lunes 24 de febrero de 2025
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¿Make Europe Great Again?

Nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio. Y lo que ocurre cuando se intenta negarla es que, tarde o temprano, hay que pagar altos costos. Esto aplica a las personas, a las organizaciones y también a los países.

Como venimos anticipando en esta columna desde antes de la asunción de Donald Trump, era previsible una intensa actividad del presidente número 47. Trump necesita imperiosamente sobreactuar y ocupar el centro del escenario para ejecutar los cambios que prometió.

Una cosa condiciona a la otra. Make America Great Again no es otra cosa que volver a posicionar a Estados Unidos como un imperio guiado por sus propios intereses.

Lo único que importa es recuperar ese lugar que los republicanos sienten que se perdió cuando Obama escenificó su giro a la izquierda, anunciando que EE.UU. dejaba de ser la policía del mundo.

Posiblemente, la vieja Europa esté comenzando a enfrentar el momento en que la realidad golpea las puertas de quienes la ignoraron, exigiendo reconocer su preeminencia sobre relatos, palabras e ideologías.

Y cuando se llega a este extremo, las consecuencias nunca son felices.

El triunfo de Trump fue el despertador de quienes pretendían manejar el mundo occidental con un libreto de Disney. Desde su regreso a la Casa Blanca, esa alarma no ha dejado de sonar.

Dream is over

La primera advertencia que recibieron los europeos, pero también las viejas élites en ambas costas de Estados Unidos, ocurrió en el Foro de Davos. En aquella ocasión, Trump puso énfasis en la batalla cultural, privilegiando un enfoque que lo diferencia de su primer mandato.

Posiblemente, en aquellos primeros cuatro años, Trump no comprendía la magnitud en que el fenómeno woke había permeado el Deep State norteamericano.

La reflexión sobre esos años, y sobre todo del periodo de Joe Biden en el poder, le permitieron volver con mayor claridad sobre qué peleas son las prioritarias. Y en este punto, la batalla cultural e ideológica está ocupando un lugar central.

Trump comprendió que el relato woke es el cemento que une a las élites que debe combatir. Y por ello debe desarmarlo.

Como muestra de eso, tomó personalmente el control del Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas, una de las instituciones culturales más importantes, equivalente al Teatro Colón en Argentina, al Teatro Real en Madrid o al Gran Teatre del Liceu en Barcelona.

Trump no dudó en calificar su programación como “woke” y “terrible”, especialmente por lo que se conoce como “ópera trans”.

Así despidió a todos los miembros del consejo de administración nombrados por Biden y se designó a sí mismo como presidente del organismo. Además, colocó como presidente interino a Richard Grenell, un hombre de su confianza.

Grenell es un emisario personal para temas de alto voltaje. Hace pocos días estuvo en Venezuela negociando la cuestión de los deportados y de los rehenes norteamericanos en cárceles venezolanas. Anteriormente, también fue enviado a Corea del Norte.

Fue un mensaje directo a las élites de su país. La batalla cultura es una misión que considera de primera necesidad.

Europa en su laberinto

El segundo round del temblor geopolítico se dio en la Conferencia de Seguridad de Múnich que se realizó estos días. Así como Davos trata habitualmente temas económicos, políticos y sociales, este encuentro se centra en política exterior y seguridad global.

Lo primero que hay que destacar es que el enviado norteamericano no fue el secretario de Estado, Marco Rubio, sino el vicepresidente J.D. Vance. La relación entre Rubio y Vance será un punto a observar con más detalle, de aquí a unos años podría ser el eje de la carrera por la sucesión de un Trump sin reelección.

Vance, el Little Trump, no defraudó las expectativas. Como su mentor en Davos, prescindió de metáforas y alegorías, y fue directo al grano. Su discurso estuvo dirigido a las élites europeas, especialmente al canciller alemán Olaf Scholz, a Ursula von der Leyen y a Mark Rutt, secretario general de la OTAN.

Las palabras del vicepresidente no pueden desvincularse de la discusión geopolítica del momento: la posible resolución del conflicto entre Rusia y Ucrania.

Si Europa quiere intervenir en el tema, primero deberá aumentar sus presupuestos de defensa, que en la mayoría de los países no supera el 2% del Producto Interno Bruto.

Vance fue preciso. Europa no puede seguir creyendo en un mundo donde los buenos ganan solo por ser buenos.

Europa quiere apoyar a Ucrania, pero también pretende que EE.UU. pague la guerra, al mismo tiempo que compra energía rusa a través de intermediarios y no pone barreras a la expansión comercial de China.

Pero Vance fue más allá. Habló de valores comunes y de que no se puede censurar redes sociales o desconocer elecciones simplemente porque no ganó el candidato preferido.

Europa debe recuperar su relevancia geopolítica, pero también su brújula ideológica.

Lejos de marginar a Europa, EE.UU. le exige lo contrario: que se renueve, que sus élites vuelvan a pensar con lógica estratégica. Que los Pedro Sánchez sean más parecidos a los Felipe González y los Olaf Scholz a los Helmut Schmidt. Si la apuesta es que Rusia sea la pata conservadora de Occidente, Europa debe ser la liberal.

¿Tiene Europa las élites necesarias para enfrentar su decadencia? ¿Podrá fomentar la innovación y el cambio que se le exige? ¿Serán capaces sus élites culturales y académicas de abandonar el oscurantismo woke?

No se vislumbra entre los líderes europeos a alguien que pueda impulsar un proceso similar al que encabezó Margaret Thatcher a fines del siglo XX o, al menos, replicar lo que está ocurriendo ahora mismo en Estados Unidos.

Tampoco parece que dispongan de mucho tiempo para encontrarlo.

La respuesta en Múnich no fue alentadora. El canciller Scholz se limitó a pedirle a Vance que no apoye a la ultraderecha sin entender que son sus propias acciones –y omisiones- las que producen ese efecto.

Publicado en El Observador el 16 de febrero de 2025.

Link https://www.elobservador.com.uy/espana/impacto-global/make-europe-great-again-n5985342

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