miércoles 6 de agosto de 2025
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Labubu y el consumo de lo que ni siquiera entendemos

Hace unas semanas, mi hijo Simón, de ocho años, me pidió stickers de “la bubu” y yo pensé en una abuela entrañable o en una criatura fantástica. El nombre suena gracioso, casi musical y eso nos entretuvo un rato mientras charlábamos, hasta que, en ese tono de queja que está practicando bastante por estos días, me increpó:

-Pero si está por todos lados, má.

Ahí apareció mi primera pregunta: ¿es solo este caso de la bubu o ya existe un nuevo campo de referencias culturales que mi hijo consume y yo desconozco por completo? ¿Cuándo pasó todo esto?

Busqué en Google y ahí estaba: colgando de bolsos de celebridades como Neymar o Paulo Dybala, Millie Bobby Brown y hasta Dua Lipa. La bubu parece una nena en transición a monstruo: orejas largas de conejo y dientes que parecen sacados de un pez abisal, de los que viven en la zona más oscura del océano.

Su verdadero nombre es Labubu (todo junto) y fue creada en 2015 por el artista hongkonés Kasing Lung para una serie de libros infantiles (The Monsters). En 2019, la empresa china Pop Mart la convirtió en objeto de culto mediante blind boxes, es decir cajas sorpresa con lanzamientos limitados, al estilo de otros famosos juguetes y figuras coleccionables como Funko Pop, los Bebés Llorones o las muñecas L.O.L.

En sus historias originales, Labubu vive en una isla con otras criaturas y es traviesa y curiosa, pero esa personalidad no trasciende ni se desarrolla. En la práctica, Labubu no tiene una narrativa sólida: su éxito no depende de un relato, sino de su imagen. No sabemos nada de sus preferencias ni de su profesión ni de su familia o amigos.

En 2024, Pop Mart facturó más de 1.800 millones de dólares, y solo la línea de Labubu representó 410 millones (The Daily Beast). En algunos lanzamientos en Asia, las colas se extendieron por varias cuadras y la reventa alcanzó precios de hasta 3.500 dólares por figura.

En la búsqueda de lecturas sobre Labubu encontré dos artículos que me interesaron: uno de The New Yorker y otro de The Atlantic.

En The New Yorker hacen hincapié en que en la cultura de consumo actual “el deseo no necesita narrativa, solo visibilidad”. Compramos porque el objeto aparece una y otra vez, porque otros lo tienen, porque su rareza está calculada. Y citan al crítico Jonathan Crary, que resume la paradoja de nuestro tiempo: “La brevedad del intervalo entre el momento en que se fabrica un producto y aquel en que literalmente se convierte en basura exige dos actitudes contradictorias pero coexistentes: desearlo intensamente y aceptar su reemplazo inexorable.”

En The Atlantic lo vinculan con el fenómeno del “kidulthood”: la tendencia de adultos a incorporar objetos infantiles a su vida cotidiana, no solo como nostalgia sino como forma de suavizar la dureza de la adultez. En este caso, el atractivo se potencia por su estética ugly-cute (lo tierno con un toque de fealdad), que despierta simpatía por no ser del todo adorable.

En Argentina, el patrón se repite con matices locales: los originales son caros y difíciles de conseguir, pero las copias inundan Once y los bazares chinos. Estuve dos o tres días seguidos recorriendo la zona y pude ver el fenómeno desplegado en la calle Pasteur: todos los locales, uno tras otro, exhibiendo muñecas, llaveros, luces led, peluches y stickers de Labubu. Compradores y vendedores, mayoristas y minoristas, repitiendo el mismo nombre en un coro de idiomas y acentos: labubu, labubu, labubu, como si el meme viral hubiera saltado de las pantallas a la vereda.

Confieso que terminé comprando dos planchas de stickers como me había pedido Simón y también tuve la muñeca en la mano y sentí por un momento la gratificación falsa de ser parte.

Una pregunta posible es si este tipo de consumo, guiado más por la repetición visual (y la emoción que genera) y menos por la historia y el significado, nos deja menos espacio y tiempo para obsesiones más duraderas, con más narrativa, capaces de abrirnos a otros mundos de representación y a conexiones más reales.

A pesar de haber intentado informarme sobre Labubu mi sensación es que sigo sin saber nada, que sigue siendo algo extraño y un sinsentido.

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