viernes 29 de marzo de 2024
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Ideología descolonial: el latinoamericanismo, elemento clave del “triángulo atlántico”

La corriente descolonial se manifiesta hoy, cada vez más, en el debate político-intelectual en Francia. Apareció públicamente en los medios al día siguiente de los sangrientos atentados islamistas de 2015, cuando el Partido de los Indígenas de la República, nacido diez años antes, se convertía en caja de resonancia de todos aquellos que “no eran Charlie” en nombre de la lucha contra la “islamofobia”. El 1 de noviembre de 2020, días después del terrible asesinato del profesor de secundaria Samuel Paty por un islamista, Le Monde publicó un editorial firmado por un centenar de universitarios (que pronto se elevó a 250) llamando a dejar de negar el islamismo y las “ideologías indigenistas, racialistas y descoloniales” en la universidad. También apoyaba los dichos del Ministro de Educación Jean-Michel Blanquer sobre el dominio del “islamo-izquierdismo” en ese ámbito. Ya dos años antes, un llamado de 80 intelectuales en el semanario Le Point alertaba sobre movimientos que, con la excusa de la lucha por la emancipación, reactivan la idea de raza.

Pero ya en los años 90 esta ideología que mezcla antiimperialismo, antioccidentalismo, teoría de la dominación del “macho blanco”, antisemitismo antisionista y defensa de los musulmanes como nuevos “malditos de la Tierra”, había empezado a ejercer una influencia creciente sobre los medios intelectuales, en especial los universitarios. Y esta escuela de lo “descolonial”, además, no es específicamente francesa: síntoma de la nueva fase de la globalización abierta por la caída del Muro de Berlín, presenta un carácter transnacional reclamado. Nueva internacional proletaria, revival del movimiento de los No Alineados (nacido en 1955) o mejor aún, de la tricontinental castrista (la Organización de Solidaridad de los Pueblos de Africa, Asia y América Latina, nacida en 1966), la nebulosa descolonial presenta así una nueva acepción del “triángulo atlántico”: el que reúne a activistas asociativos radicales y a militantes políticos neotercermundistas, pero también a universitarios de Estados Unidos, América Latina y Europa.

Este movimiento que aspira a la hegemonía en el mundo intelectual se pretende “crítico”, es decir, “comprometido”, como se decía en otro tiempo para calificar a los “intelectuales de izquierda”. Así lo afirma una de sus figuras predominantes, Enrique Dussel: “Para ser críticos, los filósofos deben asumir la problemática ética y política capaz de explicar la pobreza, la dominación y la exclusión de gran parte de la población en sus países respectivos, especialmente en el sur (en África, en buena parte de Asia y en América Latina). Un diálogo crítico filosófico supone contar con filósofos críticos en el sentido de la ‘teoría crítica’ que nosotros, en América Latina, llamamos Filosofía de la Liberación”.

Mexicano de origen argentino, Enrique Dussel, filósofo y teólogo, antiguo rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (la UNAM), es el precursor del pensamiento descolonial a partir de América Latina. Tuvo numerosos émulos, entre ellos Walter Mignolo. Este semiótico argentino que se destacó como docente en las universidades de Toulouse, Quito y Ecuador, y en Estados Unidos en las universidades de Indiana y Michigan es, sin duda, el propagandista mejor conocido de lo “descolonial”, que define así: “No se trata ya de descolonización en el sentido que tenía durante la Guerra Fría. Se trata de cuestionar lo colonial del saber y del ser, a partir de lo cual se estructuran el control de la autoridad y de la economía. En una palabra, la investigación descolonial está orientada a la construcción de sociedades comunales organizadas alrededor de la obra y no de sociedades globales fundadas en el trabajo”.

Cuando ahora se habla de imperialismo, post-colonialismo y más aún de “colonialidad” (a distinguir del proceso del colonialismo, históricamente fechado y centrado en la economía) no se trata ya, en efecto, de análisis económico referido a la explotación capitalista, al saqueo del sur por el norte y a las burguesías nacionales “comprador” (término de Nikos Poulantzas que designa al grupo social de los países del Tercer Mundo que extrae su fortuna del comercio con el capitalismo extranjero, definido a su vez como explotador). Hoy se evoca más bien esa noción vaga de “dominación”, pretendidamente indisociable de la modernidad occidental, portadora de un potencial de revelación, de denuncia y de revuelta. El neoliberalismo entonces se concibe, en este discurso, más bien como un sistema global tendiente a sojuzgar a las masas del sur que como una categoría economicista que describe a la modalidad actual del “estadio supremo del capitalismo”.

La dimensión latinoamericanista del movimiento descolonial, entonces, debe subrayarse aquí. El lejano pasado colonial español y la hipertrofia de la influencia mitificada de Estados Unidos hacen de esta región, en efecto, constituye un anclaje preferencial para esta ideología, que se desarrolló ahí de manera considerable en los últimos veinte años. Hoy los “teóricos de lo descolonial” están lejos de ser marginales en América Latina, sostenidos como lo están por la FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, creada en 1957 por iniciativa de la Unesco) y el CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, creado en 1957, también por iniciativa de la Unesco), dos organismos asociados a la ONU en la región.

Por otra parte, la América Latina de los años 1990-2000, con su “viraje a la izquierda”, constituyó el punto de apoyo privilegiado de la perspectiva descolonial: en especial con el poder creciente de la figura de Hugo Chávez en Venezuela y su reinstalación de un castrismo revisitado. De modo que no es por un capricho de la Historia, aunque parezca una farsa, que el presidente autócrata venezolano Nicolás Maduro anunció en octubre de 2018 la creación en Caracas de un “instituto para la descolonización”, clamando que “para la consolidación de una independencia verdadera, debemos profundizar la descolonización de nuestro país, de nuestro continente y de nuestros pueblos.” Esta iniciativa le había sido sugerida por Enrique Dussel y Ramón Grosfoguel, en presencia de Houria Boutelja (por entonces portavoz del PIR), en ocasión de la tercera “Escuela del pensamiento crítico descolonial”, coordinación para-universitaria que se reúne todos los años en Caracas desde 2016.

Como pudieron hacerlo Ernesto Laclau y Chantal Mouffe con el matrimonio Kirchner en Argentina en los años 2000, teorizando un populismo de izquierda de la “transversalidad” (“interseccionalidad” o “convergencia de luchas” en el vocabulario francés actual), Ramón Grosfoguel se aproximó, por su parte, al poder chavista. Y sin duda es él quien formula con mayor precisión la porosidad entre la vieja concepción leninista y la nueva ideología antioccidental según la cual “si todo anti-imperialista no es descolonial, todo descolonial es anti-imperialista.” Le gusta decir que Jean-Paul Sartre fue “el primer pensador europeo con un compromiso político y social con el sur global.” Asegura, por su parte, “partir del principio de que la comprensión del mundo es mucho más amplia que la comprensión occidental del mundo”, y considerar que el racismo se organiza de acuerdo con “diferentes líneas religiosas, étnicas, culturales y de colores”. De ese modo se une, como lo piden Noam Chomsky o Alain Badiou, a ese “islamo-izquierdismo” intelectual que se expresa cada vez más en el medio universitario occidental (en América del Norte y en América Latina como en Europa y en especial en Francia).

Ramón Grosfoguel es sin duda, además, un personaje clave de esta Tricontinental descolonial. De nacionalidad estadounidense, nacido en Puerto Rico, se expresa gustoso en español, enseñó varios años en Berkeley y tiene numerosas conexiones tanto en Amétrica Latina como en Francia. Participó, así, de la conferencia internacional “Bandung del Norte”, organizada

por el Decolonial International Network en mayo de 2018, en la ciudad de Saint-Denis cerca de París, con la compañía destacada de Mireille Fanon Mendès-France, Houria Bouteldja, Nacira Guénif-Souilamas y Angela Davis. Y cuando se abrió una vacante de profesor de sociología en 2012, casi fue reclutado por el Instituto de Altos Estudios de América Latina (IHEAL) de la Universidad Paris-Sorbonne Nouvelle donde mantiene todavía relaciones “académicas” (participación en coloquios y publicaciones) con varios docentes-investigadores. Porque, en efecto, es a partir de esta base sólida que constituye América Latina que el descolonialismo irradia en Europa del sur (en Portugal por ejemplo con Boaventura de Sousa Santos) y en especial en Francia.

Así, lo que se presenta como una “escuela” de pensamiento mundial, finalmente es una coordinación militante de origen occidental que exporta en todas direcciones una ideología victimista y reductora (por lo demás, América Latina en sí presenta más bien las características de un “extremo occidente”, según la excelente fórmula de Alain Rouquié, que las de un mundo subalterno.) La dimensión “crítica” de este movimiento, que se resume en la denuncia de una dominación esencializada y esencializante, está en las antípodas de una racionalidad conducente a la autonomía y el pensamiento libre. Los a priori y los supuestos dogmáticos pesan mucho más que la investigación en profundidad, la confrontación con las sorpresas de lo real, la aprehensión de la complejidad y la hospitalidad del pluralismo, que siguen siendo las cualidades inalienables del espíritu científico.

Traducción de Agostina Dattilo.

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