sábado 8 de noviembre de 2025
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Javier Milei no es libertario

Está en deuda con los oligarcas argentinos

Traducción Alejandro Garvie

Ya han visto el espectáculo. Las patillas salvajes, los discursos conmovedores, el rugido de la motosierra, la música heavy metal dominando sus mítines multitudinarios. Javier Milei, el autoproclamado anarcocapitalista rompedor de cadenas, se promocionó como un cambio radical respecto a todo lo anterior. Iba a destruir la casta política corrupta de Argentina, abolir su banco central, adoptar el dólar y todas las criptomonedas existentes como monedas competidoras de Argentina. Fue una apuesta valiente para reemplazar un siglo de fracaso peronista y neoliberal con el sueño libertario: un libre mercado puro y sin adulteraciones.

En todo el mundo, la derecha nacionalista, desde Elon Musk, Benjamin Netanyahu y Donald Trump hasta Giorgia Meloni y el Daily Telegraph británico, lo ensalzaron. Niall Ferguson, el historiador de la corte de la oligarquía financiera, declaró que se estaba gestando un “milagro artificial”. Durante unos breves meses, mientras la inflación argentina se desplomaba desde sus máximos, e incluso las tasas de pobreza parecían disminuir, el coro de fanáticos se volvió ensordecedor. Hasta que todos guardaron silencio.

Hoy, el milagro ha quedado al descubierto como un espejismo. La economía argentina se ha desplomado y su peso se encuentra en una espiral descendente, con un rescate desesperado de 20.000 millones de dólares de EE. UU. y aún más préstamos de rescate del FMI que mantienen el programa de Milei en marcha hasta las próximas elecciones de mitad de mandato. Un análisis más detallado del submilagro de la reducción de la pobreza también revela un espejismo: la única razón por la que el índice de pobreza relativa cayó fue que los ingresos medios habían caído más rápido que los de los más pobres, lo que resultó en que ahora menos personas se consideran pobres. La situación en Argentina es lo que se llamaría un colapso, pero ¿es realmente una sorpresa?

La explicación de Milei es que fue socavado por la casta venenosa y sus sirvientas izquierdistas. La explicación alternativa de muchos de mis camaradas izquierdistas es que estamos presenciando el fracaso inevitable que viene cuando la ideología libertaria se pone en práctica. Pero no me creo ninguna de las dos explicaciones. La verdad es, creo, mucho más simple, más siniestra y deprimentemente familiar. Milei nunca rompió realmente con las tristes prácticas oligárquicas de Argentina del pasado. Simplemente renombró un tipo de robo practicado por una larga sucesión de sus predecesores, desde el peronista Carlos Menem y el antiperonista Fernando de la Rúa hasta el desventurado Adolfo Rodríguez Saá, cuya presidencia duró apenas siete días, y, más recientemente, el neoliberal Mauricio Macri que ahora apoya a Milei. Si bien Milei usó narrativas libertarias con éxito para distanciarse de estas personas, sus políticas reales no superan la prueba de fuego libertaria más importante.

Antes de que, querido lector, me tache de marxista (que admito que soy) empeñado en desestimar el éxito de un oponente político como un fracaso rotundo (algo que evito como un pecado mortal), permítame explicárselo en términos simples y libertarios. Si usted (a diferencia de mí) cree de verdad en la sabiduría superior de los mercados y quiere liberar a Argentina de las restricciones políticas impuestas al mecanismo del mercado, ¿qué mercado libera primero? El mercado monetario, sin duda. ¿Qué distorsión de precios atraviesa primero con su motosierra? El tipo de cambio fijo (o acotado), sin duda. ¿Y qué es lo último que hace? Precisamente lo que hizo Milei: pedir prestados millones de dólares, amontonarlos sobre una montaña ya insoportable de deuda pública, para impedir que el mercado monetario elija libremente el tipo de cambio de su moneda.

¿Por qué Milei hizo esto? ¿Por qué rompió su promesa de neutralizar, incluso abolir, su banco central y, en cambio, lo utilizó para apuntalar el peso a niveles que el libre mercado consideraba ruinosos? La respuesta de Milei es que, de no haber defendido el peso, los precios de los bienes importados habrían subido, socavando así su lucha contra la inflación. Quizás. Pero ese fue el argumento de los anteriores presidentes argentinos cuyo legado la motosierra de Milei pretendía pulverizar. Un libertario jamás adoptaría esa lógica, que, en mi opinión, es en gran medida responsable de la interminable crisis de Argentina.

En otras palabras, si realmente cree que los precios de las medicinas, el pan, la gasolina y los iPhones deben dejarse en manos de las implacables, pero a fin de cuentas más sabias, fuerzas de la oferta y la demanda, seguramente creerá lo mismo sobre el precio o el tipo de cambio del peso. Seguramente creerá que el aumento de precio de las importaciones ayudaría al peso a recuperarse automáticamente y fortalecería su preciado proceso de desinflación de forma orgánica y racional.

Como libertario, Milei también debería saber que apuntalar el peso es una apuesta arriesgada. Cuando se agoten las reservas de dólares de tu banco central, debes hacer lo que ningún libertario que se precie hace: entrar en una partida de gallinas imposible de ganar contra financieros despiadados que siempre pueden amasar un tesoro de guerra más grande que cualquier tarjeta de crédito que te proporcione el FMI o el secretario del Tesoro de EE. UU., Scott Bessent. Bessent lo sabe mejor que nadie: como segundo al mando de George Soros, ambos arruinaron el Banco de Inglaterra jugando precisamente a este tipo de juego.

Reacios a asumir que Milei es un tonto, la única explicación que queda es que sabía perfectamente lo que hacía. Argentina es una sociedad altamente desigual que combina pobreza masiva, un sistema político sofisticado y un sector industrial anticuado, con un sector agrícola y minero exportador, rico y altamente competitivo, cuyos ingresos en dólares permiten un nivel de vida de primer mundo a un pequeño segmento de la sociedad. A su segmento oligárquico le encantaría que el peso se reemplazara, como en Ecuador, por el dólar, para que sus activos nacionales pudieran ser transferibles infinitamente a Nueva York o Ginebra. De lo contrario, exigen un peso fuerte cada vez que quieren liquidar un activo nacional y transferir su valor al exterior. Los presidentes argentinos rara vez han fallado en esto.

En 1991, Domingo Cavallo, ministro de Economía del presidente Menem, presentó el llamado “Plan de Convertibilidad”: vincular el peso al dólar a un tipo de cambio de uno por uno, mientras se endeudaban enormes cantidades de dólares para defenderlo. El valor artificialmente alto del peso aplastó las exportaciones, desatando una espiral descendente del peso que condujo a un préstamo de 40 000 millones de dólares del FMI en 2000. ¿Les suena?

Durante la presidencia de Menem, la clase dirigente argentina sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que esos préstamos se agotaran y el peso se desplomara. Así que recurrieron al “carry trade”, tomando préstamos de pesos localmente, convirtiéndolos en dólares a un tipo de cambio artificialmente alto y transfiriendo los dólares al exterior. Cuanto más se demoraba la inevitable devaluación, debido a la creciente deuda en dólares, más riesgos corrían comprando activos nacionales en pesos para liquidarlos poco después, con la esperanza de beneficiarse de la inflación interna descontrolada antes de la crisis. Entre 1998 y 2001, cuando el peso se desplomó, 70.000 millones de dólares fueron transferidos fuera de Argentina por muy pocos, con una gigantesca carga en dólares de más de 100.000 millones de dólares que recayó sobre las multitudes desposeídas, provocando una crisis humanitaria.

Más recientemente, algo similar ocurrió bajo la presidencia de Mauricio Macri. Tras endeudarse fuertemente en los mercados internacionales para congraciarse con los acreedores extranjeros (que habían comprado deuda argentina a precios irrisorios y exigían dólares) y mantener una fachada de estabilidad basada en un peso sobrevaluado, el gobierno de Macri se vio obligado a obtener el mayor préstamo contingente en la historia del FMI, 56 000 millones de dólares. Esto fue suficiente para reforzar el valor del peso durante el tiempo suficiente para que los inversores institucionales y la oligarquía local completaran el mismo robo de siempre: liquidar activos y transferir los dólares al exterior.

Como resultado, Macri perdió las elecciones de 2019 ante el peronista Alberto Fernández, cuyo gobierno reestructuró su deuda. Si bien el valor del peso se desplomó y la inflación se disparó, los mecanismos se mantuvieron inalterados: el uso de préstamos externos para facilitar una salida ordenada del capital internacional, potencialmente a expensas de la población nacional, no terminó.

Fue entonces cuando Milei entró en escena. Prometiendo aniquilar con su motosierra las prácticas corruptas que sustentaban este tipo de atraco, hizo lo contrario: siguió el guion al pie de la letra, pero con una motosierra como nuevo logo. Su supuesta revolución libertaria fue, en realidad, una operación altamente disciplinada para distorsionar los mercados al servicio de una antigua artimaña oligárquica. Al generar nuevas e impagables deudas en dólares para manipular el mercado monetario, creó otra ventana para que los ricos y los bien conectados liquidaran activos y trasladaran capital al extranjero a un tipo de interés favorable. El resultado será una acumulación de costos incalculables, una vez que se produzca el previsible colapso, sobre los hombros de los argentinos más débiles, que ya se habían visto aún más debilitados por los recortes austeros previos de Milei.

Pero ¿por qué esta austeridad brutal y sin precedentes de los primeros meses de Milei en el cargo? Si iba a disparar la deuda pública hasta la estratosfera para apuntalar una moneda que de todos modos se estrellaría, ¿qué sentido tenía su drástico recorte de los departamentos gubernamentales, la evisceración del bienestar social y la reducción del gasto en infraestructura a cero (la forma más absurda de austeridad)? En su mente, crear un superávit presupuestario primario a cualquier precio demostraría a los vigilantes de los bonos y a los operadores de divisas su determinación fanática de derrotar a la inflación para que le ayudaran a mantener el valor del peso un poco más. Fue, en resumen, una política de tierra arrasada para ganar tiempo para el mismo robo (reforzar-liquidar-transferir) que ha hecho que Argentina vuelva a fracasar.

A título personal, si se me permite, soy el último político con derecho a juzgar a otro por lucir una chaqueta de cuero y aparecer, casi de la nada, con una agenda de cambio radical destinada a acabar con un círculo vicioso de deudas impagables causadas por una moneda insostenible. Pero sería negligente si no llamara la atención del lector sobre el verdadero paralelismo: el de Milei con mi entonces primer ministro, en 2015, quien, aunque nunca se le vio con una chaqueta de cuero, también usó un lenguaje radical (aunque de izquierdas) para inspirar a la población antes de terminar sirviendo perfectamente a la oligarquía local mediante la adopción de las tristes políticas de sus predecesores.

 

Como en el caso de mi ex primer ministro, cuyo verdadero legado fue una traición a los valores de la izquierda, el verdadero legado de Milei no es la libertad, sino un país aún más despojado que antes. Tuvo la oportunidad de intentar un experimento libertario, pero en cambio la desperdició para facilitar otra liquidación de activos argentinos. Si se hubiera mantenido firme en su postura libertaria, al menos habríamos tenido el placer de observar un experimento natural para juzgar si el libertarismo (contrariamente a lo que creo) puede dar algún resultado. La sumisión de Milei a la clase dirigente argentina nos negó incluso esta pequeña misericordia.

Y así, continúa la búsqueda global de alternativas auténticas a la deprimente recapitulación de las prácticas oligárquicas.

Link https://unherd.com/2025/10/javier-milei-is-no-libertarian/

 

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