En tiempos de retroceso de la confianza en las democracias occidentales y de avance de expresiones que devalúan sus atributos, la idea adquiere mayor centralidad: en lugar de preguntar si un régimen es o no democrático, es más útil y preciso analizar cuán democrático es.
Esto implica evaluar el grado de cumplimiento de sus principios y promesas, entendiendo a la democracia como un abanico que se despliega o se cierra, no como un estado binario.
Para esa evaluación se deben considerar aspectos como la participación ciudadana, el comportamiento y actuación de los gobernantes que surgen del voto, el respeto a los derechos humanos, la división de poderes, la existencia de elecciones libres y justas, y la protección de las minorías.
A esa tarea de estudio exhaustivo dedicó su labor Leonardo Morlino, eminente politólogo italiano recientemente fallecido. Hace más de una década, en un reportaje publicado en estas páginas, advertía: “Las democracias son hoy, en todas partes, regímenes híbridos y en transición. Cuando hablo de sistema híbrido es siempre algo entre autoritarismo y democracia, pero hay situaciones dentro de la democracia en las cuales el empeoramiento de las calidades puede hacer ver un “hibridismo” a nivel institucional también. Digamos que pasamos de pensar en cómo cambian los regímenes de autoritarios a democráticos, a pensar cómo cambian las democracias dentro de ellas mismas, apuntando a los derechos sociales y civiles. Esto se ve más dramáticamente en América latina, donde los regímenes democráticos han funcionado de manera notablemente positiva, pero en medio de una enorme desigualdad económica y social” (Clarín, 20/2/2011).
Morlino se centraba en cómo los partidos políticos y las instituciones intermedias pueden contribuir a la estabilidad y calidad de la democracia, actuando como puentes entre la sociedad y el gobierno y destacaba la importancia de estos “anclajes” para evitar crisis de legitimidad y derivas autoritarias y asegurar la participación ciudadana en la toma de decisiones.
Coincide Manuel Alcántara en que uno de los desafíos persistentes en la región es el débil anclaje institucional: “Las reglas del juego democrático suelen ser frágiles, fácilmente manipulables por líderes con aspiraciones hegemónicas. El presidencialismo latinoamericano tiende a generar lógicas de personalización del poder, lo que, sumado a la debilidad de los partidos políticos, facilita la emergencia de liderazgos populistas. Estos líderes suelen presentarse como intérpretes directos de la voluntad popular y, en nombre de una supuesta legitimidad de origen, erosionan los mecanismos de control y equilibrio”.
Según el Indice de Democracia de la Economist Intelligence Unit, existen 34 regímenes híbridos en el mundo, lo que representa aproximadamente el 20% de los países. Estos regímenes parecen cambiar de tendencia e ir en dirección de reversa, un rumbo en numerosos casos refrendado por la vía electoral. Pero, a la vez, las democracias latinoamericanas muestran una gran resiliencia, a pesar de los malos gobiernos, los severos déficit institucionales y los presidentes que se mofan de ella.
Publicado en Clarín el 28 de junio de 2025.
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