domingo 22 de diciembre de 2024
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Milei, el pragmatismo de la razón versus el dogmatismo de la voluntad

Lula asumió su primera presidencia en enero de 2003, después del colapso argentino de 2001 y cuando Brasil parecía seguir el mismo camino. Su respuesta ante la crisis fue ortodoxa: equilibrio fiscal y moderación ideológica. Para compensar a su base electoral, que demandaba actitudes más críticas hacia el sistema, Lula desarrolló una política exterior que llegaría a conocerse como «activa y altiva»: mostrando autonomía ante las potencias occidentales, tejió redes que insertaron a su país en las organizaciones internacionales de moda, de los Brics a Unasur. La combinación de moderación doméstica con activismo externo le permitió capear la tormenta económica sin deslucir sus credenciales combativas: en casa ponía los huevos; en el mundo, cacareaba.

Lula sirve para entender a Milei. Pese a haber prometido dolarizar la economía, bajar los impuestos y cerrar el Banco Central, el presidente argentino se vio obligado a guardar la motosierra en el armario y aumentar los impuestos. Sus credenciales libertarias, sin embargo, no se manchan; el discurso en Davos mostró a un león desafiante que, desde el fin del mundo, vino a decirle a Occidente que estaba en decadencia y que Argentina tenía la solución: él. El mundo, agradecido; sus seguidores, eufóricos.

Lo notable del discurso es que fue oído como libertario por los empresarios, pero apreciado como conservador por las masas. Para los empresarios, con Elon Musk a la cabeza, la veneración de la creatividad individual y la vituperación de los modelos colectivistas fue orgásmica, según Musk, que se encargó de dejarlo claro con un meme en X (ex-Twitter). La equiparación del nazismo y el comunismo con la socialdemocracia y el centrismo sorprendió a muchos y excitó a otros. La recepción en redes, sin embargo, coincidía en la decadencia de Occidente, pero no se la adjudicaba al colectivismo sino a la islamización: para los fans de a pie, el problema no es el Estado dirigista sino el perforado, cuyo crimen no consiste en inmiscuirse en el mercado sino en descuidarse en la frontera. Milei deplora al Estado; sus justificadores deploran a los inmigrantes. La santa alianza anarcocapitalistas con conservadores es un monumento a la disonancia cognitiva.

¿Santa o profana alianza?

La coalición de Milei reúne a los que endiosan al mercado, alias liberales, con los que reverencian la comunidad, alias conservadores. Los liberales odian al Estado, fuente de toda corrupción e injusticia; los conservadores odian el pluralismo, fuente de toda división. El problema es que el mercado es universalista, pero la comunidad es particularista. Universalismo significa que las partes son intercambiables: todas las personas son iguales. Particularismo significa que las partes son únicas: cada nación es irrepetible. Sostener los dos principios a la vez produce inconsistencias, que la oposición argentina sufre en espejo cuando defiende el particularismo del Estado y el universalismo de la sociedad pluralista -en vez de una comunidad homogénea purificada por las fuerzas del cielo-. La diferencia es que el presidente salva las inconsistencias de su coalición con liderazgo carismático, mientras los opositores navegan en un mar de perplejidad y culpa.

Milei entiende el mapa político argentino mejor que muchos veteranos de los partidos tradicionales. La oposición utiliza etiquetas ideológicas convencionales que giran sobre un eje vertical, como derecha versus progresismo.  En cambio, el presidente estratifica al pueblo en dos clases horizontales: los argentinos de bien versus la casta. Sabemos desde la transición democrática, gracias a los estudios pioneros de Edgardo Catterberg, que la mitad de los argentinos tiene dificultades para autoposicionarse o posicionar a los partidos en el espectro izquierda-derecha; cuatro décadas de fracaso económico ambidiestro, han tornada esa distinción aún más obsoleta. Identificar culpables arriba absolviendo a los de abajo es más intuitivo y aliviador. Por eso, el atractivo electoral de Milei fue psicosocial antes que ideológico: lo votaron por su enojo y no necesariamente por su programa. El enojo rinde más de lo que la ideología confunde.

La negociación en curso de la «ley ómnibus» en el Congreso está poniendo a prueba la estrategia del presidente. Maximalista en el discurso, su avenimiento a acordar modificaciones con la oposición dialoguista sugiere que el dogmatismo en Davos es compatible con el pragmatismo en Buenos Aires. Cacarear afuera y poner los huevos adentro: lulismo de manual. Que nadie se lo diga.

 

Populista es el otro

En América Latina, la etiqueta populista se usa para descalificar a los gobiernos considerados de izquierda. El criterio es económico: gastan más de lo que tienen, sacrificando futuro por presente. En Europa y Estados Unidos, los populismos son de derecha. El criterio es político: se trata de partidos nacionalistas cuyos líderes defienden valores sociales tradicionales y rechazan la inmigración. En la visión europea, Milei es un populista clásico; para sus seguidores locales, populistas son Cristina y Lula. Ya vimos, sin embargo, cuánto se parece la estrategia de Milei a la de Lula. Pues bien, su táctica se parece a la de Cristina, con Federico Sturzenegger en el rol doctrinario y talibán de Guillermo Moreno. Por eso, los más furibundos voceros del PRO acusan al gobierno, que su líder Patricia Bullrich integra, de haber pactado la impunidad con el kirchnerismo. Los populismos, como buenos extremos, se tocan.

La política argentina, contra viento y marea, cambia para que todo siga igual. Ligas de gobernadores, aprietes del Ejecutivo, rosca en el Congreso y movilización del conurbano a la ciudad de Buenos Aires conviven en hosca armonía. Todo ello en un país que, a contramano de la región, viene reduciendo su tasa de homicidios desde hace tres lustros sin saltearse un solo año y bajo todos los gobiernos. Contra el prejuicio convencional sobre América Latina, la criminalidad en la calle no se corresponde con los modos en el palacio: los homicidios aumentaron con Lula y se redujeron con Bolsonaro, aumentaron con Sebastián Piñera en Chile y disminuyeron con Evo Morales en Bolivia. En Argentina, en cambio, la reducción del crimen es política de Estado y convive con la agresiva pero teatral polarización política.

Durante el semestre en curso empezará a develarse la verdadera naturaleza del experimento libertario. ¿Consigue bajar la inflación o no? Después de todo, esa es la principal preocupación para el 70% de los argentinos. Si lo logra, seducirá a amplios sectores del agonizante Juntos por el Cambio para engrosar sus filas en el Congreso. Si no, la condición hiperminoritaria del partido libertario pondrá en riesgo la estabilidad presidencial. Las fuerzas del cielo pueden definir una contienda electoral, pero gobernar requiere de las más profanas fuerzas de la tierra. El discurso dogmático de Davos habrá sido un recurso inteligente si resultados pragmáticos asoman en Buenos Aires. En caso contrario, Elon Musk tendrá que cambiar de meme.

Publicado en Semanario Búsqueda el 25 de enero de 2024.

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