En octubre de 1983 yo no era radical. Apenas había cumplido 15 años y me picaba, como hijo de la clase media poco ilustrada pero con aspiraciones culturales de esa época, la curiosidad política.
El primer acto al que asistí, unos meses antes, durante el verano, fue en los quinchos del club Comunicaciones. Era un acto sindical. Cortez, un viejo caudillo comunista que lideraba un grupo de peronistas disidentes, socialistas de alguna línea, radicales y del propio PC y que buscaban conducir el Sindicato de Diarieros (curioso sindicato que aglutina propietarios).
Una choriceada que terminó con el correspondiente discurso de barricada y encendido sobre un banco de esos de cemento, tan típicos de los quinchos y plazas, con arenga contra la burocracia.
Obviamente, apenas se normalizó la actividad sindical, Cortez perdió. Pero los diarieros de la zona de la parada de mi papá lo votaron convencidos. Años después, con Menem, Cortez llegaría a conducir el sindicato. Para mi papá era un orgullo ver que su referente seguía al frente de la parada durante las mañanas para por la tarde trabajar desde su oficina por sus compañeros.
Ya conté en alguna oportunidad que mi papá era peronista. De Perón. Y mi abuelo, fascista. De Mussolini, claro. Las discusiones en casa de mis abuelos paternos eran tremendas. Mi abuelo no era de los que se quedaba callado y era capaz de pelear con un mozo gallego durante sus Bodas de Oro para ver en la escala facha quien había sido mejor dictador, el Duce o el Generalísimo. A la vez, era portante orgulloso del carnet número 13 de La Fraternidad de maquinistas, el único sindicato tradicionalmente radical.
No fue un octubre feliz. Pocas semanas antes había fallecido el marido de mi prima. Roberto. Una de las personas que más lloré en mi vida y a quien cada vez que recuerdo me saltan lágrimas de los ojos.
En octubre de 1983 no era de ver mucha televisión y todavía nuestro televisor era en blanco y negro. Habré visto algún que otro acto. Alguna declaración. Pero lo mío siempre fue la lectura. Devoraba los diarios en la parada. Y las revistas. Sobre todo la Humor, como todos, ¿no? La lectura se mechaba con los primeros libros de la Biblioteca Política del Ceal, que mi viejo comenzó a traer semanalmente apenas salió y los libros de Sandokan que pedía prestado en la Biblioteca Popular El Resplandor (la del SABER, bah.).
Mi gran berretín era el cine, y los maravillosos programas continuados que podían darse en el 25 de Mayo, el Aconcagua o el Cine Plaza. Podría escribir un libro solo con eso, mejor lo dejamos acá y esperamos el libro, ¿no?
Pero en 1983, pese a que me interesaba la política, debo confesar que mi preocupación más urgente era cuál sería el próximo cumpleaños de quince y si en el mismo habría buenos sandwichitos de miga y nos permitirían tomar cerveza. Sabía que las chicas no nos darían bola. No iba por ese lado la cosa. De todas maneras, creo que la combinación de camisa floreada Sun Surf, pantalones Diller y chaleco de jean con piel de corderito, no nos ayudaba mucho. Eran tiempos, además, de raros peinados nuevos, esto último tanto para ellas como para ellos. A lo máximo que podíamos aspirar era a bailar un lento.
La política me interpelaba, pero más como curiosidad por lo nuevo y sin saber que la abrazaría hacia el futuro como militante y simpatizante eterno (de la Franja hasta el cajón, claro).
No ayudaba para despertar mi simpatía radical que nuestro profesor de historia (muy querido y respetado, por cierto) fuera peronista, como muchos de los profesores que teníamos, dado que habían encontrado refugio laboral durante la dictadura gracias a una directora que, jugándose el puesto, les dio trabajo (incluso ocultando la presencia de una profesora ante los militares que venían a buscarla, fraguando el libro de firmas). La profesora Palleyro (temida por todos los alumnos como toda Directora de esos tiempos), merece un reconocimiento que espero algún día llegue.
Mi zona de confort geográfico era San Martín (en cierto punto, pese a que pueden pasar años sin ir, lo sigue siendo). A veces podíamos movernos a Tres de Febrero, sobre todo a Sáenz Peña o a Ciudad Jardín. En capital nos movíamos por Devoto o Villa del Parque. Nunca más allá ni más acá. De ahí que las pintadas que recuerdo son las del MUSO, por ejemplo (una de ellas perduró por décadas en uno de los paredones del Colegio), o el cartel donde el peronismo da por ganada la elección en base a ser “el partido con más afiliados de occidente”, dato cierto. Había pintadas y afiches de Alfonsín, claro, y un comité radical muy grande sobre la calle San Lorenzo a media cuadra de la plaza, como en todo pueblo que se precie. De hecho una de las sorpresas de esa noche fue que el distrito tendría un intendente radical (un par de años después sería el primer intendente destituido en democracia, por el voto de los propios concejales radicales).
Mi papá votó a Alfonsín. Fue de esos peronistas que recibieron la palabra, el mensaje de Raúl. Y siguió votando así hasta que falleció en 1995 (aunque ese año debe haber votado a Bordón).
Mi recuerdo del domingo 30 es difuso. Por algún motivo los primeros resultados los empecé a escuchar en la calle, en el camino de Campillo a Victorica, en Parque Chas. Al llegar, creo que a las 19.30 (puedo equivocarme, seguro) parecía que la tendencia era irreversible y mi mamá, por aquel entonces una de las mujeres más gorilas que conocí, sonreía (siempre sostuvo que había votado a Alende, como en el 63, pero lo dudo). La misma sonrisa que le había visto al ver las imágenes de la marcha del 16 de diciembre de 1982 con la imponente columna radical de ese día (curioso, recuerdo mucho más esa imagen que la del acto del Obelisco).
Ese 30 de octubre me fui a dormir temprano, pese a que el 31 no habría clases. Los festejos quedaron en el Colegio para el 1 de noviembre. Recuerdo el patio detonado de pibes. Un Colegio tradicional de San Martín donde podían convivir Norma Arrostito con novias de los soldados del Liceo Militar cercano. El mismo donde se había recibido de maestro Alfredo Bravo, quien unas décadas después asistió a la entrega de diplomas de mi generación, como Secretario de Educación de Alfonsín.
Todos los años, cuando llega esta fecha, mi círculo cercano empieza con las anécdotas. Con las fotos. Envidio quedarme afuera (lo más cercano que tengo a una foto con Alfonsín es en un asado en Olavarría, parados detrás de él junto a Pepo y a Miguel, furtivos, mientras del otro lado de la mesa, Andrés obtura la Kodak, y el viejo apenas mira a cámara mientras habla con otro comensal).
Pero si recuerdo el 10 de diciembre. Ese es mi despertar a la política. No, no fui al Cabildo. Era imposible llegar.
Esa fue la primera noche que no dormí en casa. Que tampoco necesite llamar a mamá para avisar que no volvía. Así de segura fue esa noche para todos.
Con mis amigos Pablo y Fernando tomamos el 111 hasta Plaza Italia. Allí por la noche se harían los primeros recitales masivos para festejar el retorno. Esa noche pasó por el escenario, entre otros Charly García y La Torre, un desconocido grupo semimetalero.
Promediando la fiesta, fuera de lista, llegaría el verdadero rock star de la jornada. El flamante presidente, que pasaría a saludar desde ese escenario. No había pantallas, eras uno más de la marea por avenida Sarmiento que intentaba ver la miniatura de personas arriba del escenario. Eso no impidió que Pablo, quien no era para nada radical, pegara un salto lo suficientemente alto que bien podría ser considerado clasificatorio para los Juegos Olímpicos de Los Ángeles un años después.
No hay mucho registro de esa pasada, es más, cada vez que lo conté pocos de mis amigos de la Franja o del radicalismo la tienen presente. La memoria los traslada a la Plaza de Mayo, pero no a Plaza Italia.
Una curiosidad es con quien eligió Alfonsín subir al escenario. Creo que nunca Bernardo Grinspun, Ministro de Economía, había recibido ovación semejante. Si, esa noche se aplaudió a un Ministro de Economía.
Esa madrugada volvimos tranquilos a Campillo, felices, tres adolescentes con ideas diferentes con la misma sonrisa en la cara.
Publicado en octubre de 2023 en el newsletter del autor: https://estebanlopresti.substack.com/p/mi-octubre-del-83