Javier Milei venció y convenció. Lo irónico de su victoria es que se asentó sobre consignas utilizadas por el enemigo. “La esperanza vence al miedo” fue el lema de Lula durante la campaña que lo llevó a la presidencia en 2003, y “la casta” era el caballito de batalla del izquierdista Podemos en España. Comunistas del mundo, uníos – y forneced de ideas a vuestro enemigo.
Los medios internacionales destacan la victoria de la ultraderecha en la Argentina. Se manejan con el esquema ideológico que explica la política en los países del norte. América del Sur, para bien o para mal, es diferente. Desde 2018 hubo en la región 23 elecciones presidenciales: en doce ganó la izquierda y en once la derecha, como mostró en Twitter el analista Ignacio Labaqui. Pero lo más significativo es que en 20 países ganó la oposición, y solo en tres reeligió el oficialismo. Los sudamericanos no están votando para imponer una ideología sino para deshacerse de sus gobernantes. Milei lo entendió bien al vociferar contra la casta: es eso, y no un fantasmagórico comunismo, lo que los argentinos rechazaron.
Pero lo que es común en América del Sur suena extraño en la Argentina, porque en nuestro país la clase social solía definir el voto. Los sectores populares apoyaban mayoritariamente al peronismo, mientras las clases medias se le oponían. En 2015, el Pro logró buenos resultados en distritos menos acomodados, pero esos resultados eran similares a los obtenidos por Raúl Alfonsín en 1983 y por Fernando de la Rúa en 1999: el grueso de los pobres seguía siendo peronista. Esta vez Milei les entró en el rancho sin pedir permiso: su voto es indiferente a la clase social, lo votan ricos y pobres en partes iguales. El peronismo perdió el monopolio de la representación de los descamisados.
La geografía también explica más que la ideología. Aunque La Libertad Avanza triunfó en 21 de las 24 provincias, en la franja central del país sus resultados fueron arrasadores. Mientras Milei perdió la provincia de Buenos Aires por sólo 150.000 votos, ganó Córdoba por 1.050.000. En otras palabras, sacó siete veces más diferencia en la capital del fernet que Massa en la capital del peronismo. En Santa Fe y en Mendoza, La Libertad Avanza también superó a Unión por la Patria por más de medio millón de votos en cada una.
La marginalidad electoral de la enorme provincia de Buenos Aires se torna más evidente aún cuando se observa el desempeño del propio Massa: sacó menos votos de diferencia en la provincia que comparte con Cristina y Kicillof que en Santiago del Estero. Contra la remanida frase, Buenos Aires no es la madre de todas las batallas: partidariamente muy equilibrada, nunca en la historia definió una elección nacional. Sin embargo, es clave para determinar la estabilidad presidencial. Uno de los aspectos a observar en los próximos meses es la relación que se entabla entre el presidente y el gobernador: en tiempos de ajuste, puede ocurrir que no alcancen los recursos para los dos.
Las instituciones
Si la economía le plantea al nuevo gobierno un desafío ciclópeo, las instituciones no se quedan atrás. Con menos del 15% de los diputados y el 10% de los senadores, a Milei no le alcanzará el contingente ofrecido por Mauricio Macri para bloquear un posible juicio político. Y todavía menos para aprobar sus proyectos legislativos. Tampoco tiene gobernadores propios, pero con recursos del tesoro y buena voluntad, lo que no se tiene se alquila. La legitimidad constitucional y el apoyo electoral deberán revalidarse en los resultados para asegurar la estabilidad del gobierno. Esto no es una profecía ni una amenaza sino una constatación: en Sudamérica, los presidentes impopulares que carecen de escudo legislativo suelen sufrir la interrupción de su mandato. E impopulares son todos después de unos meses, salvo Nayib Bukele. Pero no demos ideas.
En el mundo se preguntan por la política exterior del nuevo presidente. ¿Se peleará con Brasil hasta romper el Mercosur? ¿Bloqueará el acuerdo con la Unión Europea? ¿Cortará relaciones con China? Son temores que se justifican por el discurso, pero no por la experiencia. La Argentina y Brasil ya vivieron tensiones cuando Jair Bolsonaro y Alberto Fernández coincidieron en el poder, pero la sangre nunca llegó al río. Los presidentes van y vienen, las fronteras no. Siempre habrá canales alternativos de contacto y coordinación, y el equipo de Milei ya empezó a explorarlos.
En cuanto a la Unión Europea, el desgastado acuerdo está parado por culpa del proteccionismo europeo, no del Mercosur: es imposible romper lo que nunca existió. Y China es demasiado grande para hacerle bullying, como Bolsonaro entendió y Milei, como diría Macri, internalizará.
El domingo los argentinos, sugiere la politóloga Yanina Welp, optaron por un cambio a cualquier precio, en vez de una continuidad demasiado cara. El precio está por verse; lo que develaron las elecciones es que el status quo era impagable.
Publicado en La Nación el 20 de noviembre de 2023.
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