La memoria es un espejo deformante”. Así comenzaba un cuento que escribí hace muchísimos años. Desconfío de la memoria, porque considero que los recuerdos se idealizan o se demonizan, según las circunstancias y las conveniencias.
Si se idealizan, producen nostalgia, añoranzas, decepción.
Si se demonizan, se vuelven demasiado dolorosos, y entonces pueden negarse , borrándolos totalmente de nuestra mente, como si no hubiesen existido.
Todo esto lo pensé el otro día, al enterarme por los informativos de que una estatua gigantesca de Stalin fue colocada en una estación del metro de Moscú.
Esta historia la conté muchas veces, pero viene al caso. Yo iba a la escuela en Bucarest, viendo todos los días la cara de un Stalin bigotudo y sonriente, en el retrato enmarcado que colgaba sobre la pared principal de nuestra aula. Junto a él, pegado, el cuadro con la foto del premier rumano en aquellos años ( los ’50) , Gheorghe Gheorghiu-Dej quien, luego, sería presidente.
Cuando Stalin murió ( 1953) , la maestra nos dio la aciaga noticia y todas las alumnas quedamos petrificadas. Yo lloré como una Magdalena porque, en los documentales, Stalin era como mi otro abuelo, un señor grande y bueno que llevaba en brazos a los niños y les regalaba caramelos.
Años después de abandonar nuestra tierra natal, ya en Occidente, vi otros informativos donde derribaban el gran monumento de Stalin en Bucarest. Era tildado ya de criminal y se quería terminar así con su invento: “el culto a la personalidad”. Ese procedimiento ocurrió en el año 1962, con la llegada de Krushchev al poder en la Unión Soviética. Se llamó Revisionismo histórico. Aquella estatua de Stalin, obra del famoso escultor rumano Dimitru Demu, medía 16 metros de alto y todo el monumento, que estaba ubicado en una gran plaza ( a la que llamaron, a partir de entonces, Plaza Stalin) tenía 26 metros de largo.
Ese Stalin de granito había reinado allí durante 12 años. Yo lo había visto, claro, porque estaba a la entrada de un precioso parque con su lago: Herastrau. Pero, una noche, en secreto, la tiraron abajo porque habían “descubierto” al criminal y al megalómano que habitaban dentro del líder georgiano.
Era absolutamente cierto, dado que Stalin, con su Gran Purga, había matado a millones de rusos y había creado con su figura de déspota sonriente la imagen de otro tipo de “zar”, un zar del proletariado. En aquella época, la de la Cortina de Hierro, Rumania era uno de los “países satélites” de la Unión Soviética y todas las directivas de Stalin en la Unión Soviética se implementaban en forma automática en esos países de Europa del Este.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la democracia en esos países había sido una farsa y esa situación siguió hasta que a Stalin lo “murieron” y fue cuando en Rumania, llegó a gobernar Nicolae Ceausescu. En un comienzo, éste mostró cierta rebeldía frente a la política de la Unión Soviética, pero luego, exhibió otra cara: junto con su mujer Elena, se adueñaron de un poder absoluto, absolutamente tiránico que sumió a los rumanos en el más profundo de los calvarios.
Lo curioso es que hace poco, al tener que ir por trabajo a Rumania, me encontré, para mi sorpresa con unos cuantos nostálgicos de Ceausescu. ¿Y la memoria? me pregunté. ¿Es gente que sufre de amnesia? ¿Se olvidaron de todo lo que padecieron?
Esas personas ¿no recuerdan nada del sinfín de horrores que me contaban?¿Se olvidaron de las góndolas vacías, de los inviernos con nieve y sin calefacción, de las lamparitas de 20 v. con las que era obligatorio iluminar las casas, de la “Securitate” ( la policía secreta del gobierno, que llegó a tener más de 600.000 agentes, es decir, espías, es decir delatores? (Se decía que, en verdad, 1 de cada 10 rumanos trabajaba para la Securitate)¿Se olvidaron del miedo, de la censura?
Yo era una púber cuando les preguntaba a mis padres y abuelos ( que habían sobrevivido a dos guerras) por qué, si la Primera Guerra había sido tan atroz como me lo relataban, hubo una Segunda Guerra Mundial?
Porque la memoria es frágil, me contestaban.
Y, sí. Cortázar registró esa paradoja: “La memoria es la facultad que olvida”, dijo.
Entonces, digo yo, si olvida, no es memoria. Murakami también piensa que la memoria es un campo minado. En mis tiempos de adolescencia, aún sabiendo que la memoria es selectiva, yo confiaba en ella, porque confiaba en las enseñanzas de la experiencia. Por eso, cuando observo las cosas que están sucediendo en la Argentina actual, me digo a mí misma: pero esta película ya la vi, esto es un “déja vu”.
¿De nada sirvieron las trágicas consecuencias del autoritarismo, del populismo, del fanatismo, de la demagogia, de la intolerancia, del maniqueísmo, del odio fratricida, del resentimiento social, de un caos que siempre llama a la crueldad y a la beligerancia?
¿Quieren otra Guerra, con armas más modernas, con perfeccionamientos tecnológicos e IA? ¿No vieron lo que el Comunismo terminó siendo en la práctica?¿No se dan cuenta de que un Capitalismo feroz sólo va creando más pobres?
Lo único que sé es que muchos villanos de ayer son los héroes de hoy. Y viceversa. Que, en este mundo donde el dinero manda, todo se manipula según los intereses de turno y que ante la desaparición de valores, la Ética está de luto. Y junto a ella, todos lo que aún soñamos con un mundo mejor.
Publicado en Clarín el 24 de junio de 2025.
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