Dani Rodick es un economista muy escuchado, debe ser un buen relator. Desde el año 2000 en el que publicó un artículo sobre lo que bautizó como “el trilema político de la economía mundial”, ha llamado la atención y merecido la arena pública del debate económico mundial.
En aquel entonces alertó sobre la creciente insostenibilidad de: una globalización arrolladora, la existencia de los Estados-nación y la política de masas (esto último sería algo así como la posibilidad de satisfacer los intereses de las mayorías), por lo que alguna de las tres iba a quedar en el camino.
En esa lógica vaticinó que el Estado-nación sería el perdidoso, luego de oponer alguna resistencia y erigirse en garante de la política de masas frente al avance de esta fase de globalización. Rodick se anotó en ese análisis el acierto con el surgimiento del Brexit, la ola de la ultraderecha loca en Europa, el trumpismo y la caída mundial por el interés en la democracia representativa como forma de gobierno. Ahí está China como ejemplo del progreso sin democracia representativa, ahí está con su contribución a la reducción mundial de la pobreza – que los liberales atribuyen al capitalismo de ese cuño, aunque la información dice que se debe a los millones de asiáticos que salieron de la pobreza por obra del capitalismo de partido único.
Ahora, el amigo Rodick aplica su fórmula trilémica – equipo que gana no se toca – a otro trinomio, y nos susurra: existe la inquietante posibilidad de que sea imposible combatir simultáneamente el cambio climático, sostener o impulsar la clase media en las economías avanzadas y reducir la pobreza mundial. Con las trayectorias políticas actuales, cualquier combinación de dos objetivos parece ir en detrimento del tercero. Acá Rodick soslaya el fenómeno chino en su aporte enorme a la eliminación de la pobreza mundial.
Así como el pacto keynesiano-socialdemócrata de posguerra en los países centrales se fue deteriorando por las contradicciones internas generadas por el avance de la globalización económica, dando lugar a la idea del trilema original, ahora es el turno de una nueva tríada, aunque no muy distinta. A medida que la hiperglobalización hizo obsoleto el modelo de Bretton Woods anterior, los mercados laborales de las economías avanzadas experimentaron mayores perturbaciones, lo que socavó a la clase media y a la democracia misma.
En Estados Unidos, donde la democracia liberal está en peligro, la actual administración emprendió una suerte de neokeynesianismo centrado en la promoción de inversiones sustanciales en energías renovables e industrias ecológicas para combatir el cambio climático. Por otro lado, fomenta la sindicalización de los trabajadores para recuperar la clase media y reverdecer las zonas industriales tradicionales, que han caído en la ruina, literalmente, cuando las corporaciones mudaron a los galpones asiáticos las fuentes de trabajo.
Tanto Donald Trump como Joe Biden parecen haber sintonizado en una ola neomercantilista de fuerte proteccionismo que tendrá consecuencias para los países periféricos. Lo mismo hace la Unión Europea con el mecanismo de fijación de precios del carbono que pronto exigirá que los exportadores “sucios” – obviamente de los países en desarrollo – paguen aranceles adicionales. Los gobiernos de los países pobres creen que esas medidas sabotearán sus esfuerzos por reproducir la industrialización orientada a la exportación de las naciones del este asiático. Algo así como condenar a Vaca Muerta por ser contaminante, luego del esfuerzo que implicó construir ese polo y del peso que comienza a tener en la balanza comercial.
Rodick fantasea un poco: “Podemos imaginar una combinación alternativa de políticas centradas en los países pobres y en el clima, que supondría una importante transferencia de recursos –financieros y tecnológicos– del Norte al Sur, para garantizar las inversiones necesarias en adaptación y mitigación del cambio climático en este último.”
Y rápidamente advierte que: “Un enfoque de ese tipo iría en contra del imperativo de reconstruir la clase media en las economías avanzadas. Crearía una competencia mucho mayor para los trabajadores sin título universitario o profesional, lo que haría bajar sus salarios.”
Una cuestión que emerge en este nuevo trilema es la naturaleza del trabajo que viene. Como las manufacturas no parecen ser la fuente de trabajo del futuro, debido a la automatización y a que serán defendidas por los países centrales, a los periféricos les quedará el sector servicios. Nos dice Rodick: “Los sectores que absorben mano de obra, como la atención, el comercio minorista, la educación y otros servicios personales, en su mayor parte no son objeto de comercio, por lo que su promoción no genera tensiones comerciales de la misma manera que en las industrias manufactureras, lo que significa que el conflicto entre el imperativo de la clase media en las economías ricas y el imperativo de crecimiento de los países pobres es menos grave de lo que parece.”
El cambio climático es una amenaza existencial – aunque la ultraderecha lo niegue – y una clase media numerosa y saludable es la base de las democracias liberales. En tanto que reducir la pobreza mundial es un imperativo moral expresado en la agenda 2030 – que la ultraderecha también ignora.
Todas estas cosas planteadas por Rodick, sin una gobernanza global que defina objetivos, se prepare para nuevas pandemias, morigere los conflictos armados y no esté en manos de las corporaciones, serán expresiones de deseo optimistas frente a una realidad que muestra todo lo contrario. Gracias Dani, hasta el próximo trilema.
Publicado en Relato mata Dato el 12 de septiembre de 2024.
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