Qué raros los franceses, escribían a su Dux los embajadores de la República de Venecia en París en el siglo XV: ¡el Rey se hace el niño caprichoso y ellos lo celebran felices! Sus despachos destilaban sarcasmo y desconcierto, asombro y miedo. Sospecho que ocurra hoy lo mismo en Buenos Aires.
El infantilismo del Presidente invíta a la ironía, su megalomanía al escepticismo, su violencia verbal a la desconfianza. Me imagino que de las embajadas saldrán informes horrorizados pero divertidos, intrigados pero desconfiados.
¿Quién es el Presidente? ¿Un rey estrafalario o un niño sin crecer? Las maratónicas entrevistas con reporteros supinos suenan a reuniones entre machirulos adolescentes, recién salidos del colegio. ¿Y los viajes al otro lado del mundo para recibir la Copa del Abuelo y la Medalla de la Suegra?
Las monedas virtuales y las monedas reales, la volatilidad de los principios y la incoherencia de los valores, la hermana omnipresente y la Constitución medio ausente. Para no hablar de la ansiedad de ser el primero, del estrés por el rendimiento, del priapismo léxical. Y finalmente, los insultos, los agravios más torpes y soeces, los ojos salvajes, los músculos a un paso de la explosión, los nervios de la convulsión.
Infantil y grosero, monocorde y obsesivo, Milei rezuma sufrimiento. Sólo un abismo de fragilidad puede explicar su narcisismo voraz, su exageración crónica, su sobreexcitación cómica. Sólo un dolor inconsolable puede alimentar su violencia incontenible, su frustración infinita.
¿Qué le han hecho a este hombre? ¿Qué le aprisionó en su infancia? Nunca una pizca de autoironía, un gesto de empatía, el asomo de una duda, la admisión de un error: el rey niño se incomoda rápido, prende fuego en un instante, quiere todos los juegos para él, todos los súbditos a sus pies, todos los caprichos concedidos, todos los críticos castigados. Ni siquiera la dulzura infinita de los perros le apacigua. Necesitaba afecto y obtuvo poder. Pero ningún poder compensa la falta de afecto. Así que lo llena con arrebatos de exaltación, con estallidos de violencia. ¿Será el hombre adecuado en el lugar adecuado en el momento adecuado? Veremos.
Mientras que el rey francés estaba allí porque era el heredero al trono, sin embargo, Milei fue elegido por gran mayoría. ¿No será que muchos se identifiquen con él? ¿Que su frustración sea la misma de tantos? Les gusta, dirán, ¡porque ha reducido la inflación! También, no lo dudo. Pero las explicaciones materiales suelen ser superficiales.
Creo que Milei les gusta precisamente por ser como es: maniqueo, caprichoso, intolerante. Pueril. Porque consume venganzas. Como las consumieron los kirchneristas antes que él, y tantos otros antes que ellos. ¿Hay algo más infantil que la venganza política? ¿Más instintivo y primario? Un niño sin crecer rumia en el seno de la sociedad argentina, y a través de Milei da rienda suelta a su profundo malestar.
Tomemos el caso más reciente, la retahíla de insultos groseros a algunos de los mejores periodistas argentinos, casualmente de los más cultos e independientes. ¿No sabe a violento acceso de un infantil complejo de inferioridad?
A falta de argumentos, se fue a las manos, al diálogo prefirió el monólogo, a la «batalla de ideas» la agresión personal: un espectáculo obsceno, una escuela de pedagogía negra prohibida a los menores. Mientras el entrevistador cavaba la tumba de su noble profesión, el Presidente celebraba el funeral de su función.
¿Cuál fue la reacción? Desde la derecha a la izquierda, desde las instituciones a las profesiones, los que le votaron y los que nunca le votarían, era de esperar que una sociedad adulta activara los anticuerpos democráticos: ¡que esto no se hace, que esto no se dice! ¡Y menos si el quien lo hace y lo dice es el Presidente! La democracia tiene límites invisibles pero infranqueables, reglas no escritas pero inviolables, un techo de cristal que todos respetan por su propia conveniencia.
Así no fue, no tanto como debería haber sido. Enfermedad infantil contra la que no hay vacuna, la pertenencia tribal impuso su ley: lo que es vicio en los demás se convierte en virtud en los míos, lo que es violencia en boca del enemigo es sinfonía en boca del amigo.
Según Friedrich Hayek, vale la pena recordarlo, y antes que él para Ludwig von Mises, los tan invocados pero mal digeridos dioses de los «libertarios» argentinos, la libertad de prensa es un elemento esencial de una sociedad abierta, democrática, pluralista. Más aún: es un instrumento clave para el avance del conocimiento, un motor de la competencia entre ideas, un espacio vital para la crítica. Por eso debe ser la voz de la sociedad y no del Estado, de los gobernados y no de los gobernantes. Sin libertad de prensa, adiós orden espontáneo, adiós ciudadanía libre y responsable.
“Con su pluma envenenan a los argentinos”, espetó enfurecido a los críticos: una frase tomada de la Inquisición, cosa de Goebbels o Zdanov, mil veces pronunciada por los dictadorzuelos latinoamericanos, una de las favoritas de Fidel Castro. Qué pena: tanto estudiar para pisarle las huellas a los caudillos populistas, la marca indeleble del infantilismo político.
Publicado en Clarín el 24 de abril de 2025.
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