Después de tantas décadas de inestabilidad y desconcierto ¿podrá una sociedad moderna como la argentina encontrar un orden nuevo y un nuevo destino? Camino a una respuesta nos encontramos con un legado del tardo medioevo. Aquí va el argumento.
El tango Cambalache existe en versión sociológica. Es la desdiferenciación funcional como estado anómico de la sociedad. La coordinación funcional de instituciones diferenciadas es la estructura de base de la sociedad moderna. Cuando hay una extralimitación de un sector se generan patologías.
No sucede sólo en dictaduras; pasa también en las democracias plebiscitarias. Un sector que pretende reinar por doquier produce un descalabro social. Un caso especial es la exportación de un modo perverso de hacer política a otros campos de la sociedad.
Se habla mucho de grieta y polarización, pero no se conocen bien sus causas. ¿Dónde están las raíces de la polarización? Estan en la política. Pero ¿cuál es la esencia de ésta?
Propongo dos versiones de proveniencia alemana: la caracterización de Hannah Arendt, y la muy distinta de Carl Schmitt. Arendt asegura que el fenómeno fundamental de lo político es la formación de una voluntad común en una comunicación orientada al entendimiento.
El poder deriva de la capacidad de actuar en común. Schmitt en cambio reduce el actuar político a la distinción tajante entre amigo/enemigo. Para Arendt, por el contrario, esa concepción del poder es pre-política, y toda reducción de la política a ese modo binario de lucha es una regresión.
El ocaso de los partidos y la crisis de representación favorecen la regresión. El avance tecnológico la potencia aún más. Aparte del impresionante archivo de información, el Internet y las redes sociales son un modo de comunicación que no está orientado al entendimiento ni al bien común. La alarma, la novedad y la premura desfavorecen la reflexión.
Además, somos contribuyentes de todo tipo de datos a centros de manipulación y lo hacemos en plena libertad. Nuestra servitud voluntaria a las redes está repleta de peleas pre-políticas en las que la ferocidad del modo contrasta con la fruslería de la causa. El escándalo y el enojo exagerado se extienden por la sociedad con la facilidad de una droga.
Amigo o enemigo: la fórmula ya sería preocupante si se limitase al campo político porque es en sí autoritaria, aunque se proclame libertaria, pero es aberrante cuando anida en todo el cuerpo social. Se puede resumir así: P= p+e² [donde P es Polarización; p es politización (en el sentido de Schmitt); y e es extralimitación].
Con esta fórmula hasta un analfabeto funcional puede ser un político exitoso en sintonía con una población acostumbrada a la comunicación escueta e irreflexiva. El cambalache ya no es un tango sino un concierto de rock ensordecedor.
Con la motosierra hay una contradicción entre un programa económico de estabilización y un programa político de desestabilización. La estabilidad política queda atrás en la depredación en manos de una nueva dirigencia audaz. Curiosamente su prototipo no es un político tradicional sino un condotiero del tardo medioevo: Castruccio Castracani, duque de Lucca (1281-1318).
Su nombre no ha de gustar a algunos, que preferirían el de Castruccio Castracasta. Castruccio fue al principio un depredador guerrero y cambalachero sin respeto por las tradiciones de la ciudad-república que lo contrató. Sin embargo supo ser estadista cuando asumió el poder.
Para Maquiavelo ese tipo de conductor era a veces necesario. Por eso el pensador florentino escribió la biografía de aquel señor de Lucca. Pero advirtió que no hay gobernanza duradera con la disrupción permanente como la que hoy practican los nuevos patrones de la economía y la política.
La economía necesita un andamiaje de reglas e instituciones. En nuestra época el “anarco-capitalismo” es un oxímoron que tarde o temprano estalla. La sociedad debería aunarse y la política volver a sus casillas. Lo entendió Castruccio y lo teorizó Maquiavelo. También lo entendió Jorge Luis Borges cuando dijo que para afiliarse a un partido buscaba uno que fuera incapaz de suscitar entusiasmo.
¿Qué viene después de la disrupción? La vuelta al pasado en un país destartalado sólo conduce a un estado fallido. Casi sucedió en Lucca después de la muerte a destiempo de Castruccio. Para evitarlo hay que pasar a una gobernanza sensata de reconstrucción. No importa la forma política si ésta es un medio y no un fin, diría Maquiavelo. El fin será siempre una democracia estable. ¿Cuál es un buen camino post- anárquico para llegar a él ? Esa es la cuestión.








