Un año después de uno de los fraudes más descarados de América Latina, la dictadura chavista de Nicolás Maduro se mantiene en el poder por el uso de la fuerza y la violencia. No hubo, en este tiempo, negociación, amenaza ni presión que los hiciera rendirse o huir. Ni hay indicios de que vaya a ocurrir.
Maduro perdió las elecciones por goleada. El 28 de julio de 2024 fue una jornada en la que millones de venezolanos, dentro y fuera del país, votaron masivamente por un cambio. Por pasar la página de la dictadura e iniciar un tiempo de reconciliación, de reencuentro y reconstrucción. La contienda trascendió a Edmundo González Urrutia y Corina Machado. A las dos Venezuela —a que sigue en el territorio, y la diáspora de 8 millones de personas, equivalentes a 25% de la población— los movilizó un deseo de volver a estar juntos en familia, con los amigos de toda la vida, en la casa de siempre, aun cuando al día siguiente haya que levantar un país que a casi 30 años de Revolución luce absolutamente arrasado sin escuelas ni universidades, sin hospitales, sin rutas ni trenes, sin fábricas ni campo ni turismo a sabiendas del potencial que alguna vez se tuvo y que en el futuro se debería tener.
La dictadura chavista, en este momento, es responsable de perseguir, encarcelar, torturar y desaparecer a miles de personas. Los militares y los servicios de inteligencia tienen cárceles y campos de concentración como los de los peores momentos que recuerde la humanidad. Millones de personas son pobres, pasan hambre, mueren por enfermedades simples. Las mujeres no tienen derechos ni normas para pensar en igualdad de género. La comunidad LGBTIQ+ es objeto de burla por parte de Diosdado Cabello, Maduro y la cúpula. Los migrantes, primero invisibilizados, son utilizados como fichas de cambio en el espectáculo deplorable de Donald Trunp Trump en Estados Unidos y Nayib Bukele en El Salvador, que los detienen, encarcelan y torturan para finalmente devolverlos a la pesadilla de la cual huyeron. Los docentes tienen salarios de hambre, al igual que los médicos. La ciencia, la tecnología y la investigación públicas están desfinanciadas. Los diarios, canales de televisión y radios, cerrados o autocensurados. Y decenas de extranjeros, entre ellos el gendarme argentino Nahuel Gallo, son rehenes.
Los venezolanos, dentro y fuera del país, en distintos momentos votaron, marcharon, protestaron. En las urnas las actas demostraron que González tuvo, en promedio, el 70% de los votos, con todo y que de los 8 millones de exiliados, la dictadura apenas habilitó a votar a 100 mil. En las calles, cuando protestaron, recibieron tiros, torturas, allanamientos. No es que nunca intentaron ponerle un freno a Maduro, pero su terrorismo de Estado fue y es férreo e insensible.
En el plano internacional no debería haber grietas. Izquierdas y derechas, liberales y conservadores, siempre que crean en la democracia y las libertades y los derechos humanos, deberían apoyar un cambio y no titubear para denunciar y presionar al chavismo.
Una izquierda que se escandalice —con toda razón— ante la toma del Capitolio que intentó Trump, como Bolsonaro contra las instituciones en Brasilia, también debería ruborizarse cuando Maduro va y se roba unas elecciones.
Una ultraderecha como la de Vox en España o la de Javier Milei en la Argentina no pierden una oportunidad para criticar a Maduro, pero sospechosamente callan cuando Trump amenaza a jueces federales o Bolsonaro enfrenta un juicio por autogolpe.
También es llamativa la actitud del kirchnerismo y el peronismo, que gritan lawfare contra Cristina Kirchner pero enviaron a militantes de La Cámpora a la juramentación de Maduro por la fuerza.
Curiosas dobles varas. O miopías selectivas para acomodarse a un relato de plastilina.
Pocos se animaron, como Gabriel Boric en Chile, a tildar a Maduro como violador de derechos humanos y a lo suyo como dictadura, aun cuando fuera de izquierda. O tuvieron el tino de Luis Lacalle Pou, quien en Uruguay denunció al chavismo sin caer en oportunismo barato para la tribuna. O antes, con Chávez y Kirchner en el poder, advirtieron que algo en Venezuela no estaba bien, como anticipó la Unión Cívica Radical en más de una oportunidad. Sí, el mismo partido que es parte de la Internacional Socialista, y que por eso mismo pega el grito en el cielo cuando ve que en Venezuela se violan sistemáticamente los derechos humanos.
La receta para hacer caer a la dictadura de Maduro no la tengo. Si así fuera ya la habría aplicado. No sé, por eso mismo, si alguien la tiene. Pero un buen primer paso, me parece, sería llamar al chavismo por su nombre y luchar contra ellos sin anteojeras ni intereses mezquinos. Es libertad o dictadura. Es vida o muerte. Es paz o violencia. Maduro y los suyos, optan y optarán por más terror, con tal de quedarse ahí. Y eso no puede ser.