jueves 13 de marzo de 2025
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Los salvadores de la patria

El último año hubo, además de elecciones decisivas en el panorama mundial, algunos poderosos centenarios culturales (Kafka, surrealismo, etc.), pero el Bicentenario de la Batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre, pasó casi desapercibido. Allí, hace un siglo, Leopoldo Lugones proclamó que había llegado para bien del mundo “la hora de la espada”.

Sin embargo, este precoz ideólogo de los golpes militares fue rápidamente dejado de lado cuando se produjo el levantamiento de 1930 que depuso a Yrigoyen.

Se inició, coincidente con la crisis económica de 1929, el largo ciclo de hegemonía castrense que se cerró, después de terribles acontecimientos (bombardeo a la Plaza de Mayo, ejecuciones sumarias al General Valle y algunos de sus seguidores, masacre de Trelew y el terrorismo de estado de la dictadura encabezada por Videla, etc.), con el gobierno de Alfonsín. Por supuesto, además de los militares, el otro gran actor político fue el peronismo, cuyo destino actual nadie se atreve a vaticinar.

En el lejano 1965 se publicó la novela de Silvina Bullrich Los salvadores de la patria. Un poco antes la autora había iniciado la trilogía, en la que se inscribe la novela, con Los burgueses, pero no es mi intención hablar de la narrativa de aquella época, sino destacar que el título está íntimamente emparentado con el célebre discurso de Ayacucho de Lugones. Recordemos, de paso, que la “espada” estuvo empuñada por una serie de aventureros que en lugar de salvar a Argentina se dedicaron a demoler el país.

Alerta un proverbio árabe: “El poder es un arma de doble filo. Rápidamente puede cortar la mano del que lo tiene”. Hayan conocido o no este proverbio, la historia argentina es pródiga en proporcionarnos numerosos ejemplos de aquellos que, en sus comienzos, se autoproclamaron “salvadores de la patria” y terminaron laminados por el cambio de humor de una sociedad, como la nuestra, especialmente volátil.

Perón aseguraba que había optado por abandonar el poder para no provocar una devastadora guerra civil. Uno de sus edecanes, que lo acompañó a la fragata paraguaya, en ese momento sólo lo consideró un cobarde que se negaba a resistir.

Cuarenta años después, este brigadier (Carlos French) me confesaba que Perón había tenido razón en ceder la plaza. Perón fue uno de los pocos líderes de proyección internacional que regresó al poder a través de elecciones libres, tras 18 años de proscripción, sólo para alentar una utópica “Argentina Potencia” y presidir el desastre de una situación incontrolable.

“La juventud maravillosa”, a la que había alentado (sin crearla), a proseguir la lucha armada contra la dictadura militar de Onganía y Lanusse se le había tornado inmanejable.

Fuentes directas y fidedignas me confiaron en ese momento que en una reunión secreta que tuvo con Firmenich y Quieto, antes de que la ruptura se volviera pública, les ofreció un millón de dólares para subvencionar las necesidades políticas de Montoneros a cambio de abandonar la lucha armada. El actual asesor del dictador Ortega de Nicaragua y el jefe máximo de la FAR, que acababa de fusionarse con Montoneros, rechazaron la proposición.

Sin embargo, antes de la lucha armada intrapartidaria y facciosa, Onganía también se había propuesto salvar la patria, al igual que Videla y Galtieri, responsables no sólo de los miles de “desaparecidos” (entre ellos mi propia hermana), sino también, al menos este último, de la ignominiosa decisión de invadir Malvinas, hundiendo al país en una guerra cuyo costo, en sus variados niveles, no terminamos de pagar.

Diga lo que se diga, ni Alfonsín ni Menem tuvieron esa insensata osadía provocada por lo que los griegos llamaban hybris, pecado de desmesura cometido por hombres que han intentado equipararse a los dioses y que sufrieron, inexorablemente, su consecuente castigo. El primero, contribuyó decisivamente a echar las bases de la democracia y de las instituciones. El segundo, durante cierto tiempo, ordenó la economía, restituyó el crédito real (ausente desde 1975), al punto de que el campo renovó en ese período los dos tercios de la maquinaria agrícola.

Durante veinte años, el kirchnerismo (desde los primeros meses sus acólitos pregonaban que era el “mejor gobierno de la historia argentina”) se arrogó el derecho de representar “la auténtica voluntad del pueblo”. Ahora le tocó el turno a Milei de proclamar que él había venido a dirigir el país para rescatarlo de los 100 años de decadencia en que lo hundió “la casta” y “el zurdaje inmundo”.

Resulta imposible detenerse en detalle en los desvaríos de la pretendida “batalla cultural”, tal como él la desarrolló en Davos, hace unos pocos días, no por temor a sus ataques de furia y a que es impermeable a las críticas, sino porque utilizó argumentos que lindaban con la chapucería..

Es inocultable que Milei está convencido de ser el portador de un destino manifiesto, proyectado no sólo al país, sino al mundo entero. Todos los pretendientes a ser “salvadores de la patria” deberían haber recordado la lección lingüística de Sarmiento y su angustia ante el hecho de que el único anagrama posible de “argentino”, “ignorante”, se tornara realidad.

Publicado en Clarín el 5 de febrero de 2025.

Link https://www.clarin.com/opinion/salvadores-patria_0_THyVfPL9C1.html?srsltid=AfmBOorPQW9XAGZGsJR5CfFxqbcSZE-S8yBis4N3B6UcuKDGMJDaIM9q

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