sábado 26 de octubre de 2024
spot_img

Milei ‘divide et impera’

La política argentina está en caos. Los tres partidos tradicionales sufren internas sangrientas y el más afortunado está a punto de dividirse solo en dos. Cristina Kirchner quiere presidir el peronismo, pero los gobernadores la enfrentan o se declaran prescindentes, incluyendo a su hijo dilecto, Axel Kicillof. La puja entre cercanos a Milei y cercanos al kirchnerismo está por partir al radicalismo en tres: sí, tres, porque un grupo importante se disocia de ambos extremos. Y el PRO (Propuesta Republicana), que tenía la elección ganada hasta que la perdió, se desgarra entre la incondicionalidad oficialista de Patricia Bullrich y el apoyo transaccional de Mauricio Macri. El único partido incólume es el de Milei. ¿Será todo mérito suyo?

Es cierto que la emergencia de un outsider desestructuró la competencia y desconcertó a la dirigencia. Sin embargo, el presidencialismo es un sistema que siempre ordena al oficialismo y desordena a la oposición. El federalismo acentúa estas características, porque presidente hay uno pero gobernadores muchos, y buena parte aspira a la presidencia. Cuando Raúl Alfonsín ganó las elecciones de 1983, el peronismo derrotado llegó a tener cuatro bloques en la Cámara de Diputados. Cuando ganó Carlos Menem, en 1989, fue el turno de pelearse del radicalismo: la rebelión de sus gobernadores llevó a Alfonsín a concederle a Menem la reelección. La victoria de Fernando de la Rúa en 1999 produjo tal descalabro en el peronismo que, a su caída, demoraron cuatro presidentes hasta ponerse de acuerdo sobre el sucesor. El triunfo de Néstor Kirchner en 2003 generó tal división en el radicalismo que uno de sus gobernadores, Julio Cobos, completó la fórmula presidencial de Cristina Fernández en 2007. De forma similar, la llegada de Mauricio Macri en 2015 terminó con el líder de la bancada senatorial peronista, Miguel Ángel Pichetto, como su compañero de fórmula en 2019. Hoy Javier Milei disfruta de las mieles que gozaron todos sus antecesores: opositores destripándose a la luz del día en plena plaza pública. Claro que él colabora, ¡pero hasta con Alberto Fernández se encarajinó la oposición! De hecho, fue la interna suicida de Juntos por el Cambio la que condujo al libertario al poder.

El presidencialismo federal divide a la oposición merced a cuatro mecanismos: punto focal, liderazgo, lapicera y presupuesto.

Un punto focal es un elemento que induce la coordinación por simple presencia, sin necesidad de acción. Así como el Obelisco porteño es el punto de encuentro espontáneo para celebrar victorias deportivas, el presidente atrae las miradas y ordena las expectativas de los oficialistas —y desordena las de los opositores, que carecen de un elemento unificador semejante—.

El liderazgo, en contraste con el punto focal, actúa por acción. En un régimen parlamentario, la oposición tiene un líder que se sienta en el Parlamento y confronta con el jefe de gobierno. En un régimen presidencialista no existen ese cargo ni esa instancia: ni el presidente visita rutinariamente el Congreso ni la oposición tiene un gabinete en las sombras listo para gobernar ante un voto de censura.

La lapicera es el poder de armar las listas electorales. Esta no es una característica de todos los presidencialismos: en Estados Unidos, hasta hace unos años, los legisladores que buscaban la reelección dependían de sus votantes y de sus patrocinadores, no del presidente. La llegada de Trump alteró el sistema, ya que su popularidad y capacidad económica disciplinan a los tibios y excluyen a los díscolos. En contraste, el régimen parlamentario de Gran Bretaña se distingue por la capacidad de los partidos para seleccionar y disciplinar a los legisladores. El presidencialismo argentino está a mitad de camino, y los estudios empíricos muestran que el presidente en ejercicio nomina a alrededor de un cuarto de las candidaturas viables para diputado. Para quien tenga pretensiones legislativas, la única alternativa equiparable a someterse al presidente es someterse al gobernador o líder partidario provincial. Así, el poder de la lapicera alinea nacionalmente al oficialismo y fragmenta provincialmente a la oposición.

El presupuesto es el más directo de los mecanismos de ordenamiento, aunque no el más transparente. Mediante contrataciones, obras públicas y otras asignaciones del tesoro, el Ejecutivo nacional utiliza la chequera para premiar y castigar piramidalmente. La oposición, en cambio, debe limitarse a los presupuestos provinciales y los discursos legislativos, que se presentan más como mosaicos que como pirámide.

Hasta acá, todo bien: el presidencialismo une al oficialismo y divide a la oposición. ¿Pero qué pasa si el oficialismo, aún unido, es minoría?

Después de lograr la aprobación de dos grandes proyectos de ley, incluyendo una serie de delegaciones legislativas al Ejecutivo, Milei se encontró con que el Congreso ya no lo acompañaría. Decidió entonces sostener la gobernabilidad sobre tres instrumentos: decreto, veto y tercio. El decreto, sobre todo el de necesidad y urgencia, le permite legislar sin intervención del Congreso; el veto le permite impedir que el Congreso legisle, y un tercio de cualquiera de las cámaras le garantiza que no puedan derribarle vetos ni decretos. Esta estrategia minoritaria de gobierno es posible por la delegación legislativa que logró en un inicio, mientras estaba en el pico de su popularidad. Su estabilidad hasta las elecciones intermedias dependerá de sostener la popularidad que le permita mantener el tercio, sin el cual toda la estrategia se derrumbaría.

Por último, la reforma electoral que acaba de establecer la boleta única de papel deja a Uruguay como el último país de la región que utiliza la boleta partidaria: paradójicamente, la mejor democracia del continente usa un sistema que los demás rechazan. La boleta única no resolverá los problemas de representación, porque las listas legislativas seguirán siendo bloqueadas y cerradas —es decir, incluirán candidatos múltiples y el elector no podrá tachar, insertar ni cambiar el orden—. El impacto vendrá por otro lado: obligará a la provincia de Buenos Aires, que alberga al 40% del padrón nacional y es una de las cuatro que vota en simultáneo con la nación, a desacoplar las elecciones. En 2025, eso desactivará el arrastre que podrían tener Cristina Kirchner o Karina Milei encabezando la lista nacional de sus partidos, pero no beneficiará a Kicillof porque tampoco habrá lista provincial: Buenos Aires está dividida en ocho secciones electorales que eligen legisladores desconocidos, y serán los intendentes los que armen esas listas. Si esto es así, la oposición habrá diseñado un mecanismo más para consolidar su división y ayudar al presidente.

Publicado en Búsqueda el 23 de octubre de 2024.

Link https://www.busqueda.com.uy/opinion-y-analisis/milei-divide-et-impera-n5393895?fbclid=IwY2xjawGHO5JleHRuA2FlbQIxMQABHdOvs9qtU1DtSXq1jIjfbwjmjcj2Zi5dcEbjd-w9oOBFSXBLGwJpGUi6EA_aem_6zYrT1GSWRtVJVbFOjOUbA

spot_img
spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

Alejandro Garvie

Te la debo

Alejandro Einstoss

Hay interrogantes, pero ya arrancó el círculo virtuoso

Alejandro J. Lomuto

La puja por el liderazgo del MAS profundiza la crisis de Bolivia