Un día después del innegable fraude electoral, nada pudo expresarlo mejor. El joven repartidor montado en su bicicleta con la inmensa bandera de Venezuela flameando sobre la caja roja en la que trasportan nuestras necesidades. La frustración y el dolor de tantos venezolanos expulsados de su país por el hambre y el miedo que conviven con nosotros y están incorporados al paisaje urbano con esas cajas de “deliveris” con las que se buscan ganar la vida. La prueba irrefutable de la relación entre los colapsos económicos y los gobiernos totalitarios.
Nicolás Maduro cumplió con lo que prometió: ganar “por las buenas o por las malas”. Las malas prácticas del fraude electoral para perpetuarse en el poder, reprimir la protesta social y victmizarse poniendo las culpas afuera. Nunca la responsabilidad propia por los muertos, los presos políticos y los millones de venezolanos exiliados fuera de su país.
Un fraude grotesco para consolidar una dictadura que, a diferencia de las que padecimos y conocimos en América Latina, mantuvo una ficción de elecciones libres. Manipuladas y alteradas desde el gobierno con las nuevas tecnologías de la electrónica, y las mentiras oficiales. Un régimen autoritario iniciado, paradójicamente, con las elecciones libres de 1999 que llevaron a Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela.
El fraude de Maduro no debiera sorprendernos. Prohibió a Corina Machado, la candidata más popular de la oposición, dificultó las elecciones de los venezoanos que viven fuera, deportó a los observadores extranjeros y utilizó todoslos recursos del Estado para mentir y robar las elecciones.
Sin embargo, el hartazgo de la población y una oposición política que peleó con las mismas armas con las que el régimen se legitimó, las elecciones desnudaron como nunca antes la verdadera naturaleza represiva y fraudulenta de un régimen totalitario.
Un poder personalista autocrático que asesinó la democracia bajo la guía del manual de las dictaduras: persecución a la prensa, la disidencia y millones de venezolanos expulsados por el terror, el hambre y la corrupción.
A la vista de todos y la complicidad de los que también reducen la democracia a las elecciones. Sin denunciar las pérdidas de las libertades, los presos políticos, los asesinatos y cierran os ojos ante lo que no se puede negar, la pobreza, hija dilecta de la dictadura como prueban los millones de venezolanos, diseminados por el mundo del que Argentina no es ajena, incorporados ya a nuestra vida cotidiana, y a nuestras emociones como la imagen del humilde repartidor con una bandera más grande que su carga y su bicicleta.
Desde la época de Hugo Chávez , Venezuela fue hábil en conseguir la adhesión y complicidad de estados igualmente autoritarios que intercambiaron favores económicos y demostraron ser buenos alumnos de los cubanos que entrenaron a los espías del estado para vigilar a las personas, especialmente a los opositores.
Venezuela ha sido el mejor alumno de Cuba, donde desde hace 65 años se perpetúa el mismo régimen de partido único que institucionalizó el fraude, la criminalización del pluralismo político, destierra a los disidentes y ya siquiera admite la protesta musical de los jóvenes que claman por libertad.
La comunidad internacional no siempre ha sido enfatica en condenar las violaciones a los derechos humanos. Seis años más de gobierno de Maduro serán una tragedia no solo para los millones de venezolanos que condenaron al regimen en las urnas, sino que con el apoyo de Rusia y China es una peligrosa amenaza en la región. Si Maduro se perpetúa en el poder envalentona a los autoritarios y pone a prueba la capacidad de solidaridad con todas las migraciones expulsadas por el hambre y el miedo.
De modo que es hora de demandar de manera enérgica como urgente la defensa de la democracia, fuera y dentro de nuestros países. Los gobiernos que garantizan las libertades y respetan los derechos humanos son los que tienen autoridad moral para intervenir y denunciar a los regímenes dictatoriales con políticas exteriores activas y solidarias.
Sin que las razones comerciales ni ideológicas impidan la denuncia de todas las violaciones a la la libertad del decir, sin persecución a la opinión. Sin que ese privilegio de la libertad incite al odio y a la violencia, tan contagiosas como peligrosas. Las democracias no se definen sólo por el acto de votar. Sin la igualdad ante la ley y la garantía y respeto de los derechos humanos no hay democracia que se precie.
Publicado en Clarín el 1 de agosto de 2024.
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