente y le rinde, aún hoy, homenaje. Su pluma sirvió para el reconocimiento de la temática de equidad de género en el más alto tribunal federal, así como la diferencia salarial de género, derechos electorales, federalismo, entre otras materias.
Si había algo que destacar de Ruth era su capacidad de negociación para alcanzar el reconocimiento de derechos –tanto en su rol de activista como luego en la Corte-; accedió al cargo en 1993 propuesta por Bill Clinton -27 años en la Corte-, segunda mujer en la historia de Estados Unidos que ocupó el cargo. Toda su labor la revistieron de una gran capacidad de negociación con los conservadores, así como también, de grandes disidencias que, en más de una oportunidad, son más recordadas que los propios pronunciamientos de sus pares en mayoría.
La composición de la Corte Suprema de Estados Unidos es de nueve (9) miembros con calidad de vitalicios. Días antes de su partida, RBG expresó su voluntad de que sea una nueva administración quien se ocupe de presentar a su posible reemplazo; sabía que dejaba a sus tres (3) pares progresistas en minoría frente a cinco (5) conservadores.
El final de esta historia es que el 26 de octubre de 2020, Amy C. Barrett accedió como reemplazo de RBG, postulada por Donald Trump. La silla de Ruth fue ocupada por una conservadora de Luisiana.
La competencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos data del 2 de febrero de 1790 y en su historia solo registra 6 representantes de sexo femenino. Argentina tiene su Corte Suprema de Justicia de la Nación en funcionamiento desde 1863 y en su historia solo registra tres mujeres (Margarita Argúas, Carmen Argibay y Elena Highton) de los 107 jueces hombres que ocuparon su cargo.
Esta cifra se debe analizar a la luz de la historia de la república; la Ley Nacional N° 11.357 de 1926 “sobre los derechos civiles de la mujer” imprime una reforma significativa en el Código Civil de la Nación y en su artículo 1° establece: “La mujer mayor de edad (soltera, divorciada o viuda) tiene capacidad para ejercer todos los derechos y funciones civiles que las leyes reconocen al hombre mayor de edad”. Esta norma fue el primer reconocimiento de igualdad, más allá de la formal que contempla nuestra Constitución Nacional. Recién en el año 1947 la mujer adquiere el derecho al voto y recién en 1987 llega el divorcio vincular.
Todos estos derechos adquiridos no son menores en relación al análisis de por qué se registran tan pocas mujeres en la historia de nuestro máximo tribunal.
La palabra de la Corte Suprema de Justicia es la que impera como última instancia en el territorio de la república Argentina. Atendiendo a la gran cantidad de expedientes que ingresan a la Corte, se seleccionan cuáles son los temas sobre los que van a sentar posición (sosteniendo lo afirmado, revocando lo anteriormente dicho o sentando nuevas posturas). La ausencia de una mujer, en este último y fundamental eslabón en la toma de decisiones, claramente deja afuera la posibilidad de implementar una agenda proactiva en temas de género en cada uno de los expedientes que llegan a su análisis.
Nuestro máximo tribunal, históricamente, no tiene diversidad de género en su composición, y este es un grave defecto entre todas las críticas que se le pueden efectuar respecto de la representación que debe imperar en el sistema republicano federal de gobierno. Y esto no responde solo al principio de igualdad vigente en nuestro marco normativo sino también a una ruptura, a una crisis con el sistema de representación. El último censo de población, hogares y vivienda, demuestra, en su índice de feminidad, que Argentina registra 107 mujeres por cada cien varones. Una clara mayoría que no cuenta con, al menos, una representante en la Corte.
Los grandes avances en materia de defensa de las mujeres en la Corte Suprema de Justicia de la Nación se registraron con ellas ejerciendo el ministerio. En el año 2006 se creó la Oficina de Violencia Doméstica (OVD), su puesta en funcionamiento data de 2008 y estuvo a cargo de la jueza Elena Highton de Nolasco (en la actualidad, se encuentra a cargo de a cargo del ministro Carlos Rosenkrantz). Su origen tuvo como objetivo garantizar el acceso a la justicia centralizando la recepción y evaluación de riesgo para, de este modo, brindar a los juzgados de familia las herramientas suficientes al momento de dictar medidas de protección.
En la misma línea, en el año 2009, comenzó a funcionar la Oficina de la Mujer (OM) de la Corte Suprema, cuyo fin es alcanzar la equidad de género en las personas que imparten justicia a fin de garantizar la implementación de la perspectiva de género en las personas sobre las que recaen sus decisiones.
Repensar la justicia, y en particular el acceso a la justicia que tiene como objetivo la protección de mujeres e infancias, requirió dos juezas en el más alto tribunal de nuestro país. Con más de una década de funcionamiento de estas dos oficinas -OVD y OM- . Así también nos encontramos próximos a cumplir 10 años de informes de femicidios luego del grito de Ni Una Menos.
Exigir hoy, ante una nueva renovación de la Corte, que el Poder Ejecutivo proponga ante el Senado de la Nación a mujeres es, ni más ni menos, requerir un espacio de representatividad de la mayor parte de la población de la República Argentina. A los requisitos de probada idoneidad e independencia, así como un fuerte compromiso con los principios constitucionales y los derechos humanos, debe sumarse el de “mujer”.
Avalar pasivamente la postulación de dos hombres es, como consecuencia directa, cerrar la puerta a las mujeres a muchos años más de exclusión en un poder que ejerce un gran control en el sistema de frenos y contrapesos que nos brinda como herramienta la democracia. Es también darle la espalda a Ruth Bader Ginsbug, y todo lo que ella significa para el ejercicio de la justicia y la igualdad. Sentar posición es plantar oposición al techo de hierro –ya no de cristal- que quieren construir sobre el futuro de las grandes juristas argentinas.