sábado 20 de abril de 2024
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La vida en suspenso

Con la vida suspendida por el coronado virus, que no tiene nada de rey y mucho de parásito, cumplir años, confinada en Madrid, no deja de ser surrealista,como todo lo que significa vivir encerrados sin ser delincuentes, haber entregado nuestras libertades de manera voluntaria y sobre todo, vivir dominados por el miedo que nos niega nuestra condición de seres racionales y fraternos.

Ya en mi tercera semana de aislamiento total, disciplinada a las decisiones de un gobierno que no es el mío y pendiente de las decisiones que se toman del otro lado del Atlántico, he salido del ensimismamiento personal, recuperé el interés por la lectura y al final de la tarde, para celebrar haber llegado hasta aquí, puse un disco de Elvis Presley para que mi cuerpo pueda bailar, en lugar de quedar reducido a temer que se convierta en un solitario ejército personal para pelear contra ese parásito que busca alojamiento. Al día siguiente, leí que John Lennon decía, “antes de Elvis no existía nada”.

¿Antes del coronavirus, qué existía? Profecías y amenazas por el futuro de las máquinas sobre el trabajo, la “uberización” de la economía, los números de la macroeconomía y siempre el futuro como amenaza.

Ahora que el presente nos atropelló, los relatos no tienen cabida porque estamos desnudos ante nosotros mismos. Hoy es más útil la filosofía que la política. Sobretodo aquellos pensadores que tienen coraje de pensar esta pandemia fuera de los clichés o los lugares comunes de los dogmas, porque como decía Hannah Arendt el “valor”, en el sentido del coraje, es una virtud pública necesaria en un intelectual porque “le permite liberar el espíritu de la preocupación por la vida convirtiéndola por una preocupación por la libertad del mundo”.

El tema que atraviesa la mayoría de las columnas de opinión de los diarios europeos, donde las mejores plumas de cada país saben que además de vencer la propagación del virus y los estragos económicos de la pandemia, lo que está en juego son las libertades democráticas porque cuando los gobiernos democráticos carecen de la autoridad de la persuasión se corre el riesgo de la imposición por la fuerza.

De nuestra disciplina ciudadana depende también la permanencia de nuestra democracia.

La globalización de la pandemia le permitió a nuestro país anticiparse o aprender con los errores ajenos. Vale también saber que ni en España, Francia, Italia o Alemania cancelaron el derecho democrático de los ciudadanos a la información.

La prensa es la que gestiona de manera pública o privada ese valor simbólico que es el derecho a saber. En España, cada día, el Comité de Crisis hace su rueda de prensa, – ya hicieron 300 y respondieron mas de 390 preguntas- y los periodistas, sin complacencias, en cumplimiento de su función de servidores de la ciudadanía, preguntan. Ahora exigen las preguntas presenciales y no a través de internet.

Como navego a dos aguas y caigo en la humana tentación de las comparaciones, me resulta disonante que en estos momentos que se demanda la racionalidad de la ciencia, en nuestro país se busque reeditar el espíritu emotivo de Malvinas. Es cierto que la metáfora de la guerra es muy seductora, pero los ciudadanos necesitamos que la verdad no sea la primera víctima como sucede en las guerras sin metáforas. Menos aún propaganda política.

En tren de comparación, me llama la atención que entre nosotros se siga analizando la política con encuestas y se midan los índices de popularidad como si se tratara de tiempos electorales y no la ineludible responsabilidad de los gobernantes cuya función no es ganar elecciones sino garantizar los cuidados de sus gobernados.

Es comprensible la indignación de los sectores medios que reclaman un sacrificio monetario a la política. Sin embargo, también debiera exigirse que funcionen a pleno las instituciones políticas, sobre todo, el Parlamento, la casa política por excelencia, donde se construye el consenso pero, también, donde se controla a los otros poderes.

En beneficio de esos mismos poderes. Si la furia del “que se vayan todos” del 2001 se llevó muchos privilegios de la política, a la luz de los fracasos y decadencia, esta claro que no se rehabilitó lo que define la democracia, la política. El disciplinamiento social debe tener la contrapartida de la transparencia y sacar a las instituciones de la democracia de la cuarentena política.

En España, las odiosas disputas de la polarización política, previas al Coronavirus, han quedado subsumidas en el drama sanitario. Ya regresará la normalidad en la que se buscaran réditos políticos mezquinos y se cruzaran las culpas y las responsabilidades. Por ahora, vale recordar la riqueza del refranero español: “Los inteligentes, buscan soluciones, los tontos, culpables”. 

Publicado en Clarín el 4 de abril de 2020.

Link https://www.clarin.com/opinion/vida-suspenso_0_zBCU1cnYy.html

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