martes 1 de abril de 2025
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Morir con las botas puestas

Es muy bueno que Carlos Fara haya publicado, en la sección opinión de Clarín, su artículo sobre “La política en la era exponencial” (3/3/25).

Más que un buen artículo es un muy buen ensayo, apretado como está por las restricciones de espacio que impone, sin remedio, cualquier medio periodístico.

Dentro de esas restricciones, el texto logra ser bastante exhaustivo: por un lado, identifica las características básicas que habría cobrado la política del presente y del futuro – y no las elogia, simplemente las presenta; por otro lado, destaca algunos de los peligros que las nuevas formas de acción política probablemente acarrean. Hay que reconocer que este panorama es, cuanto menos, verosímil. Bien; mi respuesta personal frente a este panorama la puedo sintetizar en cinco palabras: prefiero “morir con las botas puestas”.

Todos sabemos que esta metáfora tiene un significado no beligerante; equivale a tomar riesgos de perder políticamente y no de triunfar al precio de dar por tierra con nuestros valores (Borges decía que un caballero sólo se interesa por causas perdidas, y no se refería, entiendo, a causas irremisiblemente perdidas, sino que se distanciaba de los oportunistas que se alistaban únicamente en causas ganadas).

Y exhorto a mi generación a adoptar o a mantener esta tesitura. No lo hago desde la corrección política, la ética de la convicción o la beligerancia cultural, sino desde la pasión política, la ética de la responsabilidad y el pensamiento crítico de la política. Tengo más de 70 años; pertenezco a una generación con un componente sumamente politizado y que ha tomado parte en la política, de distintas formas, a lo largo de toda su vida.

Bien puedo ahora, instarnos a nosotros mismos, a que seamos conservadores, en la mejor tradición conservadora del mundo, la británica (o en todo caso la anglosajona). Para esta tradición hay dos principios (entre otros) que nunca deberían ser olvidados (muy importante: no valen para todo y en cualquier tiempo y lugar; se trata del espíritu de los principios, y no de unas reglas de absurda aplicación absoluta):

Primero, que “nosotros” – los de cualquier generación, asumimos una obligación libremente contraída, la de que no tenemos el derecho de interrumpir el flujo de tradiciones político culturales, el rico contenido que hemos heredado de las anteriores generaciones y debemos legarlo a las mismas.

Me parece más o menos evidente que esta postura nada tiene de revolucionaria, pero lo que hoy es aún más importante, nada tiene que nos impulse a olvidar los legados culturales, históricos, políticos que hemos recibido de nuestros antecesores.

El analfabetismo cultural, histórico, político de la “era exponencial” es abrumador, y no dejamos de confirmarlo cotidianamente en la ignorancia – en la que Jaime Durán Barba ha puesto énfasis recientemente – que descubrimos en los líderes y las élites que forman parte de esa política, incluyendo a muchos de los publicistas que escriben libros.

Esto significa que si los que podemos frenar (o intentarlo) el analfabetismo político y cultural, nos cruzamos de brazos, entonces la “política exponencial” presidirá la creación de un enorme hiato generacional y nosotros no estaremos a la altura de nuestras responsabilidades.

Un somero examen de los rasgos que acertadamente identifica Carlos Fara en su nota es suficiente para percibir cómo la “política exponencial” se carga con el legado del humanismo occidental, de la tradición de la democracia liberal, de los valores del pluralismo, la tolerancia, los derechos humanos, el garantismo judicial, la tensa conjunción entre libertad e igualdad, todo lo cual me parece imperioso defender, no como escudo, sino como motores de reconstrucción política.

Segundo, la importancia de otorgar, a aquello que ha sido creado y experimentado en el pasado, un valor prima facie positivo, una asignación de sabiduría, alguna virtud, porque ha sido parte de las opciones y creaciones de los seres humanos en su experiencia a lo largo de generaciones.

Por supuesto esto no quiere decir que todo lo que proviene del pasado es bueno sabio y que debe ser mantenido impidiendo la creación. Pero la política debe ser presidida por la prudencia y por la noción de que podemos actuar sobre la base de un conjunto de valores que debemos enriquecer, no destruir. Y no por la creencia burra de que nuestra generación es crucialmente decisiva y tiene el mundo en sus manos. Pragmáticamente, entonces, lo mejor es proceder intentando mejoras parciales, con cuidado, por ensayo y error, en lugar de embarcarnos en revoluciones de derecha, centro o izquierda.

Más allá de los riesgos que el propio Carlos Fara identifica en la segunda parte de su ensayo y con toda razón, destaco que la “política exponencial” – que odia la moderación, compulsiva, cortoplacista, que mercantiliza lo político, cuyos liderazgos maximizan oportunidades de ganancia rápida, que desprecia las construcciones políticas de largos plazos, que abomina de “las reglas de lo políticamente aceptable” -, es ciega y sorda a estos principios bien llamados conservadores – el principio del legado generacional y el principio de la sabiduría del pasado.

Insto a nuestra generación y a las subsiguientes a “morir con las botas puestas” – es decir, a enfrentar con la pluma, la palabra, la acción política pacífica y democrática – antes que a permanecer en silencio frente a la “batalla cultural” de la política exponencial.

Publicado en Clarín el 28 de marzo de 2025.

Link https://www.clarin.com/opinion/morir-botas-puestas_0_FZT2dIr30Q.html

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