Vivimos un tiempo en que las transformaciones en la tecnología de la comunicación han creado un mundo de influencers, de personas que ejercen influencia sobre otras muchas personas en el mundo digital.
Así como se ha modificado el modo de producir, la política ha dejado de tener el monopolio de lo público y los patrones de interacción social mutaron, también ha cambiado la concepción del poder. Ya lo avizoraba Tocqueville cuando distinguía el poder como dominación, como capacidad de mando, del poder paternal; un poder menos visible y difícil de controlar.
Hoy, ser un influencer cotizado en las redes por el número de sus seguidores, es ser un poderoso que ejerce influencia sobre las actitudes y comportamiento de muchos de sus seguidores.
Nuestro Presidente es un influencer a escala global que se precia de no ser un político, como también se ufanaba de no serlo Tony Blair para dar expresión a su ruptura con el pasado de fracasos. Empero, ya no se trata de confiar a una burocracia de expertos el gobierno técnico.
En nuestro caso, se configura una administración obediente a las directrices del Ejecutivo y su círculo reducido de poderosos. Nada nuevo, sólo que revestido de un nuevo relato, el relato de un nuevo Moisés que nos conducirá por el desierto hasta encontrar la tierra prometida.
El poder de la influencia , bien lo advierte el sabio jurista Sabino Cassese, es el poder de la hegemonía construida en batallas culturales que nos predican los intelectuales del nuevo orden. De Ernesto Laclau a Agustín Laje.
Lo sabemos, Javier Milei rompió los moldes de la política tradicional, las redes son su hábitat preferido, es un guerrero virtual poderoso y como tal, las instituciones no son sus límites. A su escala digital, el resto de la dirigencia política se perfila como aprendices; muchos razonan, argumentan sus ideas, pero no tienen la fuerza que le da la inmediatez y la emoción que despiertan los posteos, eventuales granadas que estallan en las cabezas de los seguidores.
No importa que hable de Adam Smith, de la Escuela Austríaca de Economía y los célebres cuyos nombres prolongan sus perros amados; lo que suena en los oídos de sus seguidores es música, no de La Renga, pero parecida.
Es otra velocidad, la que tiene el ritmo de las emociones antes que el lento de las razones, la que moviliza sentimientos e impulsa reacciones, la que convoca a guerreros de causas apuntaladas por fuerzas divinas-la religión una vez más, esta vez con una mezcla de cultos diversos y pastores magos que convierten pesos en dólares.
Una velocidad que va normalizando la degradación de la política hoy practicada con el insulto y el lenguaje soez. Una forma expeditiva de eludir argumentaciones, una variante del trumpismo en esta tierras. O del mileísmo en el hemisferio norte, porque con el presidente Milei entramos al mundo como lo advierte la astuta Giorgia Meloni a quien Cassese encuentra con razón, discípula de Andreotti.
Es nuestra manera de habernos convertido nuevamente en importantes. Ya no como países productores de riqueza a exportar sino como exponentes de la política del vale todo. No es novedad en estas tierras, sólo que el kirchnerismo era un fenómeno de entre casa.
El mileísmo es una respuesta a nuestros problemas que forma parte de la agenda global de las derechas radicales, una agenda à la page… la de este gobierno no es una agenda nativista ni aspira a cerrar la economía, a diferencia del trumpismo, pero comparte desde el poder una propuesta de cambios en la que el mandar es obediencia, el diálogo se acorta a negociaciones puntuales para asuntos específicos, la tolerancia desaparece, las instituciones y las leyes quieren hacerse a medida de las ambiciones del que manda y la libertad no se limita con la responsabilidad… consiste en hacer lo que el que manda quiere. Si la Revolución Francesa inspira la reforma judicial, del superministerio de la desregulación, Dios nos encuentre confesados.
Triste panorama por cierto. Muy en concierto con un mundo occidental que ve degradarse sus democracias bajo la impronta de un autoritarismo creciente aupado en las transformaciones tecnológicas dominadas por nuevos señores feudales, los dueños del poder de transformar la política en una suerte de robótica.
¿Cómo reaccionar ante este escenario cruel? La esperanza sin tolerancia augura lo que enfrentamos: populismos. El que manda se cree depositario de una misión por encima de las instituciones mediadoras. distribuye premios y castigos a piaccere y el Estado es su botín.
El desafío es lograr que este país encuentre la vía de un cambio necesario y doloroso conducido por fuerzas moderadas y moderadoras, capaces de llevar a cabo las reformas que abran el camino al porvenir. En el desierto no hay un solo Moisés. Muchos argentinos esperan que se abra esta opción.
Publicado en Clarín el 1 de agosto de 2025.
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