“Acá no se viene a especular. Se viene a defender con uñas y dientes las ideas del presidente. Y en esa batalla, la lealtad no es una opción: es una condición”. La frase fue trasmitida a través de las redes por Karina Milei, hermana y alter ego del presidente Javier Milei, por ciertos reclamos del ejército de trolls e influencers que quedaron sin representación en las listas electorales bonaerenses de la Libertad Avanza.
La secretaria general de la presidencia de la nación ha dado un paso obvio dentro del manejo del poder, al rescatar el simbolismo político más antiguo, nacido en distintas épocas imperiales, de reyes, príncipes y señores feudales, sostenido después por primeros ministros y presidentes del amplio espectro ideológico: la lealtad.
La jefa de la Libertad Avanza fue explícita al imponer una ley no escrita, advirtió a la extraña masa de la militancia digital sobre la primera regla del decálogo titulado “No sacar los pies del plato”, otrora aceptado por el contingente de mayoría peronista, con bombos, platos y platillos, estrofas inéditas surgidas espontáneamente y con gran alegría en los fragores iniciales del Peronismo en la Plaza de Mayo.
Aquella lealtad era sagrada, gritada de corazón y con un fervor nunca visto en la historia política argentina. Eran las turbas levantadas por una voz masculina inconfundible, profunda, de gran autoridad, y otra femenina, teatral, devota, capaz de levitar piedras para encender la adoración al líder. Era una lealtad sentida, emocional, genuina, el motor de una creencia casi inexplicable.
Fue, al mismo tiempo, el inicio de un verticalismo innovador, aunque no nuevo. El esquema es el que siempre se utilizó en la construcción de los partidos de masas en el siglo XX. Todos actuaban al son del punto máximo, del Uno en la cima, y el resto apilado en una pirámide desordenada. Se creó desde la necesidad de estar juntos, codo a codo, para defender lo que habían logrado como por arte de magia. Hasta se creó el día de la Lealtad, el de la gesta que consagró una ideología independiente de yanquis y marxistas.
Al principio de aquella era no se impuso la lealtad, fueron constituyéndola con cierta espontaneidad, presumiblemente guiada. En torno de ese compromiso social surgieron los mitos, las religiosidades, las grietas, los enfrentamientos internos, el cultivo del odio, las peleas entre amigos y familiares, y el fanatismo. Se armaron grupos internos con nombres diversos que desataron la puja por la apropiación de los símbolos partidarios, aparecieron los primeros saltos de garrocha desde los extremos menos pensados. Crearon las tres banderas: justicia social, independencia económica y soberanía política. Durante 50 años no surgieron otras banderas tan potentes.
“La lealtad no es una opción: es una condición”, dijo Karina Milei. Demasiado autoritaria la frase para arrancar. La lealtad significa “apego a la ley”, pero en este caso antes debe haber una ley. Lealtad es un sentimiento de respeto y fidelidad, no es un requisito de apoyo partidario incondicional a menos que se quiera generar una adhesión forzada. En la Libertad Avanza no se advierte flexibilidad en el trato hacia los adeptos, ni tampoco con los funcionarios públicos.
Por ejemplo, los ministros y secretarios no pueden hablar por decisión propia con la prensa a menos que la orden “venga de arriba”, esto es Karina Milei. La fidelidad oficialista pasa por recibir órdenes y cumplirlas. En su defecto: “afuera”, sin compasión. Con esta modalidad, cuyos ejemplos en un año y medio han sido demasiados, no se construye lealtad, solo se delinea sometimiento.
La lealtad se emparenta con la nobleza, la honestidad, la rectitud, y teje vínculos muy sólidos de confianza y respeto mutuo. Es deshonroso que el concepto de lealtad incorpore como condición esencial la dependencia.
Muchas veces quienes exigen lealtad a ultranza enrostran a otros adeptos actos de traición, como si fueran dos caras de la misma moneda. Es cierto que la traición existe, sin embargo nunca debe confundirse con el abandono de un sentimiento de lealtad. Quien traiciona no ha sido leal, nunca. El leal es capaz de echar verdades a la cara de un líder idolatrado.
Por otra parte conviene aclarar que la lealtad no es sinónimo de obsecuencia. Si alguien lo pretende es porque ignora qué es verdaderamente la lealtad. La obsecuencia es una tendencia propia del cinismo, y es más habitual de lo que se pueda imaginar. Los líderes están rodeados de obsecuentes, son los que se mantienen en el poder simulando coincidencias en el pensamiento, pero en realidad son los que subsisten soportando el temor a ser expulsados.
De una lealtad mal comprendida nacen los fanáticos, los robots sin inteligencia, los zombis políticos, ese conjunto de adherentes -por simpatía o conveniencia- que no llega a explorar en profundidad sus concordancias con sus mandantes y ocultan sus opiniones frente a las desviaciones y la corrupción.
La promoción del odio, la incitación a expresar libremente la rabia y cualquier otro sentimiento perverso o de venganza política, estimulan el fanatismo, típico de los gobiernos autocráticos, sean de derecha o izquierda. No están vinculados a las ideologías, tienen que ver con la ambición de conseguir y retener el poder.
Por si no quedara claro: la lealtad debe ser voluntaria, sin coerción. El adepto debe elegir la práctica de la lealtad, que es activa y no pasiva. La lealtad significa adoptar el compromiso pleno con una causa, sin la obligación de aceptarla como una norma del espacio político. Esas épocas de imposiciones y rendiciones de cuentas estrictas, como en la década del 70, son hoy inaceptables en la militancia política. Organizaciones armadas, amañadas y sin límites, llegaron a fusilar a sus militantes por manifestar que ya no estaban de acuerdo con las lealtades exigidas.
Los castigos por deslealtad tienen una historia negra e inenarrable en Argentina.
La verdadera lealtad tampoco debería incluir obligaciones económicas para asistir a los actos partidarios. ¿Cómo es posible que quienes acudieron al “festival” en Córdoba hayan pagado 35 mil pesos para escuchar a su líder? Los trascendidos acerca de que los candidatos electorales pagan por ello es inadmisible, aún en el mundo liberal que quieren imponer en Argentina.
Tiene razón Karina Milei: “aquí no se viene a especular”. Con mayor razón, la nueva expresión partidaria impuesta a golpes de Tik Tok, debería reflexionar acerca de los fondos con que se mueven en las campañas. Una pregunta: ¿Quién controla las recaudaciones del partido de gobierno? ¿Hay acaso alguien que se dedica a rematar las cucardas de “lealtad” a cambio de aportes individuales?
Reflexionar sobre este desborde económico, que no encaja en ninguna ley electoral y tampoco es controlada, le da vía libre a la actual ministra de Seguridad Patricia Bullrich para seguir recogiendo lealtades económicas en su tan cuestionada fundación.
Una persona leal comienza por serlo con ella misma, debe ser congruente entre lo que cree, lo que hace y siente; toma decisiones responsables.
Una advertencia táctica: ¿ya pensaron cómo neutralizar el resentimiento de los militantes digitales de la LLA al momento de operar las redes y promocionar, o hundir, a los candidatos liberales bonaerenses el próximo 7 de setiembre?
Publicado en El Parlamentario el 29 de julio de 2025.