sábado 2 de agosto de 2025
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La anomalía argentina y la aspiración a un país normal

¿Por qué de vez en cuando vuelve el mito de la Argentina potencia? ¿La obsesión por primar? ¿Potencia para qué? La noticia, por todos conocida, es la enésima descarga de insultos del Presidente contra una historiadora culpable de haber señalado lo que todo historiador da por sentado: que en 1910 Argentina no era una «potencia».

Pero no: si él lo dice, si lo ha leído en alguna parte, ¡debe de ser cierto! ¿No aparece en ningún manual de historia internacional? ¡Qué va! Ya Cristina Kirchner insultó en su momento a un historiador culpable de contradecirla: los pequeños Napoleones de nuestros tiempos no tienen tiempo para leer la historia, están demasiado ocupados en escribirla. A su manera.

En honor a Milei, reconozco que ha progresado: en Davos, el año pasado, dijo que Argentina había sido la «primera potencia» mundial. Ahora es «potencia» y nada más. Un baño de humildad. Bromas aparte, pensé que era el Día de los Inocentes. Luego leí un buen debate: hay que entender qué se entiende por «potencia». Cierto. Pero la Argentina no era una «potencia» en ninguno de los sentidos históricos, sociológicos, politológicos o económicos del concepto.

No tengo ninguna intención denigrante. Al contrario, admiro el extraordinario desarrollo argentino de la época. Creo que le habría beneficiado la continuación de la pax británica y la «globalización» que la acompañaba. Pero la «era liberal» terminó para todos. Amén. Argentina quedó una «potencia» en potencia, un país con un «gran futuro a sus espaldas», una profecía muerta en boca de los muchos que la hicieron.

El mayor indicador de la «potencia» argentina era la renta per cápita: en base a éllo, era uno de los países más ricos del mundo. Pero es un indicador engañoso. Un poco porque evoca a los «pollos de Trilussa», el poeta romano que, ironizando sobre las estadísticas, no entendía por qué, si la media era un pollo al mes, algunos tenían dos y otros ninguno.

Pero sobre todo porque es un indicador que poco tiene que ver con la «potencia». De ser decisivo, hoy en día la «gran potencia» sería Liechtenstein, San Marino lo sería más que Rusia, Finlandia más que Japón, Argentina más que China. En 1910, Argentina habría sido mucho más «potencia» que el Imperio zarista. Nadie se enteró.

Las razones por las que Argentina no era una «potencia» son obvias y conocidas. Tenía solo siete millones de habitantes, nada. La riqueza total era limitada. La fuerza militar e industrial, pilares de toda «potencia», eran insignificantes. Su territorio era inmenso, pero pobre en infraestructuras, los recursos naturales abundantes, pero apenas explotados, el capital humano prometedor, pero la innovación residual. Por eso Argentina no jugó ningún papel en los grandes acontecimientos de la época.

Así se explica que la « Argentina potencia» se convirtiera poco después en bandera del nacionalismo y del peronismo. ¿Por qué aspirar a convertirse en «potencia» si ya lo era? Perón quería cien millones de habitantes, un ejército poderoso abastecido por la industria nacional, liderar un bloque latino a través de dos continentes.

Apuntó tan alto que se quemó las alas y se estrelló contra el suelo. ¿Conviene vender como liberal un mito peronista por excelencia? ¿Megalomanía incluida?

Como siento respeto por su investidura, no me atrevo a llamar burro a un presidente que dice burradas. Supongo que tiene un fin, una estrategia política. Todo líder mesiánico piensa ser un redentor que conduce al pueblo a una edad de oro perdida, un fundador de religiones que realiza los planes divinos de la historia.

Perón era el nuevo San Martín, Castro el nuevo Martí, Chávez el nuevo Bolívar, Trump la reencarnación de McKinley. Al igual que ellos, Milei se inventa el pasado que le conviene. Guiado por una luz escatológica cuyas raíces cultiva ahora en el judaísmo, ahora en el evangelismo más fundamentalistas, le cuesta tolerar límites humanos a las «fuerzas del cielo» que lo inspiran: el Parlamento, los periodistas, los historiadores.

Capaz que funcione, andá a saber. Pero me temo que la manipulación ideológica de la historia genera monstruos, los monstruos utopías, las utopías ideologías, las ideologías fanatismos, los fanatismos tragedias. Y el fanatismo nacionalista, tan hambriento de enemigos, tan sediento de chivos expiatorios, más que ningún otro.

Lo que nos sugiere la «filosofía de la historia» de Milei es que la edad de oro argentina, la edad que él promete revivir, era la edad predemocrática. Fue la democracia la que alimentó la demagogia que hundió, con el gasto público y el dirigismo estatal, a la «potencia» argentina.

Hay algo cierto en este diagnóstico. Pero, guste o no, la democracia lleva en todas partes al crecimiento de las funciones estatales y de los costes correspondientes. ¿Qué deducir de ello? ¿Qué la democracia es un obstáculo para sortear o un recurso para perfeccionar?

El peronismo pretendió imponer la «democracia económica» a costa de la democracia política, por vías plebiscitarias. Desencadenó una «guerra civil ideológica» que aún perdura. ¿Quiere ahora Milei imponer el «crecimiento económico» con los mismos métodos?

Tendrá el mismo efecto: ni desarrollo ni democracia. Creo que muchos economistas exageran la «potencia» de la economía y deberían estudiar más la historia. Quizás reconocerían que, más que «potencia», lo que Argentina necesita es normalidad. Que avivar los espíritus nacionalistas mata los espíritus liberales: ha ocurrido a menudo, sigue ocurriendo.

Publicado en Clarín el 25 de julio de 2025.

Link https://www.clarin.com/opinion/anomalia-argentina-aspiracion-pais-normal_0_2975VD0c7t.html?srsltid=AfmBOorKT5atSkT8846B0Uu5on0rf_nCeT22RbyzVCnCFpTsXSK5Q0Ah

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