La censura, antes herramienta de dictadores: hoy la aplican líderes elegidos democráticamente: Orbán, Trump y Milei ya tienen su propio manual.
Ni bien tomó el poder en 1976, el ex dictador Rafael Videla instauró el llamado “Servicio Gratuito de Lectura Previa”, un eufemismo cínico para la censura. Los medios debían enviar copias de cualquier contenido que iban a publicar y esperar que les devolvieran las correcciones. La única revista que no se “adhirió” a ese “servicio” fue Cuestionario. Los directores fueron apretados, amenazados y, cuando eso no funcionó, las revistas fueron secuestradas en la playa de distribución. Los directores se exiliaron.
Hace un par de semanas, Viktor Orbán, presidente de Hungría elegido democráticamente, envió al Congreso un proyecto de ley titulado “Transparencia en la vida pública“. Otro eufemismo para la censura. Tras 15 años en el poder y una erosión sistemática de la división de poderes, Orbán controla el parlamento y puede convertir su proyecto en ley. La fachada democrática es apenas una vuelta de tuerca moderna para la autocracia. Ya lo hicieron Chávez y Maduro en Venezuela (mi nota sobre la elección de Maduro en 2024 ahonda en este tema).
Orbán es admirado por Trump (quien además idolatra a Putin, un autócrata con todas las letras). La segunda presidencia recargada de Trump empoderó aún más a Orbán, y no es inocente que esta “ley” aparezca ahora en Hungría. Trump mismo sigue el manual de Orbán: intimidar a la prensa, hacer la vista gorda o incluso indultar a quienes agreden periodistas, bloquear el acceso de ciertos medios a la Casa Blanca (AP fue primero, por decir “Golfo de México” en lugar del rebautizado “Golfo de América”), y fomentar el odio hacia el periodismo (tildó al New York Times de “Enemigo del Pueblo”, por ejemplo).
El presidente Milei también admira a Orbán, y sus estrategas comunicacionales están en contacto. Recientemente, el secretario de Culto y Civilización, Nahuel Sotelo, y el ideólogo Agustín Laje asistieron a una cumbre ultraderechista en Budapest convocada por Orbán, donde presentaron a Milei como el nuevo “faro de Occidente”.
El Monitor de la Libertad de FOPEA registró 179 agresiones a periodistas en Argentina en 2024, un 53% más que en 2023 y un 103% más que en 2022. Lo más alarmante: más de la mitad de esos hechos son atribuibles directamente al propio Milei. La prueba más burda de lo que está pasando: el periodista Hugo Alconada Mon reveló la existencia de un “Plan de Inteligencia Nacional” para vigilar a los críticos de la gestión oficial. Inmediatamente después, fue blanco de intentos de hackeo y amenazas.
Este nivel de hostigamiento recuerda el segundo peor registro desde que FOPEA inició su monitoreo en 2008: el año 2013, bajo la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. En aquel entonces, la Corte Suprema declaró constitucional la Ley de Medios, la cual el gobierno utilizó como herramienta para intensificar su confrontación con la prensa crítica. La campaña “Clarín Miente”, la creación de medios oficialistas financiados con pauta estatal y los escraches a periodistas generaron un clima de polarización y hostilidad que hoy vuelve a resonar.
La erosión democrática: la amenaza real
El informe Democracy Report 2024 del Instituto V-Dem expone este fenómeno inquietante: la autocratización avanza incluso en países que conservan elecciones formales. Argentina tiene la categoría de “democracia electoral”, a diferencia de Chile y Uruguay que son plenas “democracias liberales”. Sobre Estados Unidos, el informe alerta que una segunda presidencia de Trump “podría tener importantes ramificaciones para la democracia a nivel internacional, dado el papel clave de Estados Unidos en los asuntos mundiales y la afinidad con los autócratas que Trump mostró durante su primer mandato.” Los datos se refieren al año 2023. Será interesante ver el informe de este año, tanto para Argentina como para Estados Unidos, con las presidencias de Milei y Trump en marcha. Lo más probable es que ambos países desciendan varios peldaños. De hecho, otro indicador, el Global Democracy Index de The Economist, ubica a Estados Unidos como una “democracia imperfecta” desde el 2023, algo inédito para ese país.
El estudio de V-Dem revela que el 72% de la población mundial —aproximadamente 5.8 mil millones de personas— vive ya bajo regímenes autocráticos, la cifra más alta desde 1978. En estos contextos, el poder se concentra cada vez más en el Ejecutivo, se ataca a la prensa y a la sociedad civil, y se socavan las bases de la democracia.
La vieja división entre izquierda y derecha persiste, pero la verdadera grieta es entre democracia y autocracia. Líderes de derecha como Orbán en Hungría, Erdogan en Turquía, Trump en EE.UU. y Milei en Argentina —así como líderes de izquierda como Ortega en Nicaragua o Maduro en Venezuela— llegaron al poder por la vía electoral (algunos ya dejaron caer la fachada y manipularon elecciones para sostener el poder). Todos comparten la adopción de prácticas propias de regímenes autoritarios: la censura a la prensa, la erosión de las instituciones republicanas y el hostigamiento a la oposición.
La historia argentina ya lo sabe: la primera herramienta de un régimen dictatorial es la censura. Identificar las señales de alerta hoy, cuando los métodos autoritarios se enmascaran tras procesos electorales, es un acto de memoria y de defensa. Lo que se juega no es una ideología, sino la esencia de la democracia misma. Y como enseñó aquel compromiso fundacional de 1983, la única forma de honrarlo es resistirlo cada vez que aparezca. Nunca Más.