lunes 16 de septiembre de 2024
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La noche de los bastones largos

Un día como hoy, en 1966, la dictadura de Juan Carlos Onganía intervino la Universidad de Buenos Aires e ingresó a reprimir y evacuar cinco de sus facultades La Noche de los Bastones Largos fue la carta de presentación del Onganiato, que llevaba tan solo un mes de su “Revolución Argentina” Juan Domingo Perón había bendecido el golpe.

“El gobierno militar ha expresado propósitos acordes con los principios del Movimiento; si ellos se cumplen, los peronistas estamos obligados a apoyarla”, declaró desde Puerta de Hierro.

Mientras, la guerrilla neonazi de Tacuara había sido recibida en la Rosada por el ministro del Interior, Enrique Martinez Paz. Famosos por sus atentados a la colectividad judía y su oposición al gobierno de Arturo Illia, también brindaron su rápida adhesión.

Por el contrario, la UBA declaró su oposición al golpe; y ese fue su certificado de defunción.

Aquella madrugada violenta produjó el exilio de centenares de docentes e investigadores, que encontraron cobijo en Chile, Estados Unidos y Venezuela, principalmente. Una fuga de cerebros que barrió a la ciencia de la agenda pública, por décadas; y graficó una vergüenza ante el mundo Mariano Grondona, desde Primera Plana, quince días antes había delimitado que “la intervención no era sinónimo de solución” y que “había que ir más al fondo”.

Nadie podrá decir que no adelantó la jugada Mientras, Álvaro Alsogaray edulcoraba el modelo corporativo del Onganiato en los despachos oficiales yanquis; en Buenos Aires, una de las víctimas de esa noche trágica fue el docente del MIT, Warren Ambrose.

El 30, su testimonio llegó a la tapa en The New York Times: “entró la policía… Me han dicho que forzaron las puertas (…) estruendos de bombas de gas lacrimógeno. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde se nos hizo permanecer de pie, contra la pared, rodeados por pistolas, todos gritando brutalmente, (…) a los alaridos nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio… Nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí (unos tres metros), que nos pegaban con palos o culatas de rifles y nos pateaban rudamente en cualquier parte del cuerpo. Yo fui golpeado en la cabeza y en el cuerpo. Esta humillación fue sufrida por (…)mujeres, profesores distinguidos, el decano, el vicedecano, auxiliares, docentes y estudiantes (…) seriamente lastimados. Lo ocurrido parece reflejar el odio del actual gobierno por los universitarios. Odio para mí incomprensible, ya que forman un magnífico grupo que trata de construir una atmósfera similar a la de las universidades norteamericanas. Esta conducta va a retrasar seriamente el desarrollo del país”, describió con mirada premonitoria.

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