Muchos votantes tradicionales de Juntos por el Cambio están apoyando el cambio que propone Javier Milei, tanto en sus contenidos como en la urgencia que exige el Presidente. Aceptan que si no es de esa forma, nada podrá mejorar en un país efectivamente lleno de trabas y corrupción. Lo que llama la atención es que este electorado, que ha resistido durante cuatro lustros los intentos de concentración del poder y los impulsos antidemocráticos del kirchnerismo, ahora esté dispuesto a permitirlos para el caso de Milei.
Algunos estudios electorales han mostrado que el 80 por ciento del voto que recibió Patricia Bullrich en la primera vuelta de octubre se inclinó por Milei en el balotaje de noviembre, y esa transferencia de votos tuvo efectos políticos. El más importante es que produjo un Presidente con un amplio respaldo electoral. A pesar de que los motivos que llevaron a muchos electores a votar a Milei en la segunda vuelta fueron múltiples (entre ellas, castigar al gobierno saliente, aleccionar a la clase política, evitar el kirchnerismo a toda costa, o provocar al menos algunos cambios dado que “no va a poder hacer todas las locuras que propone”), el Presidente interpreta que el 56 por ciento de los argentinos quiere una verdadera revolución libertaria en el país.
A partir de ese diagnóstico, Milei pretende concentrar el poder y avanzar drásticamente contra la casta y las corporaciones, con el apoyo de gran parte de la población. Sin otro tipo de recursos políticos, el Presidente intenta convertir una mayoría creada artificialmente (el balotaje unifica lo que en principio está disperso) en un respaldo de la opinión pública consolidado. Lo curioso del momento es el consenso de gran parte de los votantes de JxC, que durante años venían acompañando el trabajoso proceso de generar una alternativa moderada y seria al modelo populista, y ahora parecen haber capitulado frente al populismo de Milei.
En efecto, la accidentada construcción de JxC significó acuerdos, desacuerdos, competencias internas, colaboración legislativa, entre otros desafíos, e incluso en ese camino, que parecía comprendido en toda su complejidad, pudo sobrevivir al fracaso del gobierno de Macri y a la vuelta del kirchnerismo. Pero ahora, en estos primeros y decisivos pasos del nuevo gobierno, ese electorado moderado, con convicciones republicanas, consciente de que los cambios abruptos y/o inconsultos no suelen ser duraderos, parece haber abandonado una parte importante de su propia identidad y de sus expectativas de aspirar a una construcción política acorde a la profundidad de los problemas del país. Como si todas esas proyecciones y ese esfuerzo de años, aunque plagados de errores, se hubieran evaporado de la noche a la mañana, y ahora lo único disponible para la Argentina fueran los inciertos y mal diseñados pases de magia que propone Milei. Como si para salir del statu quo deplorable al que nos llevó la grieta populista del kirchnerismo solo fuera posible instaurar el populismo extremista del mercado. Así, muchos sienten que los impulsos antidemocráticos de Milei y sus colaboradores deben aceptarse por el miedo al vacío, o bien porque “el rumbo general es correcto”, o al menos porque es distinto del anterior. Pero, ¿qué ha pasado con los valores de este electorado?
Para entender la política nunca es conveniente creer que la gente vota mal o que sencillamente está equivocada. Más bien conviene buscar las señales que nos puedan ayudar a encontrar la trazabilidad de una situación determinada. Y en política, la responsabilidad principal recae en los actores concretos, es decir, en las acciones de los dirigentes. En esa dirección, para entender la defección de muchos de estos antiguos inflexibles demócratas, deben contabilizarse, en primer lugar, la decepción de la gestión macrista y la ya muy comentada y excesiva confrontación por las candidaturas de JxC. Ante sucesivas advertencias en contrario, Patricia Bullrich, su campaña y sus acompañantes hicieron oídos sordos y nunca dudaron en tensar la cuerda de la confrontación interna al máximo, sin reflexionar sobre sus posibles consecuencias. La campaña de Horacio Rodríguez Larreta por supuesto también aportó su propia cuota de intransigencia en el armado de las listas y la política de alianzas de la coalición. Esta es una lección que JxC (o lo que quede de ella) debería aprender y capitalizar de manera urgente.
En segundo lugar, la degradación de lo que es democráticamente aceptable se dio cuando las máximas autoridades del PRO, Mauricio Macri y Patricia Bullrich, legitimaron a Milei (“tiene buenas ideas”) buscando profundizar la grieta provocada por el kirchnerismo para obtener algún ilusorio rédito electoral, o bien el debilitamiento del potencial adversario interno.
Pero más importante, y en tercer lugar, hay un hecho cardinal que no ha sido objeto de mayor reflexión política, y es el transfuguismo de Bullrich y Luis Petri a las 48 horas de haber sido derrotados por Milei en la primera vuelta. No me detendré aquí en juzgar moralmente el caso, ni lo mucho o poco que obtuvieron con semejante trasvase, ni la estatura política que el episodio revela de cada uno de ellos. Lo que me interesa es reflexionar sobre el daño que pudo haber ocasionado en el empobrecimiento de los valores republicanos del electorado de JxC.
La repentina subordinación de Bullrich y Petri (y otros dirigentes del PRO) a Milei para mantenerse en el (o acceder al) poder pudo haber tenido un efecto directo en la degradación de los valores que ellos mismos (quizá sin ser siquiera conscientes de ello) encarnaban, bien o mal, frente al electorado. La señal fue contundente: más allá de los peligros que representaba Milei en términos democráticos y de gobernabilidad, como ellos mismos argumentaron durante la campaña, “el cambio” debía priorizarse antes que cualquier otra consideración. El republicanismo, el peso de la experiencia política, la mesura, el respeto por los demás y por los procedimientos democráticos, el diálogo, el sentido común, los equipos sólidos para gestionar, los planes de gobierno elaborados durante años por expertos de primera línea, y otros elementos que situaban a JxC a años luz por encima de La Libertad Avanza, dejaban de importar en un instante. Ese nuevo estado de desesperación es el que alimenta los anhelos autocráticos que el Milei Presidente ya ha hecho públicos.
Por supuesto, el capital democrático de la Argentina es importante, y eso se ha visto en reiteradas ocasiones desde 1983. Pero si esos valores ya no están en el electorado, o la demanda social por ellos ya no tiene la misma fuerza, entonces va a ser muy difícil que los dirigentes moderados tengan una chance en el futuro de la Argentina, o incluso que quieran seguir defendiendo esos valores. El compromiso democrático de los actores políticos es clave para la salud y la calidad de la democracia como régimen, y ellos son responsables de mantener vivas esas ideas rectoras. Pero también es cierto que los actores son políticos que aspiran a representar a la opinión pública y les cuesta mucho oponerse a ella. En otras palabras, la defensa de los valores democráticos y republicanos debe ser una doble vía, una responsabilidad compartida entre los dirigentes moderados y los ciudadanos de a pie. Los primeros deben insistir hasta el cansancio en las ventajas del diálogo democrático, y mostrar con docencia que las reformas a los empujones no producen efectos positivos ni duraderos. Los segundos no deben dejarse seducir por el canto de las sirenas de un cambio que se sabe desde dónde parte pero no adónde llega.
La trampa del populismo, sea de izquierda o de derecha, es que obtura tanto la vocación como los incentivos para construir un compromiso que permita la solidificación de políticas en el tiempo. Si seguimos así, una vez más regirá el círculo vicioso de la larga historia argentina, en el que los contenidos de política pública le tuercen el brazo a los valores de convivencia social civilizada que plasman las instituciones y los procedimientos democráticos. Milei pagó barata la claudicación de la fórmula presidencial de JxC con dos cargos ministeriales a tiro de decreto y algún que otro asesor. Pero el abandono de la demanda de procedimientos y formas republicanas en el electorado, probablemente, le salga mucho más caro a la democracia argentina.
Publicado en Perfil el 21 de enero de 2024.
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