jueves 21 de noviembre de 2024
spot_img

Milei, ¿un liberalismo populista recargado?

El terremoto político duró un día pero cambió todo. Aturdidos, deambulamos entre los escombros en busca de objetos, personas, recuerdos. Nada está donde estaba ni es como era. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo orientarnos? Poco a poco el polvo se asienta, el humo se disipa, los seísmos se aplacan, el paisaje se aclara. Y en el paisaje se mezclan nuevo y viejo, lo inédito con el déjá-vu. Siempre es así.

Novedades hay muchas. La más notable es el huracán Milei, pero no es la única. Basta pensar en la configuración tripartita del espectro político. ¿Y el peronismo con apenas el 27%? ¿Su candidato más “popular” con el 5%? ¿El voto juvenil? ¿El paso de tantos pobres al bando “libertario”?

Hay mucho que decir. Yo me limitaré a una consideración: si la izquierda es el kirchnerismo, ¡tiene poco de qué quejarse de que la derecha tome el perfil del mileísmo! Y si la derecha es el mileismo, no se queje cuando la izquierda vuelva vestida de kirchnerismo. Los populismos son iguales de agresivos e intolerantes, simplistas y arrogantes: las armas que usan para imponerse son las mismas a las que sucumbirán.

¿Y las continuidades? Difícil identificarlas hoy entre tantas caras nuevas, antes de que el temblor de octubre derribe o escatime lo que todavía queda en pie. Pero ya se vislumbran. Nada extraño: no hay revolución, por radical que sea, que al volverse gobierno no revele rasgos antiguos, familiares, ancestrales. ¡Cuánto zarismo en el régimen bolchevique! ¡Cuánto hispanismo en el régimen castrista! ¿Cuánto peronismo hay en Milei? ¿Más o menos que en Massa?

A primera vista ni rastro, nada más remoto. Pero, ¿estamos mirando bien? ¿Con las herramientas adecuadas? ¿Son la derecha y la izquierda categorías adecuadas? Burdas en todas partes, lo son aún más en Argentina, donde el peronismo las ha fundido, como siempre tiende a fundirlas el populismo.

Si la grieta fuera entre izquierda y derecha, sería fácil: aprenderían a convivir, como ocurre en democracia, donde una se refleja en la legitimidad de la otra. Pero la grieta argentina es más profunda y de otro tipo, enfrenta a un supuesto pueblo contra un supuesto antipueblo, uno y otro con su derecha y su izquierda. Mundos separados por un foso antropológico, una brecha cultural, un clivaje identitario.

¡Cuántos nombres ha tenido, cuántas formas ha adoptado! Pueblo contra oligarquía, pueblo mítico contra pueblo lógico, pensamiento nacional contra pensamiento colonial. Ahora el pueblo contra la casta. Pero siempre la misma sustancia: el pueblo puro a un lado y la élite corrupta al otro.

¿Pueden coexistir? ¿Pueden los que invocan el monopolio de la virtud respetar los que creen no tener ninguna? ¿O buscarán destruir al enemigo, al que imputan todos los males, cuya razón niegan, cuyo contagio temen?

Rojo o negro, blanco o mestizo, rico o pobre, el relato populista es un relato estándar, un relato escatológico: una élite malvada ha corrompido la pureza del pueblo elegido al que un redentor conducirá a la tierra prometida. Apocalipsis y redención, destruido el mal vendrá el bien, la política es guerra. ¿Creíble  No. ¿Funciona? Nunca. Pero ¡qué relato tan poderoso!

Si ese es el mayor clivaje de la historia argentina, el clivaje entre la utopía mesiánica y la realidad prosaica, la furia redentiva y la paciencia política, el misticismo dogmático y el escepticismo pragmático, el éxito de Milei nos enseña dos cosas.

La primera, que ya sabíamos, es que muchos argentinos viven la política como una religión. Para tener éxito político en Argentina, sea cual sea el programa o la ideología, es imprescindible una fuerte dosis de populismo: es mejor apelar al corazón que a la razón, apuntar alto y disparar fuerte, prometer la destrucción y anunciar la resurrección.

¿Por qué no si “los pobres” son la mayor reserva electoral? ¿Por qué no recurrir, para variar, a la “fe popular”? La segunda es que con respecto a ese clivaje, Milei está del mismo lado que el peronismo, del lado mítico y telúrico, antipolítico y apocalíptico, no del lado gradual y reformista, institucional y posibilista: puros son los suyos, corruptos los demás, verdad la suya, herejías las otras. No hay intereses legítimos y diferenciados, solo su camino.

No se molesta en explicar cómo y con quién hará lo que promete hacer, no se mancha las manos con legalismos y tecnicismos. Es un hombre de la Providencia, ¡ay de ensuciarse con la mundanidad! Se entiende que, como los monjes, viva separado del mundo. Con el peronismo, por tanto, está destinado a converger, los primeros refugiados ya están subiendo a bordo. Perón no tendría nada que objetar: todos somos peronistas, ¿no?

¿Pero qué peronismo? ¡Conocemos tantos! Desde los primeros pasos, desde tantas pistas, se adivina hacia dónde iría Milei, dónde encontraría los cuadros políticos que le faltan, los votos locales que no domina, las redes que no posee: el mundo mileísta pisará las huellas del mundo menemista, su pelo terminará como las patillas del riojano, mucha agua cambiará el sabor de su vino. Ya se olfateaba.

Después de cada borrachera nacionalista, de cada orgía distributiva, después de cada ciclo nacional-popular, se viene puntualmente el redde rationem tecnocrático, el populismo for export: mercado sin república, capitalismo de amiguetes, restauración moralista y descaro institucional. ¿Proceso de intenciones? ¿Temores fundados? Algunos dirán que es el único liberalismo posible en Argentina, un liberalismo populista. Tal vez. Para mí es un oxímoron, un servicio al Rey de Prusia.

Publicado en Clarín el 14 de septiembre de 2023.

Link https://www.clarin.com/opinion/milei-liberalismo-populista-recargado_0_5opTWJMDQy.html

spot_img
spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

Fernando Pedrosa

Latinoamérica, después de Biden, a la espera de Trump

Alejandro J. Lomuto

El desafío de seguridad interior más nuevo para Trump

Eduardo A. Moro

Tres gendarmes en el mundo