El sistema político argentino está atravesado por una entropía de tal magnitud, que nos hemos acostumbrado a un estado de desorden constante, que bordea la anarquía. Más que una novedad, es el síntoma de una sociedad enferma desde hace tiempo: sirva de botón de muestra el frágil sistema de alianzas que ha proliferado en el país para las próximas elecciones, sumado a la catadura de mucho de los candidatos.
La ARGENTINA ha probado la tangente de los extremos con demasiada frecuencia, y la verdad que no nos ha ido bien de la mano de ideas meteóricas; los fanatismos empalagan.
Vale la pena esbozar una solución institucional, abrazando un principio intrínsecamente liberal: es mejor un sistema con muchas instituciones y pocas leyes, que la inversa, propio de los regímenes autoritarios.
El PACTO DE MAYO propuesto por el gobierno nacional es una gran oportunidad para una nueva etapa, referenciándose en principios sugerentes para elaborar un marco institucional. Debe impregnarse de algo más que una mirada económica, tocando materias centrales para dar lugar a la potencia creadora, corrigiendo o eliminando todo aquello que ha creado un espacio de restricciones a partir de institutos tergiversados.
Van cinco ideas fuerza que podrían servir para levantar la cabeza un poco más allá de un sistema de parches meramente legal.
Primero, qué burocracia queremos para un Estado que funcione. Entre la colonización y la motosierra debe haber un punto para el desarrollo de un grupo de servidores públicos profesionales y bien pagos, con la suficiente idoneidad e independencia. Sobran las referencias en el mundo; adoptemos, adaptando.
Segundo, qué justicia queremos dentro del marco constitucional instituido. Desde un régimen de designaciones a todos los niveles (no es solo la CORTE SUPREMA, son cientos de juzgados vacantes) que atraiga con vocación a los mejores y no a los de siempre, con una óptica de botín de reparto político; pasando por las cautelares que interrumpen indebidamente políticas de gobierno, hasta el tiempo de resolución de disputas en beneficio de la gente.
Tercero, el federalismo. De concertación sería ideal. Basta del régimen de vasallaje que tanto mal ha hecho al país, premiando las transacciones políticas más ignominiosas. Debiera terminar con una ley de coparticipación de impuestos acorde a los tiempos que corren. Que cada Estado se haga cargo, empezando por la infraestructura y llegando a la educación, pero en un nuevo marco conceptual de premios, castigos y competencia.
Cuarto, la libertad de expresión. Sin ese resguardo todo el sistema peligra; y es mucho lo nuevo que está en juego: desde la propiedad de la información en lo que parece una dicotomía entre medios tradicionales y nuevas plataformas, hasta la responsabilidad por información falsa.
Quinto, educación. Sin esto no hay futuro; así de simple. Discutamos los recursos para su financiamiento, destinando obligadamente un porcentaje de lo gravado a la explotación de nuestros recursos naturales. Demasiado aspirar a un fondo anticíclico, pero al menos eso.
Tantas leyes desde miradas extremas han creado un espacio de límites asfixiantes y abusos. Reforcemos la democracia con más instituciones que sirvan de base para respuestas a las aflicciones actuales, pero animándonos a mirar el mediano plazo. Por una vez, nos pongamos de acuerdo en serio en algunos puntos básicos y es muy probable que baje el nivel de entropía para empezar a sanar.