Cambiar la Argentina requiere un liderazgo de largo plazo. La vocación ejecutivista y personalista de Javier Milei es patente. Unida a su enorme fuerza de voluntad determina el curso de la política argentina. Milei no es un líder cualquiera; esto es de por sí peligroso; su mesianismo y la absoluta fe en sí mismo lo hacen más aún.
Milei se considera necesario y suficiente. La Verdad emana de su palabra; la confirmación indiscutible, para él, es haber logrado la “confianza del pueblo”. Transformó vertiginosamente un puñado de apóstoles en un 30% y luego un 50% del electorado. Para Milei las elecciones no le otorgan su condición extraordinaria, la confirman.
¿No es hora de conjeturar la pregunta que se hace Milei a sí mismo? ¿Por qué soportar lo insoportable? Soy un líder excepcional, imprescindible, que no precisa de nadie más cumplir mi misión, y tengo el respaldo del pueblo; siendo así, ¿por qué debo aceptar la traba que me impone la política? ¿Adular diputados, senadores, jueces, dividir el poder? ¿Extraviarme en jungla infinita?
Lo necesario es lo que he hecho siempre: atacar. Mi fuerza es, y debe seguir siendo, una fuerza imparable hasta el fin; a ella se le opone una resistencia porfiada, contumaz, que cuanto más muerta está, más pesada es de remover. Entonces, lo que se ha visto en el Congreso “ha sido una expresión de choque entre esta fuerza imparable y aquel objeto inamovible”.
Milei se refiere al Congreso como un todo; ni distingue entre legisladores oficialistas y opositores. En ese contexto, otra frase impactante, “si ustedes quieren volver atrás me van a tener que sacar con los pies para adelante”, debería interpretarse al revés: si me quieren hacer volver atrás, los voy a tener que sacar con los pies para adelante. Creo que a Milei hay que tomarlo muy en serio. Sus preferencias son taxativamente anunciadas: avanzar sin obstáculos y, si no, colisionar con ellos.
Milei no está jugando al fleje. Es un juego diferente: tantea los límites virtuales; explora y descubre esos límites. Y no está, tampoco, en el juego del gallina. Procura jugar el juego del loco: convencer a sus contradictores de que arriesga literalmente el todo por el todo. El juego del loco supone convencer al contrincante que uno mismo actúa según un guion inexorable. Milei intenta convencer que es el “loco”.
Sus enemigos deberán ser cuerdos y ceder. Para Milei, un entendimiento, una negociación, sería un problema, no un resultado, porque conspiraría contra su intención de mostrar que su guion es inalterable. Enviar una señal de concordia – quizás no vetando Garrahan y discapacitados – sería contraproducente. Beneficioso para todos, nocivo para la presidencia imperial.
Los términos actuales de la interacción Poder Ejecutivo – Congreso son: el Ejecutivo, arduamente, puede hacer aprobar leyes, pero la oposición, a duras penas, también. Milei puede emitir DNU’s, pero estos, dificultosamente, pueden ser rechazados. Por fin, Milei puede, trabajosamente, vetar legislación aprobada.
Todo indica que al gobierno le irá bien en las elecciones de medio término ya inminentes. Consecuentemente, ya no precisará negociar fuera de LLA para imponer un veto. La oposición perdería capacidad de legislar por iniciativa propia. Los DNU’s estarán algo más al alcance del Ejecutivo, así como lo estará la aprobación de leyes; el gobierno ganará margen de acción. Pero en el nuevo cuadro importarán varios elementos:
Un gobierno a fuerza de vetos y DNU’s es una estrategia inviable. Cuesta imaginar un apoyo sostenido en la opinión pública y un respaldo de “los mercados” que se traduzca en un descenso sustancial del “riesgo país”.
Los DNU’ no se pueden emplear en cualquier materia. Pero junto a la restricción constitucional gravita el perfil de las reformas. Si se encaran reformas como la tributaria, la previsional, la laboral, la fiscal-federal, el decisionismo puro y duro no es camino. Modificar grandes conjuntos de incentivos institucionales y legales no es algo que se pueda hacer por mega-decretos. El procesamiento requerido para que todos crean en la sostenibilidad de largo plazo de las reformas, remite al mundo que Javier Milei odia, la política.
Podría configurarse una suerte de bloqueo recíproco, en que gobierno y oposición encuentren difícil avanzar en sus agendas legislativas, siendo que carecen de incentivos palpables para cooperar. ¿Sería el camino de una parálisis institucional? A Milei no parece importarle, cree saber cómo zafar.
LLA dispondrá desde diciembre de más legisladores propios, pero no importan apenas los números. La victoria electoral presionará sobre ellos: se ensanchará la brecha entre lo institucional y la política popular.
El voto afectará el valor de las bancas, que pesarán más que su número. Un presidente que parece comportarse bajo el lema las instituciones no son nada, sólo los hombres cuentan, no tendrá muchos escrúpulos a la hora de hacer valer esta brecha entre los números y la voluntad.
La posibilidad de que Milei se disponga a organizar la cooperación en lugar de jugar al loco es remota. Ha emitido señales elocuentes del clima de “anormalidad” legal o constitucional con que procura rodear al Congreso. La penalización de los legisladores es una bravata absurda, señaliza hasta dónde estaría dispuesto a llegar.
¿Milei está preparando las condiciones para crear un clima de extrema tensión institucional sobre la base de la victoria que da por descontada? Si es así, me temo que va a ir por todo en serio. Sentirá las espaldas calientes para exigir más y cruzar, como loco, el límite.
Publicado en Clarín el 18 de agosto de 2025.
Link https://www.clarin.com/opinion/aproximamos-colision-catastrofica_0_nWICbJFq3u.html