Pasaron más de cinco décadas desde que las transiciones que Samuel Huntington conceptualizó como “la Tercera Ola” de la democratización lograron superar muchos de los regímenes autoritarios existentes en varios continentes, comenzando a transitar el camino de las democracias liberales y generando fuertes expectativas ciudadanas sobre su capacidad para mejorar la calidad de vida de la gente.
Sin embargo, luego de este impulso inicial y la evidencia de logros importantes durante las primeras décadas, las democracias vienen atravesando dificultades, poniendo no sólo poniendo freno a su consolidación sino también poniendo en riesgo la gobernabilidad y la gobernanza en numerosos países.
La crisis de confianza en las élites y en las instituciones se expande, al tiempo que una creciente fragmentación social eleva los índices de violencia colectiva y pérdida de cohesión social. Rechazo y cuestionamiento a los gobiernos y por extensión a las instituciones y su dirigencia, acusadas de corrupción, y de fracasar en dar respuesta para lograr progreso económico y mayor equidad social, de utilizar el Estado en su propio beneficio, desprotegerlos de una globalización sin controles, la precarización del empleo y de la salud, el alcance de los ingresos, y el crecimiento de la criminalidad.
Sin dudas hubo en estos 50 años avances en términos de libertades civiles, derechos políticos, reducción de la pobreza extrema y crecimiento económico, pero su impacto fue desigual.
Democracia y globalización fueron tejiendo una dinámica global que redujo la pobreza extrema, pero aumentó la desigualdad económica y el poder político de las corporaciones. El aumento de la concentración de la riqueza (la mitad de la riqueza del mundo pertenece al 1% más rico de la población) además de la disminución en los niveles de movilidad social y la pobreza estructural intergeneracional, han alimentado los niveles de frustración y malestar hacia niveles de inequidad y privilegios no compatibles con la democracia.
Asociado a lo anterior, la aceleración de la revolución tecnológica de las últimas décadas enfrenta al mundo a un nuevo cambio de era que, a diferencia de las anteriores, es abrumadoramente más acelerado y por lo tanto, más desestabilizador e incierto, donde coexisten optimismo y esperanza en la tecnología pero también, incertidumbre y crisis de sentido de futuro. Un cambio donde la promesa de progreso ya no es incuestionable.
En este marco, una ola de nuevos liderazgos de perfil populista de amplio espectro ideológico ha emergido en Europa, EEUU y Latinoamérica. Liderazgos mesiánicos, que soslayan las instituciones de la República justificando ese estilo de gestión en la obsolescencia de las reglas establecidas y la necesidad de dinamizar las decisiones para llevar adelante sus políticas radicales de terminar con las élites, la corrupción o el gasto excesivo del estado de bienestar aún a costa de soslayar la Justicia, la manipulación de los medios, tergiversando la información y exacerbando la polarización.
Apelan al carisma y a un manual de simbolismos cuasi-religiosos y muy especialmente, la explotación de resentimientos y estimulación de una identidad diluida, bajos niveles de autoestima y nulo horizonte de vida de importantes sectores de la población. El vínculo que establecen estos liderazgos con los ciudadanos parece dejar a las democracias liberales fuera de juego , las sociedades de la cuarta revolución tecnológica.
Estos modelos de liderazgo no son nuevos. Han acompañado situaciones de crisis sociales y económicas luego de la gran depresión de 1930 como sucedió en Alemania, Italia, Francia, Rusia, España, México, Brasil y Argentina.
Frente a un clima de insatisfacción generalizada y una revolución tecnológica que seguramente impactará en la lógica procedimental de las democracias, capturando, por ejemplo, demandas de la población super segmentadas, canales de participación virtual, diseñando vía algoritmos programas de acción política con proyección anticipada de resultados que posiblemente mejoren la eficacia de gestión de un gobierno, ¿qué podría ofrecer una democracia, tal como la conocemos?
Una respuesta posible: tal vez aquello que no logró ofrecer suficientemente en estos años y que tampoco -creo- lograrán ofrecer los nuevos tecno populismos ni las así llamadas “democracias populistas”, un verdadero oxímoron.
La democracia tiene aún una deuda: cumplir su contrato original, contrato que parece haberse roto para un conjunto amplio de ciudadanos. Libertad, igualdad y fraternidad no solo siguen siendo el marco ético de los sistemas democráticos modernos, sino que inciden en su estabilidad, su desarrollo económico y en una gobernanza sustentable.
Este tema parece central en nuestro país, que al decir de Carlos Nino carece de una cultura democrática sólida y por tanto más riesgoso de volver a repetir lo que por décadas no nos permitió salir de nuestra decadencia.
Publicado en Clarín el 10 de abril de 2025.
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