lunes 21 de julio de 2025
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Migraciones forzadas: un reto para la humanidad

Existe hoy una idea sobre las migraciones y los efectos que provocan las oleadas de ciudadanos del mundo dispuestos a encontrar un lugar donde vivir mejor, acceder a puestos de trabajo, conseguir un poco de estabilidad y poder soñar con una vida “normal” lejos del país de origen. No piden más que eso.

Esa misma idea se autoconstruye sobre la base de un manojo de necesidades personales y grupales como el hambre, los conflictos internos en sus países, las persecuciones políticas y el peligro que supone pensar diferente al poder de turno. Hay infinidad de causas que justifican la huida, el éxodo, como última opción.

Quienes emigran lo hacen después de un largo período de sufrimiento, agobio e impotencia anta la ausencia de soluciones nacionales. Irse de su país es una decisión difícil, un arrojo al océano de las incertidumbres muchas veces vano. Sin embargo, en otros tiempos fueron bienvenidos por falta de mano de obra barata. No se dijo entonces que esa ventaja tuviera un final, que el buen recibimiento iba a trocar en expulsión despiadada.

En ese dramático proceso de asentamiento que duró siglos o décadas ahora aparecen desenlaces indeseados: de repente, el migrante es rechazado, considerado apenas un refugiado cuya identidad conlleva la característica de ser un “inmigrante al paso”, no un nuevo ciudadano del país que lo cobijó cuarenta años antes. Está condenado a la repatriación, devuelto con humillación a su país como si fuera un delincuente, o a un tercero que no le ofrece ninguna garantía. Esta es la salida que eligen varios gobiernos para “sacarse el problema de encima”.

El momento actual es el tramo del regreso de las migraciones a un punto muerto, un nuevo instante de huida de nuevas persecuciones en el país que los cobijó para usar sus servicios domésticos. Esta es la etapa en que el poder político de las naciones desarrolladas concluye en que esos migrantes, imprescindibles en los dos siglos anteriores para estructurar la producción de la riqueza propia y concretar una revolución industrial, ya no les sirve.

Un día llega un hombre que decide cerrar las fronteras de los Estados Unidos para proteger a la población nativa, suprematista blanca, y liberal; lo hace en nombre de la protección comercial, se escuda en el argumento de que aquellos migrantes, los únicos dispuestos a aceptar los trabajos más negreros, ahora sobran y son “delincuentes” indocumentados. El hombre decide ignorar que esa gente ha vivido en ese país desde hace 40 o 50 años sin recibir la documentación ciudadana, inexplicablemente.

Él tiene la potestad suprema de definir las expulsiones sin corroboraciones judiciales, e ignora olímpicamente que en ese mismo período los indocumentados trabajadores pagaron impuestos elevadísimos para poder tener un puesto laboral. Pagaron para trabajar. Solo en 2023 esa franja de indocumentados aportó a las arcas del gobierno norteamericano 90 mil millones de dólares en impuestos no registrados, y envió remesas a sus familias en los países de origen por 831.000 millones de dólares entre los años 2000 y 2022.

El presidente Donald Trump busca desarticular ese mecanismo, y prefiere perder los ingresos a cambio de que los indocumentados queden vulnerables y puedan ser deportados por la fuerza a terceros países. Esa reacción decididamente racista y excluyente, activó las protestas “No al día de Reyes”, o “Día de NO a los Reyes”, NO a los dictadores y tiranos, es decir NO al presidente Trump. El reclamo se hizo oír en ciudades populosas y pequeñas de todo el país, y los que protestaron fueron los ciudadanos nacidos en los Estados Unidos.

Las reacciones populares sobre el movimiento inmigrante surgen de ambos lados de la brecha: quienes defienden la permanencia de los inmigrantes, y quienes adhieren a las deportaciones masivas. La grieta se exteriorizó también en Europa. El municipio de Torre Pacheco, en Murcia, ha cautivado la atención de los medios españoles a raíz de un episodio controvertido y confuso, en que se produjo la detención del grupo ultra “Deport Them Now”, destinado a instigar las “cacerías” de inmigrantes. La violencia y los ataques racistas ya produjeron el cierre de negocios de inmigrantes, la Fiscalía investiga al partido político Vox -ultra derecha liberal- por eventuales incitaciones al odio a través de la red X, y la Guardia Civil detuvo a trece magrebíes, entre ellos a su líder, después de que golpearan a un hombre de 69 años por razones de racismo. Un restaurante chino no abre sus puertas por temor a otros ataques. Otros comercios permanecen cerrados desde el fin de semana pasado, tras la convocatoria del líder del grupo “Desokupa” (una empresa de desokupación forzada de viviendas) Daniel Esteve, a formar patrullas ciudadanas antiinmigrantes. Son la viva imagen de barrabravas internacionales.

Por su parte, el Parlamento griego aprobó el viernes una estricta ley del Ministerio de Inmigración y Asilo para enfrentar la cuestión migratoria, pero no en el sentido de su defensa, precisamente, sino a favor de estrechar los controles de ingreso.

Reacciones como las mencionadas se replican en todo el mundo, porque los migrantes son demasiados, los conflictos que los expulsan incontables, y la desesperación apabullante. Sin embargo, la cuestión de la inmigración genera a la vez otras visiones más tolerantes a la hora de analizar qué dejan en términos de beneficios esos movimientos rampantes en la historia de la humanidad.

No es para sentir alivio, ni olvidar lo que un microfilm enfoca día a día y pone a la vista lo peor de esas manifestaciones de expulsión y la pérdida de la esperanza de millones de personas. Hay dando vueltas por el mundo 281 millones de migrantes internacionales; a finales del 2022, la cantidad de personas desplazadas ya había alcanzado la triste cifra récord de 117 millones y, como se ve ha crecido exponencialmente.

Diversos informes sociológicos consideran con benevolencia que el desplazamiento migratorio “es natural” porque siempre ha existido, y lo rescatan en el sentido de que es un agente de cambio mundial que impulsa el desarrollo humano y el crecimiento, una “impronta” que produce indefectiblemente -cualquiera sea la razón del desplazamiento- una estela de transformaciones a raíz de la integración de razas, culturas y generaciones. Los costos, los daños, los sacrificios humanos no se computan desde el cómodo sillón de la fría sociología.

En el mundo actual, la migración, un fenómeno histórico y natural de la humanidad, muestra avances y retrocesos con la marca de la violencia y la discriminación, y a la par esfuerzos insuficientes en materia de integración y conquista de derechos. Hay, sin duda, países que padecen el incremento notable de la migración en el siglo XXI debido a la multiplicación de las persecuciones políticas, los conflictos y las crisis económicas globales. Se llega al extremo de manifestar hartazgo hasta con las visitas circunstanciales del turismo. La creciente xenofobia no distingue el dolor del placer.

Es verdad que, en los países europeos, la avalancha de inmigrantes asiáticos y de Medio Oriente o el norte de África, ha pasado por encima de la solidaridad del Viejo Mundo y las voluntades europeas. La masividad del éxodo atravesó las aguas del Mediterráneo e invadió sin propósitos de conquista no solo las culturas locales, sino también la distribución de los beneficios y las carencias por la sorprendente llegada de “refugiados”. Surge aquí una sutileza semántica: ¿los inmigrantes han pasado ahora a ser refugiados?

Esos cambios quedan entre paréntesis para que en el futuro se juzgue sobre lo bueno y lo malo de esta expansión. Las teorías respecto de que “la historia de las migraciones es la historia de humanidad” son aceptables a la luz de los análisis después de varios siglos, y porque ellas mismas constatan que el espíritu de las migraciones está penetrado por la pobreza.

La pobreza es la que mueve a enormes sectores de la población humana a hurgar en los rincones de la naturaleza para tratar de saciar el hambre y consagrar una sobrevivencia que siempre será precaria. Esto requiere una reflexión acerca de la calidad de las transformaciones nacidas de la desesperanza, la desigualdad y la mezquindad humana.

Hay claras responsabilidades por estos resultados, tienen nombre y apellido, tienen ideologías e intereses económicos, y también cálculos mal intencionados acerca de que la población terrestre crece desmesuradamente y hay que ponerle un freno. No es la primera vez que surgen estos pensamientos.

Lo único que falta es que una mentalidad delirante imponga por Tick Tock que “la Tierra no es para todos”, o que el mensaje se expanda y divulgue que si siguen naciendo niños “la Tierra se va a caer”. No se rían, la frase es de la década del´60, cuando Mac Namara y Rockefeler quisieron suprimir los embarazos y atenuar el número de nacimientos porque nuestro planeta no iba a resistir el peso de tanta gente. Por eso impusieron las pastillas anticonceptivas. Los únicos que se comieron el verso fueron los chinos, obligados por ley a tener no más que un hijo.

Publicado en El Parlamentario el 17 de julio de 2025.

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