Es doctor en Derecho, doctor en Ciencias Políticas y doctor en Teología. Da clases en NYU y Harvard, entre otras universidades de prestigio internacional, y, anteriormente, fue rector del Instituto Universitario de Florencia. El constitucionalista estadounidense Joseph H. H. Weiler (Sudáfrica, 1951) es reconocido por sus aportaciones al estudio del proceso de integración europea y por su defensa del papel de la religión en el espacio público. Aunque es judío practicante, en 2010 representó, probono, a Italia ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en el caso Lautsi contra Italia, defendiendo con éxito la presencia de crucifijos en las aulas como expresión del pluralismo y la libertad religiosa. En 2022 el Papa Francisco le concedió el Premio Ratzinger.
Unos años antes, en pleno debate de la Constitución europea en 2003, el jurista y politólogo publicó Una Europa cristiana, un libro en el que reivindica las raíces cristianas del Viejo Continente. Con motivo de la reedición en español junto a nuevas reflexiones sobre el Estado y la Iglesia —con el sugerente título ¿Una Europa todavía cristiana? (Ediciones Encuentro)—, Weiler recibe a Agenda Pública rodeado de libros en su casa de Madrid. Es una ciudad de la que está “enamorado” y en la que pasa largas temporadas después de que se le reconociera la nacionalidad española por su origen sefardí. En la conversación lamenta que haya “un nuevo Estado confesional cuya religión es el laicismo” y denuncia que Europa ha caído en la “cristoamnesia”, pero también ataca la “instrumentalización” de la fe por parte de la extrema derecha en Europa y en Estados Unidos —cuyo vicepresidente, J. D. Vance, se encuentra de visita estos días en el Vaticano—.
Hace unos días, un muy buen amigo mío fue al Museo del Prado y me mandó una imagen de un cuadro precioso de Tintoretto, El lavatorio de los pies. Tiene un punto de fuga muy alejado y, si uno se coloca a la izquierda, ve varios espacios, a diversos personajes, y no repara en la otra parte del cuadro. Si se mueve, de repente, aparece en una esquina Jesús lavando los pies a un discípulo. Se ilumina una parte de la escena en la que, al principio, uno no se había fijado. Hace más de veinte años, cuando usted publicó Una Europa cristiana, ¿había más gente que entendía lo que pasaba en ese cuadro que hoy?
No sé el número. El número no es importante porque vivimos en una Europa postconstantina. No se echa a los leones a los cristianos, pero son una minoría, y muchos viven como los judíos durante la Inquisición y casi se avergüenzan de ser creyentes abiertamente. Hay mucha gente que esconde su fe.
Cuando escribí Una Europa cristiana hace veintidós años, hablé de cristofobia y hoy es peor: hay cristoamnesia. Las nuevas generaciones no saben nada de la fe cristiana, de la enormemente rica tradición intelectual y cultural cristiana. El contacto con el cristianismo, a veces, se reduce a la boda porque es bonito ir a una iglesia para casarse. No interesa, hay indiferencia. En cierta manera, prefiero la cristofobia que la cristoamnesia; significa que la gente tiene una posición y lucha contra lo cristiano, mientras que ahora hay una indiferencia total. El único país donde no es así, por el momento, es Polonia. Para mí esto es chocante porque la cultura europea es una síntesis entre Atenas y Jerusalén, entre el humanismo y la tradición cristiana. No se puede entender Europa sin la tradición cristiana.
Tuve un profesor de Derecho Constitucional que siempre hablaba del derecho romano, la filosofía griega y el cristianismo…
Hay otra diferencia. De entre las religiones hoy en Europa, la religión más grande, la más importante, es el laicismo. Luego el cristianismo es minoritaria. No hago referencia al islam porque es otro tema.
Hace veinte, treinta o cuarenta años, al hablar de secularización, se entendía la ausencia de religión, pero ahora hay un nuevo Estado confesional cuya religión es el laicismo. ¿Chocante? Sin embargo, debemos ser humildes porque teníamos siglos y siglos de historia con el ejemplo de un Estado confesional católico y ahora, en cambio, la confesión es el laicismo.
Entonces, en cierto modo, ha vencido Francia. En España, la Constitución habla de un Estado aconfesional, en el que el hecho religioso no queda relegado a la dimensión privada, sino que puede tener una dimensión pública. Y, es más, los poderes públicos establecen relaciones con normalidad con el catolicismo, por su arraigo, pero también con el resto de religiones…
Francia se denomina como una República laica en su Constitución. La religión es una cosa privada. Pero es interesante que otros países que, en sus constituciones, no se definen como estados laicos, han acabado copiando el modelo francés. Pienso en Italia, en Alemania…
Aquí, en Madrid, tengo una iglesia pegada a mi casa. Aunque soy judío, me gusta ir a la misa del gallo. Bromeando digo que es importante celebrar el nacimiento de cualquier judío… Resulta que la última Nochebuena la misa era a las 19:00 horas, antes de la cena, porque a medianoche, según me contó el sacerdote, no había nadie. Hay iglesias magníficas en Madrid, pero la demografía es desmoralizante: solo hay viejitos, no hay muchos jóvenes.
Aunque en algunas iglesias sí se ven más jóvenes, sostiene el Papa Francisco que Europa ha envejecido olvidando esa alma cristiana…
En Francia, la hija de la Iglesia, solo el 7% de la población va a misa. Es increíble. En el Reino Unido, un país protestante, hay más musulmanes que van a la mezquita el fin de semana que cristianos que vayan a una iglesia. Esta realidad religiosa es preocupante. Como cultura no se puede eliminar, porque hay raíces cristianas en la arquitectura, el arte, la literatura o la música, pero, como realidad social real, es una minoría. Es una lástima.
Cuando usted defendió a Italia ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, por la presencia del crucifijo en las aulas, su argumento central fue que, más que una cuestión de practicar una fe o no, se trataba de entender de dónde venimos. Por eso le preguntaba antes por el cuadro del Prado…
En un país verdaderamente liberal, porque yo soy liberal, el creyente debe vivir su fe con normalidad. Pero no es la realidad. Es también una consecuencia de que es una minoría más minoría. La actitud me preocupa
¿La actitud de los propios creyentes o de los estados?
De los dos.
Quizá ya no haya un rechazo frontal a lo cristiano, o al menos no mayoritario, pero sí hay indiferencia, como decía antes. En este contexto, en cambio, sí parece que mucha gente desea algo más y ahí emergen el mindfulness, el coaching y otras cosas que intentan conectar con la dimensión espiritual.
La Iglesia debe hacer examen de conciencia. ¿Por qué la gente prefiere otros tipos de espiritualidad y no halla la respuesta en la Iglesia? Es un problema de la Iglesia. Pero para mí el cristianismo no es solamente una fe, es también una cultura, una vieja cultura, y pensar que esta cultura es olvidada, poco a poco, es preocupante.
Al mismo tiempo, una parte de la derecha alardea de su fe. Citaba antes Polonia, pero también lo hemos visto en Estados Unidos o aquí, con Vox. ¿Tiene que tener cuidado el cristianismo y no dejarse convertir en una ideología?
Lo veo preocupante, no obstante, con otra perspectiva. Si miro la realidad religiosa en Estados Unidos, a Vox en España, a Salvini en Italia o a Marine Le Pen en Francia, me parece preocupante el matrimonio entre el cristianismo y la derecha extrema porque no es inherente a la fe cristiana ser de extrema derecha. Intentan instrumentalizar la fe; tienen objetivos políticos y no espirituales. Es horrible.
Este cambio es muy pronunciado en los últimos veinte años: todos los partidos de extrema derecha en Europa utilizan la fe por motivos políticos. Hay, por tanto, un ataque contra la fe cristiana de las dos partes: unos tienen amnesia y otros la intentan instrumentalizar, con objetivos políticos que nada tienen que ver con la salvación.
Señalaba Benedicto XVI que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona”. El arzobispo emérito de Madrid cardenal Carlos Osoro usaba la frase para criticar ese intento de ideologizar la fe. Lamentaba que, unos y otros, se quedaran solo con una parte del Evangelio: por ejemplo, unos hablan del rechazo al aborto y el cuidado de la vida, pero no de la acogida a migrantes. Del discurso económico también se cogen solo algunas cosas…
En este sentido, admiro a Francisco. No fue popular ponerse al lado de los migrantes y él lo hizo por verdadera fe cristiana. Tienes razón en que una parte de la derecha, por ejemplo, habla del aborto o de ciertos temas doctrinales, pero olvida el resto de la doctrina social de la Iglesia. El matrimonio entre extrema derecha y fe cristiana es un matrimonio muy peligroso para la fe.
Volviendo a su tesis en el caso de Italia, entiende que el cristianismo permite el pluralismo y la presencia de otras religiones. Usted mismo es judío. ¿Qué diría a quienes recurren al catolicismo solo como barrera frente al islam?
Es un tema muy difícil porque hay muchas cosas en el islam que no debemos aceptar en una sociedad liberal, como su posición sobre la mujer. Pero movilizar al cristianismo para luchar contra el islam es una motivación falsa. Si hay cosas del islam que no debemos aceptar, no es una asunto del cristianismo, sino de una sociedad liberal. Hay que tener cuidado con la utilización política de la fe con una dosis de islamofobia.
Llevándolo de nueva a la política, aseguraba que, en el tablero, hay partidos que se han instalado en la cristofobia o la indiferencia y otros que hacen una utilización ideológica de la fe. En España nunca ha habido un verdadero partido democristiano. ¿Hoy hay hueco en Europa para la democracia cristiana?
En broma digo que los partidos clásicos democristianos no son democráticos y no son cristianos. Podría ser, como podría ser, un partido socialista cristiano.
De hecho, hay una corriente de cristianos socialistas y el president de Catalunya, Salvador Illa, estuvo hace poco en un encuentro con ellos en Montserrat…
Claro, no hay una contradicción entre la democracia y el cristianismo. Es una acusación falsa decir que el cristianismo es contrario a la democracia o a los valores liberales. El cristianismo es una fe liberal, mucho más liberal que el judaísmo o el islam. El judaísmo y el islam no tienen la prohibición de forzar la religión. En Israel, por ejemplo, no hay un matrimonio civil. Un ateo debe ir a un rabino o a un cura para casarse, que es un derecho fundamental. Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia dice que la fe puede florecer solamente en condición de libertad total.
En su controvertido discurso de Ratisbona, al aludir al islam, el Papa Benedicto XVI no hablaba por la libertad de los creyentes, ¡sino por la de los no creyentes en los países musulmanes! No hay contradicción entre cristianismo y democracia. Puede ser un matrimonio muy feliz. Es más, el actual magisterio cristiano, como Centesimus annus de Juan Pablo II, es un manifiesto casi socialdemócrata.
En esta etapa de Agenda Pública reiteramos nuestro compromiso con la democracia liberal y también, por supuesto, con Europa. De los padres fundadores de la UE, De Gasperi, Schuman y Adenauer eran católicos…
Sí, eran católicos serios. Jean Monnet también lo era.
¿Y qué dirían al ver la Unión Europea actual?
Esto no es tanto un problema sobre Iglesia-Estado. El problema actual de Europa es que su lema es “United in diversity” (“Unidad en la diversidad”); debería ser un balance entre unidad y diversidad, pero esto ha cambiado: está demasiado unida, pero es poco diversa. Considero que no se respeta el proceso democrático. Los ciudadanos europeos no deciden quién va a gobernar. En España eligen entre izquierda o derecha, entre Sánchez o Feijóo, pero en la UE no importan los resultados de las elecciones al Europarlamento para elegir al presidente de la Comisión. Pensaron que al convocar elecciones directas al Parlamento Europeo y convertir en colegislador al Parlamento se iba a resolver el déficit democrático, pero no es así. De hecho, uno de los gritos de guerra del euroescepticismo es “Taking back control” (“Volver a tomar el control”). Y lo digo como europeísta convencido.
Europa tiene estos desafíos, además, en un momento en el que debe afrontar problemas como Trump o la defensa.
Como estadounidense, ¿considera que Trump puede ser una oportunidad para la UE para plantearse qué quiere hacer en el futuro?
Ahora es un amenaza porque Europa necesita a Estados Unidos, ya sea desde el punto de vista de la seguridad, ya sea desde el punto de vista económico, pero a largo plazo es oportunidad. El Financial Times ha escrito un artículo muy divertido diciendo que Trump no debe ganar el Premio Nobel, sino el Premio Carlomagno.
Europa debe despertar. No se trata solo del presupuesto porque en seguridad, por ejemplo, si se suma el de los veintisiete, es mayor que Rusia, sino de la eficacia del mismo. Europa tiene que manejar a Trump y, por el momento, no puede ser muy agresiva porque necesita a Estados Unidos. Pero a largo plazo es una oportunidad. Esperamos que los líderes europeos sepan aprovecharla.
¿Qué más les pediría a los líderes europeos?
Que empiecen a pensar que Europa es el nuevo líder del mundo libre. Ya no podemos contar con Estados Unidos, aunque en cuatro años no esté Trump, porque ha roto su credibilidad. El giro de 180 grados en Ucrania no es la manera de hacer política exterior ni de mantener relaciones con tus aliados. Junto a Reino Unido, la UE debe creerse que es el líder del mundo libre.
Y de la democracia liberal.
Así es. Trump no solo ha hecho daño en política exterior, sino también dentro de Estados Unidos. La Pax Americana ha terminado. Trump ha puesto los clavos en el ataúd de la Pax Americana.
A pesar de mis críticas a Europa, soy un firme defensor de Europa. Y estoy muy orgulloso de ser ciudadano español, emocionalmente, no desde el punto de vista práctico. Jurar la nacionalidad española delante del rey, por mi familia sefardí [originaria de Girona], fue uno de los días más emocionantes de mi vida.
Publicado en Agenda Pública el 20 de abril de 2025.
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