viernes 27 de diciembre de 2024
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Eterna emulación de los dioses

Mientras los antiguos coincidían en atribuir los destinos humanos a la providencia, los contemporáneos difieren si ellos responden a las estructuras, las instituciones, la agency –el individuo- o la cultura. Sin embargo, no deja de advertirse aun en esta secular visión contemporánea, una vocación pertinaz por emular aquel dominio divino sobre el devenir del hombre.

El haberse cumplido un siglo del nacimiento de un titán de la ciencia argentina, como fue Jorge Alberto Sabato (1924-1983), invita a hallar en los desencuentros de su legendaria familia de semidioses, alegorías olímpicas sobre el acaecer de los asuntos humanos.

Si bien Ernesto se había formado en la física nuclear al punto que el premio Nobel Houssay lo becó con la esperanza de convertirlo en un futuro Prometeo, los primeros rayos que la humanidad y él, horrorizado, vislumbraron en el laboratorio de los Curie en la París de 1939 –y que más tarde asociaría a Abaddón, el ángel exterminador bíblico-, sumados a la  bohemia ambrosía con la que por las noches se embriagaba en los cafés existencialistas, terminaron por hacerlo abjurar de su prometéico designio y, cual sincero apóstata, convertirse en un fanático archienemigo de las ciencias, como lo expuso con su pluma magistral, rindiéndose al apolíneo culto de las artes y de las musas.

Aquel Jorge Alberto o “Jorjón”, su antitético sobrino, en cambio sí osó  infiltrarse en la fragua donde Vulcano forjaba el fuego sagrado y convertirse en un verdadero Prometeo de la energía nuclear, ese conocimiento que los dioses celan pues reconocen su poder sobrehumano.

En cambio, Jorge Federico o “Jorgito”, hijo de Ernesto y primo menor de su admirado “Jorjón”, notable politólogo y cultor de Hermes, abocó sus dotes de sagaz mediador a la titánica tarea de conciliar las poderosas fuerzas desatadas alrededor de aquella audaz Argentina que había revelado al mundo sus singulares capacidades nucleares y espaciales.

Así, en 1983, el Presidente Alfonsín se topó con estructuras mundiales alarmadas por esos avanzados desarrollos argentinos, sólidas instituciones locales que los impulsaban, una fructífera cultura política, diplomática y científica, y hombres prometéicos excepcionales, amigos a los que escuchó y con quienes forjó una nueva Política de Seguridad Externa, más transparente, responsable y confiable, que habría de prestigiar a nuestro país hasta hoy, en que un argentino dirige el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), olimpo moderno donde los amos del fuego divino se reúnen a preservarlo para beneficio de los hombres y evitar una hecatombe mundial.

En esta mitología de una familia y de una política argentina puede hallarse la alegoría de cómo las estructuras, las instituciones, la cultura y los hombres se combinaron entonces para regir aquellos fenómenos humanos.

Actualmente, estas mismas variables se repiten pero bajo la forma de novedosas configuraciones acordes a este tiempo: en lo estructural, un mundo fuertemente signado por avances tecnológicos que amenazan aun más con superar lo humano (IA, comunicaciones, espacial, energía, biotecnología, etc.); en la agency, un Presidente como ninguno antes, inspirado en las fuerzas del cielo, aliándose con mega Prometeos mundiales y jinetes de unicornios locales, apostando audazmente su política al poder transformador de esas tecnologías; en lo institucional, un desplazamiento del eje del desarrollo de esas capacidades desde lo estatal hacia lo privado; y en lo cultural, la eterna y arrolladora ambición del hombre por desafiar la providencia divina.

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