Señores, contraorden: el buque no se hunde, el «barco borracho» va viento en popa. Agarrado al timón, poseído, el capitán entona los versos: «más liviano que un corcho, dancé sobre las olas». ¡A toda máquina!
Mi querida Argentina nunca aburre: la dejé presa de la angustia, pasado un mes la veo ebria de euforia. Quienes estaban a punto abandonarlo, volvieron de prisa al navío libertario. Pasado el susto, los leones del teclado vuelven a rugir, los acosadores a acosar, viven la política como fe, las elecciones come una guerra.
También Cristina Kirchner era feliz. Graciosa y festiva, bendijo bailando a los fieles. Sigue soñando con asomarse a la plaza, aunque sea una anónima esquina; confunde el alféizar con el altar, la claque con el «pueblo». Abajo, los derrotados aclamaban a la generala de la derrota. Disonancia cognitiva, masoquismo fideísta.
Grotesco pero lógico, absurdo pero lineal. Mientras Cristina baile, Milei ganará; mientras Milei gane, Cristina bailará: si la política es una guerra, los opuestos se necesitan; si la guerra es por la fe, los extremos se alimentan.
Triunfo, paliza, batacazo: tal fue la victoria oficialista, tan grande la sorpresa, que provocó rugidos de estadio, tanto más excitados cuanto mayor era el alivio. ¿Por qué ganó Milei? Muchos hemos especulado, con el diario del lunes todos somos profetas. Los entusiastas apuntan alto: fueron premiados la batalla cultural, el equilibrio fiscal, la opción occidental. Los escépticos volamos bajo: el miedo al kirchnerismo, el terror al colapso, el mal menor. Supongo que las razones se repartan entre ambos.
¿Pero estamos seguros de que el ganador sea Milei? Y, en tal caso, ¿qué Milei? ¿Hyde o Jekyll?¿El anarcocapitalista o el menemista? Todas las revoluciones arden en llamas y anuncian lo «nuevo», todas se convierten tarde o temprano en régimen. Entonces muestran los rasgos familiares de una historia, una tradición, una cultura.
Hace tiempo, increíble pero cierto, el presidente reveló de ocuparse de la «gestión» y de dejar a otros la política. Y la política, no la gestión, salvada in extremis por la caridad yanqui, fue la que ganó. La primera ganadora, por tanto, es su hermana: su pesca de arrastre entre los reciclados de la casta funcionó. Ahora Milei tiene una fuerza nacional, no sé si liberal.
El otro ganador, salta a la vista, es Donald Trump, son los banqueros que acudieron al lecho del moribundo. Condenado al escarnio público por mucho menos, Spruille Braden se moriría de envidia: ¿que queda del proverbial nacionalismo criollo? No seré yo quien lamente su desaparición: ¡con todo el daño que hizo! Pero hay formas y formas, abrirse sí, postrarse no. Sea como fuere, si la alternativa eran los amigos de Maduro, mucho mejor el salvavidas trumpiano.
Quién te salva la vida, sin embargo, suele darte un sermón: no lo vuelvas a hacer, no podemos sacarte siempre las castañas del fuego. En concreto: cultiva aliados en lugar de maltratarlos, negocia en vez de insultar, razona antes de pontificar, estabiliza, no agitar. ¡Sé un estadista, carajo!
He ahí el «nuevo» Milei, el Milei demileizado, un petardo mojado, un presidente intervenido: para salvarlo de sí mismo. El hombre que en Davos daba lecciones al mundo, ahora predica peace and love y lee textos ecuménicos. Da ternura. Capaz que entre los ganadores también estemos nosotros, los ñoños: es lo que pedimos desde el primer día.
¿Y el peronismo? ¿Ha perdido el peronismo? ¿Ha ganado el antiperonismo? Hay mucha confusión al respecto. Y la confusión proviene de la equiparación entre peronismo y kirchnerismo, un error garrafal. Vean el abismo entre las elecciones legislativas y las elecciones en la provincia de Buenos Aires.
No era Axel Kiciloff, tan ajeno a la panza peronista, estrella en ascenso y ya caída, cadáver político sobre el que bailaba Cristina Kirchner, el que las había ganado. Había ganado el “deep peronism”, la densa y atávica red de intendentes y movimientos populares, redes clientelares y apoyos clericales, una socialidad fuerte en el poder local, lejana del nacional.
Se tiende a olvidar que el peronismo fue y es un movimiento «nacional», no un partido cualquiera. Una cosa es el partido justicialista y quienes lo dirigen, y otra cosa es la cultura política peronista, una cultura maniquea que hace tiempo logró colonizar a los demás partidos e ideologías.
La historia argentina está plagada de peronistas que, en nombre del peronismo, votan a partidos no peronistas. Los peronistas de «izquierda» votaron contra el peronismo cuando el peronismo era Menem. Los peronistas de « derecha» no tienen reparos en votar a Milei si el peronismo es Kirchner o Kiciloff. Es típico de los movimientos populistas: cuando se fragmentan, no desaparecen, desbordan.
Queda la «tercera Argentina»: ¿las elecciones han certificado su inexistencia? Sí y no. Sí, si se piensa que quien le daba voz era la coalición de gobernadores, un anacronismo, una pistola de fogueo. No, si miramos los hechos: Milei sacó la misma cantidad de votos que en la primera vuelta de las presidenciales; desde entonces han crecido los abstencionistas. Entre ellos duerme, esperando al príncipe, la bella durmiente sin representación.
Publicado en Clarín el 4 de noviembre de 2025.
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