I. Un tiempo histórico está llegando a su fin. No sé si es una buena o una mala noticia. Además, tampoco sé cuánto puede demorar la transición de un tiempo al otro. La crisis es precisamente el pasaje, a veces pacífico, a veces escabroso, de un modelo político y económico que no da más a otro modelo económico y político cuya realización es compleja más allá de las promesas de soluciones más o menos rápidas. Conviene saber que ese pasaje no solo que puede ser de una lentitud exasperante, sino que, además, está asediado de aquello que un político y teórico italiano califica como “situaciones morbosas”. Emerenciano Sena, “Chocolate”, Insaurralde, son algunas de las expresiones visibles de ese morbo. La quiebra financiera y económica de la Argentina, la pérdida de credibilidad política, son también manifestaciones de esa realidad que se insinúa como desquiciada, rota, sucia. La sensación es que estamos al borde del abismo, sensación reforzada en este caso porque pareciera que nos hemos acostumbrado a este oficio de jugar en el filo de la navaja. No hay fe en la clase dirigente, pero pareciera que tampoco hay claridad respecto de lo que corresponde hacer. Esa incertidumbre, esa falta de fe, esa sensación de vacío, es la crisis en sus manifestaciones más existenciales y tal vez más dolorosas y desgarrantes.
II. La tentación más cómoda pareciera ser entregarse al pesimismo. Y a decir verdad, no faltan razones para dejarse dominar por la desesperanza. El presente es incómodo y el futuro se presenta sombrío. Sin embargo, hay una Argentina que a pesar de todo funciona; hay una Argentina en condiciones de reproducir sus condiciones materiales de existencia con relativa eficiencia; hay una vida cotidiana que en condiciones complicadas se esfuerza por sostener esa normalidad que toda sociedad reclama para ser tal. Del estropicio en el que estamos sumergidos no se sale negando la política sino afirmando la buena política, aquella preocupada por la calidad de vida de la gente, por sostener los lazos de solidaridad y de afecto que constituyen a una sociedad que merezca ese nombre. Hay razones para sostener la esperanza. No son razones fáciles de traducirlas a la realidad, pero son razones visibles, efectivas y representan a millones de argentinos.
III. Las elecciones son la oportunidad para forjar un cambio o persistir con un régimen cuyo fracaso es más que evidente. El voto es el recurso preferido de las sociedades civilizadas para legitimar el cambio. Es el recurso preferido, pero no necesariamente los pueblos saben aprovecharlo. El 22 de octubre veremos qué dicen las urnas. No olvidar que la democracia dispone de la virtud, pero también impone el desafío de que los gobernantes, con sus virtudes y defectos, son una consecuencia de la decisión de los votantes. No se trata de llorar sobre la leche derramada, pero, por ejemplo, está claro que la decisión mayoritaria de la sociedad de elegir a Alberto y Cristina para presidente y vice fue históricamente un error, rápidamente verificado por la impiedad de los hechos, por la velocidad con que cayeron las máscaras y los maquillajes de una fórmula producto de una maniobra tan audaz, como descarada, tan atrevida como tramposa. Sería deseable que este final crepuscular de un régimen donde el presidente es un ausente, la vice otra ausente y la presidencia efectiva de la nación la ejerce un señor llamado Massa que se esfuerza por desentenderse de una realidad lamentable que lo cuenta a él como su máximo representante, se despida sin causar más estropicios que los que ya cometió. Hay esperanzas, insisto. Pero el primer paso para hacer realidad esa esperanza consiste en derrotar al populismo, en sus versiones izquierdista y derechista. Hablo de Massa y Milei: dos candidatos que más allá de las espumas de la superficie parecen mantener por debajo de la mesa acuerdos más sólidos de lo que ellos mismos están dispuestos a admitir.
IV. Del gobierno de Massa prescindiré de consideraciones porque los hechos son más elocuentes que cualquier verbalización. Emerenciano, “Chocolate” e Insaurralde, más que tres nombres, son un manifiesto bizarro acerca de la verdad actual del peronismo. Crimen y farándula. Marchar a los comicios con la jefe histórica de la causa exhibiendo seis años de condena, más que bizarro es grotesco. Después de rebelarse el descuartizamiento de Cecilia, los operativos en los cajeros y los cruceros del amor bandido, no hay mucho más para decir o, todo lo que se diga nunca alcanzará a explicar la modalidad central del régimen populista que padecen los argentinos. Como observación al margen, diré que los episodios que hoy nos escandalizan expresan la verdadera demolición cultural que expresó el peronismo a través de estos personajes. Desde Menem a los Kirchner, la farándula intentó desplazar a la política. La cleptocracia menemista y kirchnerista incluyó su singular revolución cultural. Dedicarse a la política dejó de ser un servicio público, una vocación solidaria, una pasión por la patria, un esfuerzo por transformar la realidad. Nada de eso. La política devino en la carrera para enriquecerse, para disfrutar de los placeres del sexo, para exhibirse en el universo reblandecido y sórdido de la farándula. El político dejó de ser un testigo, un confidente o un creador de historia, para devenir en un corrupto, un cínico, en el centinela de los privilegios, más parecido a un gangster que a un ciudadano virtuoso.
V. No sé si Milei alguna vez fue liberal. Lo que sé es que hoy lo suyo está más cerca de un populismo conservador oriyando en la extrema derecha que un liberalismo relacionado con la libertad. A sus visibles desequilibrios psíquicos, Milei suma algunas penumbras que no se compadecen con su discurso libertario. No me preocupa la derecha, pero sí me preocupa la extrema derecha, sobre todo cuando esa extrema derecha muestra sus uñas pero se niega a decir su nombre. La señora Villarruel no se relaciona con Videla o Etchecolatz por preocupaciones históricas; Martín Krauze pondera la eficiencia de la Gestapo en un juego de palabras acerca de la supuesta pereza de los argentinos; y semejante horror lo dice el posible candidato a Ministro de Educación de la Libertad Avanza. Es verdad, pidió disculpas, pero como alguna vez escribió Mariano Moreno, hay palabras que un hombre público no puede decir ni ebrio ni dormido ¿Alguien se puede sorprender que el hijo del general Bussi, tal vez el paradigma de los carniceros que faenaron durante los años de la dictadura militar, sea candidato de Milei, reivindique la gestión pública de su padre o considere que la homosexualiad es una discapacidad como la de ser rengo o ciego? Esos susurros, esos balbuceos alrededor de la dictadura militar, los nazis, la dominación española, la libertad de prensa o en contra de la escuela pública de Sarmiento; esas listas de candidatos en la que se anotan la ralea del populismo y lo más sórdido de la política: esa marginalidad, esas excrecencias que flotan en los suburbios de las peores expresiones de la politiquería, tal vez no sea casualidad que se hallen cómodos en la lista que dice defender la causa de una libertad devaluada todos los día y que más que un “avance”, es un retroceso y, en algunos casos, una estampida hacia los tiempos más oscuros de nuestra historia.
VI. Juntos por el Cambio y el liderazgo de Bullrich se presenta como el espacio político con más posibilidades de afrontar los rigores de la crisis: liderazgo, representación territorial, equipo económico, experiencia política. No todas son flores en su territorio, hay dudas que no se responden e interrogantes que no se despejan, pero objetivamente es la propuesta que dispone de mejores condiciones para asumir los desafíos inmediatos. Las incertidumbres que surgen a su alrededor son inevitables en el proceloso terreno de la política. No sé si Juntos por el Cambio reúne las virtudes de lo posible, pero dispone de una fortaleza política y una estructura de poder muy superior al liderazgo raquítico y desequilibrado de Milei y al fracaso económico, ėtico y político que exhibe el peronismo.
Publicado en El Litoral el 8 de octubre de 2023.