domingo 22 de diciembre de 2024
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Francia en la fragua

Los disturbios generalizados en toda Francia después del asesinato de Nahuel M. (17) a manos de un control policial desatara la presión que acumula el gobierno del liberal Emmanule Macron.

Francia, la cuna de la democracia social europea y mundial, está convulsionada en un continente en crisis, a pesar de lo cual sigue siendo – por pasado y presente – la fragua para forjar el destino de la UE. El eje Macron-Merkel, que dio sostenimiento político a la UE ante el avance de la derecha populista y el nacionalismo, se rompió con el alejamiento de la canciller alemana de la arena política y se debilitó, aún más, con el auge de corrientes iliberlales de izquierda y derecha que coinciden en tener a la globalización como enemigo común. Casualmente, Macron tuvo que suspender su visita a Alemania prevista para el 2 y 4 de julio, a raíz de los disturbios masivos.

Su primer mandato ya estuvo marcado por las protestas masivas de los “Chalecos amarillos” por la pandemia de COVID-19 y la siempre presente amenaza del terrorismo en Francia.

En su segundo mandato, el presidente francés ha recorrido África recibiendo cachetazos públicos de presidentes que le recuerdan el pasado opresor de Francia, con sus huellas aún visibles. Incluso, la primera ministra italiana Georgia Meloni le ha espetado la actual influencia del gobierno de Macron en aspectos centrales de la economía de ese continente, acusándolo lisa y llanamente de imperialista. Sus charlas con Vladimir Putin antes de que se destara la guerra lo dejaron descolocado, por su fracaso y por el vapuleo al que fue sometido en el Kremlin.

El presidente francés apenas ha salido de una profunda crisis política por las reformas de las pensiones hace tres meses y su gobierno ahora enfrenta con un país que se enciende con una chispa en mil hogueras de ira, de ira joven, desencantada, sin futuro ni motivaciones, que ha salido de su ámbito privado a romper todo en las calles custodiadas por una de las policías más bravas de Europa.

Según el Ministerio del Interior francés, el choque entre manifestantes y unos 45.000 policías con el apoyo de blindados dejó el saldo de unos 3.200 detenidos, más de 700 policías heridos, unos cinco mil vehículos incendiados, diez mil contenedores de basura quemados y casi mil tiendas y edificios dañados.

Durante la noche del sábado, atacantes embistieron con un automóvil la casa del alcalde derechista local en L’Haÿ-les-Roses, un suburbio al sur de París, y su esposa se fracturó la tibia cuando intentaba huir con sus hijos pequeños, acto que originó una manifestación de políticos que no dudaron en decir que “la democracia francesa está en peligro”.

A diferencia de otros riots anteriores, como el de 2005, esta vez los revoltosos la emprendieron contra muchos símbolos de la República Francesa: escuelas, comisarías, bibliotecas y otros edificios públicos, en un claro mensaje para los dirigentes de una sociedad que no ofrecen soluciones a los problemas económicos y de integración de inmigrantes que son las causas raíz que tensionan a la sociedad francesa desde hace años.

Macron ha buscado lograr un delicado equilibrio entre mostrar compasión y determinación, calificando el asesinato del hijo de inmigrantes como un acto “inexcusable” e “inexplicable”. Pero Macron también ha criticado los disturbios como “la manipulación inaceptable de la muerte de un adolescente” y de estar manejado por “organizaciones de delincuentes”. El prisma liberal con el tamiza la realidad política lo coloca ante una disyuntiva vital: financiar políticas de inclusión o continuar con los ajustes ya emprendidos con el sistema de pensiones.

Reducir la creciente brecha entre los jóvenes desfavorecidos de los suburbios y las instituciones francesas requiere más dinero para políticas destinadas a abordar las causas fundamentales y reducir las desigualdades sociales en áreas como la educación y la vivienda social.

La necesidad de reconciliar el país y encarnar la ley y el orden en un momento en que sus márgenes de maniobra son limitados – tras perder la mayoría parlamentaria el año pasado – no es tarea fácil para Macron. Tendrá que estar atento a los partidos de oposición, ya que el crimen, la identidad y la inmigración son los temas con los que la extrema derecha bate el parche y alimenta el odio. Si la líder de extrema derecha, Marine Le Pen, se ha abstenido de provocar una reacción violenta contra los alborotadores, aferrándose a su estrategia de adoptar la política dominante, su lugarteniente de confianza, Jordan Bardella, ha liderado la acusación contra los “criminales” que le deben “todo a la República”.

No cabe duda de que esa derecha xenófoba, nacionalista y antiliberal hará usufructo político de los disturbios recientes. Mientras la izquierda centra su discurso en el habitual exceso de la represión policial y la desigualdad social como origen del malestar, los familiares del adolescente asesinado pidieron calma. Su abuela dijo el domingo que los alborotadores estaban utilizando su muerte como excusa para causar estragos. “No queremos que rompan cosas”, dijo la mujer identificada como Nadia. “Nahel está muerto, eso es todo lo que hay”.

Mientras, Macron anunció una ayuda económica para reparar las pérdidas causadas por los estragos y se encierra a pensar cómo componer de forma duradera el dañado tejido social francés, para lo cual es seguro que deba resignar alguna de sus banderas liberales, tal como hizo Joe Biden para enfrentar el deterioro económico y social estadounidense.

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